Considerada por muchos espectadores como una película espejo de la cubana Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea), éxito de público y crítica en 1993, y emotiva radiografía intimista y social de la vida en Cuba durante el llamado “periodo especial” de crisis económica que sobrevino en la isla caribeña luego del desmantelamiento de la Unión Soviética, Últimos días en La Habana (2016), del también veterano cineasta cubano Fernando Pérez (Madagascar, 1995; La vida es silbar, 1998), en realidad cuenta una historia muy diferente.

Aunque se filma dos décadas y media después, y se ambienta, al parecer, en ese mismo periodo de penuria extrema, sus protagonistas se enfrentan a un drama íntimo más doloroso. El alegre y bullanguero Diego (Jorge Martínez, excelente) se encuentra postrado en la cama esperando el desenlace fatal de una enfermedad crónico-degenerativa asociada al sida. Su compañero sentimental de muchos años, Miguel (Patricio Wood) espera, apesadumbrado y metódicamente solícito, ese final inevitable para huir de Cuba y encontrar asilo en Estados Unidos, el país de sus sueños.

El compás de espera es angustiante, pero lo que podría haber sido un melodrama plagado de escenas patéticas, el muy solvente realizador cubano lo transforma en una comedia delirante, pletórica de ingenio verbal (Diego es dueño de un habla habanera irresistible). A esto se añaden las irrupciones constantes de vecinos no menos pintorescos (un prostituto que será el bálsamo afectivo de Diego, una mujer policía que intenta sin éxito poner orden en los días últimos del enfermo, y una avispadísima adolescente punk que representa el desafío de una nueva generación inclasificable). Toda esta vida exuberante contrasta con el carácter solemne y apagado de Miguel, quien pareciera tener en la inminente muerte de su pareja, la oportunidad y el ejemplo de una existencia muchísimo más intensa.

Se exhibe este mes en la 62 Muestra Internacional de Cine.

Últimos días en la Habana

Director: Fernando Pérez

Cuba/2016