Arturo Díaz Betancourt, a diez años de su partida — letraese letra ese

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Arturo Díaz Betancourt, a diez años de su partida

¿Puedo hablar con usted? Me preguntó la médica responsable de piso del hospital. Su apremiante petición me puso sobre alerta. “Le pido encarecidamente que calme a su paciente”, me suplicó. Y ante mi desconcierto me advirtió: “Está alebrestando a los demás pacientes. Ya se quejaron conmigo los familiares, y a mí me podrían amonestar si continúa”. Resulta que a “mi paciente” le dio por discutir con el cura de las extremaunciones su derecho a una muerte digna. Sin empacho alguno y a dura voz le comunicó sus pretensiones de adelantarse a la decisión del supremo. “Cometerás pecado”, le advirtió el prelado. “Mayor pecado es la crueldad de someter al doliente al sufrimiento innecesario”, le reviró rotundo. Y de ahí ya nadie lo movió a pesar de su formación religiosa en la orden de los carmelitas. Decisión que compartió a todo a quien le prestara oídos ante el gesto aterrado de sus vecinos de dormitorio.

Así era Arturo Díaz Betancourt, enjundioso, polémico, aborrecido, admirado, todo a la vez. Intransigente con la negligencia de políticos y funcionarios, incondicional con las víctimas de discriminación. Quienes lo trataron lo reconocerán en la descripción de esta su última batalla. No resulta fácil resumir en unas cuantas líneas su legado. Solo diremos que fue el indiscutible líder de la etapa más combativa del movimiento de lucha contra el VIH/sida; fue el fundador de varias organizaciones, entre ellas Letra S; fue forjador de varias instituciones como el Conapred, el Conasida y la Clínica Especializada Condesa, cuyo auditorio lleva, en su honor, su nombre. Fue también pionero en el tema de la violencia en contra de personas LGBTI al formar la Comisión Ciudadana en Contra de los Crímenes de Odio por Homofobia en 1997. Su labor incluso trascendió fronteras al fundar y participar en redes de organizaciones regionales e incidir en instituciones internacionales como Onusida.

“Ya lo decidí. Me tienes que ayudar”, me comunicó por el teléfono. Y llegada la hora, no le tembló la mano. Se regaló la muerte más hermosa posible. Rodeado de amigos y amigas entrañables, en una despedida donde no faltó la risa y el tequila. Y así, ejerciendo un último e íntimo derecho de los muchos que defendió nos abandonó hace diez años para siempre.

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