Juan Gabriel: icono y pionero
Talento nato, carisma, disciplina, buena estrella… Todos estos y otros elementos parecen haberse conjugado para dar paso al nacimiento de uno de los últimos ídolos de la farándula mexicana, el cantante y compositor Juan Gabriel. Con su muerte, el 28 de agosto de 2016, se consolidó el mito de un divo inalcanzable, entregado a su público pero, a la vez, inquebrantablemente hermético en su vida personal. Juan Gabriel no solo supo plasmar en sus canciones la manera de amar y llorar a la mexicana, sino que pudo también doblegar el machismo rampante de una sociedad que lo mismo lo vilipendiaba que lo idolatraba.
Nadie mejor para documentar a Juan Gabriel que él mismo, o mejor dicho, su alter ego, Alberto Aguilera Valadez. El artista era un gran fanático de la tecnología, por lo que a lo largo de su vida acumuló cientos de horas de grabación, primero solamente en audio, después, en video, recabadas por él mismo o por su círculo más íntimo. En aquel momento poco sabía (¿o sabía perfectamente?) que a partir de esas cintas se le conocería y recordaría después.
La encargada de navegar y poner orden en ese mar de material inédito fue la directora María José Cuevas, quien entrega un retrato muy completo de esta figura icónica en la serie documental Debo, puedo y quiero, estrenada en octubre pasado. Reconocida ya por sus trabajos documentales previos Bellas de noche, acerca de las vedettes mexicanas de los años setenta y ochenta, y La dama del silencio: el caso Mataviejitas, con las voces de familiares de las víctimas de aquella asesina serial, Cuevas elabora un recuento personalísimo de la vida de Alberto Aguilera y de la carrera artística de Juan Gabriel, mostrando cómo ambos se fusionaban o se separaban, según la circunstancia, y se apoyaban uno en el otro para subir más y más alto, hasta llegar a la cima del éxito.
Dosis antimachismo
La orientación sexual de Juan Gabriel es un tema que estuvo presente como una sombra durante toda su vida pública. Cuando hizo su aparición en el escenario, el amaneramiento que le había traído tanto rechazo y violencia, empezando por su propia familia, se volvió un accesorio más, un elemento con el que el propio cantante se permitía jugar. Eran los años setenta, en México no se hablaba de “eso” (la homosexualidad), no se veía, no se concebía como posibilidad. Sin embargo, Juan Gabriel lo lanzó en la cara al público y luego escondió la mano, a ver qué pasaba.
Su identidad se volvió una característica más en su figura, pero también fue motivo de burlas permanentes. Llegó el momento en que se daba por entendido: él era homosexual, pero sus canciones podían cantarlas a todo pulmón los hombres, las mujeres, los machos o los homosexuales por igual. El sentimiento reflejado en su música era más universal e iba mucho más allá que la dirección en la que miraban sus ojos si se encontraba en un cuarto lleno de gente.
Y él nunca escondió lo que era, simplemente aprendió a jugar el juego, tal como hacen tantas personas de la diversidad sexual que deben allegarse de herramientas para sortear la discriminación: ser ingenioso, gracioso, “descarado” pero “respetuoso” para que ninguna hombría se sintiera amenazada por él.
No se puede hablar de Juan Gabriel sin hablar de homosexualidad, y conocerlo a través de sus propias grabaciones, de sus propios ojos y oídos, ofrece una perspectiva inesperadamente novedosa de cómo vivió su personalidad a plenitud, llenando de lentejuelas y brillos los escenarios inmaculados de la música mexicana, desde los recios palenques hasta el Palacio de Bellas Artes, hasta donde logró llevar un dechado de arte popular sin precedentes.
Paternidad pionera
Sin aspavientos y contra todo pronóstico, Juan Gabriel se convirtió en padre. Por supuesto, no libre de especulaciones, pero los hijos fueron llegando uno a uno a su vida a través de la adopción. Sí, se puede inferir que los procesos de adopción funcionaron para él como posiblemente no habrán funcionado para otros hombres homosexuales, debido a su fama, pero también es cierto que, con mucho sigilo, desarticuló ese estereotipo de los hombres gays como abusadores de menores.
De hecho, dedicó gran parte de su esfuerzo y sus recursos a un proyecto filantrópico que respondía también a esa necesidad de la paternidad: un albergue para niños huérfanos donde, además, se les daba una educación musical desde muy temprana edad. Él mismo vivió en un orfanatorio a pesar de tener una madre y hermanos, así que pensó que una gran manera salvar más vidas con la música, como le sucedió a él, era cuidar de pequeños en su misma situación vulnerable.
La faceta de Juan Gabriel como padre es una que no se conocía ampliamente, pues siempre fue muy celoso de su privacidad. Hoy, a través de su archivo audiovisual, es posible descubrir a un padre cariñoso, cercano y plenamente feliz al compartir tiempo y experiencias al lado de sus cuatro hijos, a quienes, además, les dio una mamá a través de un acuerdo con su amiga Laura Salas, con quien compartió la adopción en un arreglo familiar que, muy probablemente, no fue el primero de este tipo (entre un hombre gay y una mujer heterosexual), pero sí uno emblemático.
Luces y sombras
La división tan marcada que el cantante siempre hacía de su “vida real” y su vida sobre los escenarios es un hilo conductor en la serie. El hombre sereno pero avispado, arrojado y persistente que era Alberto fue lo que llevó a Juan Gabriel a ser la estrella que ansiaba. Una vez frente a los reflectores, el divo hacía su parte, entregando al público música, entretenimiento, espectáculo y euforia.
De la mano de algunas de sus personas más cercanas, así como en voz de algunas otras que pudieron presenciar el ascenso del llamado Divo de Juárez, se logra comprender como nunca antes el contexto detrás de algunas de las composiciones más queridas por el público mexicano. Como toda creación artística, su música fue alimentada por las vivencias personales (propias o de otras personas), y logró expresarlas de una manera universal que lo posicionó en el gusto de públicos de todas las edades y todos los estratos sociales.
Sin embargo, no solo hay elogios para el cantante. Cuevas muestra un retrato más completo que eso: un hombre que comenzó desde abajo y que también se vio extraviado por la fama y el dinero. Esa persistencia y ese orgullo que tantas veces lo llevaron a cumplir sus objetivos, más tarde fueron opacados por la soberbia de un artista que se sabía grande, irremplazable y transcendental. Dicha arrogancia le trajo importantes consecuencias, desde alejar de su vida a personas que en otro momento fueron entrañables hasta desentenderse del pago de impuestos, actitud que lo llevó a enfrentar problemas legales.
Pero es esta imagen panorámica, quizás, la que hace más entrañable a la figura de Juan Gabriel retratada en esta serie. Gracias a la visión de María José Cuevas, quien optó por no distraer la narrativa con entrevistas a cuadro o voz narradora, se puede percibir un personaje más humano, con todos los matices de la vida que puede experimentar cualquier persona: tristeza, alegría, llanto, soledad, rencor, altanería. Un hombre que, se intuye, pudo haber incluso presentido su propio final, por lo que aprovechó los últimos momentos para dejar todo listo y en orden.
Se trata de un retrato de cuerpo entero, con su debida dosis de nostalgia, para recordar a uno de los más grandes artistas populares de las últimas décadas del siglo XX.