El acoso sexual sufrido por la presidenta, Claudia Sheinbaum, hace unos días, revela la gran incidencia social de la violencia hacia las mujeres mexicanas. Todas las encuestas sobre el tema registran niveles intolerables de acoso sexual en la vía pública, perpetrados en su gran mayoría por hombres. Casi la mitad de las mexicanas mayores de 15 años ha sufrido tocamientos, exhibicionismo genital masculino, intentos de violación o acoso físico y verbal en su deambular diario por las calles y espacios públicos.

A pesar del avance de los derechos de las mujeres y de los cambios legislativos que configuran como un delito el acoso sexual, aún persisten muy normalizadas estas conductas machistas que consideran el cuerpo de las mujeres como un objeto del que se puede disponer impunemente. Y no importa la clase social o la investidura del agresor. Ahí está el ejemplo de Donald Trump.

Este lamentable episodio también revela la persistencia de la práctica misógina de minimizar estos ataques y de revictimizar a las agredidas, culpando a la víctima y exhibiendo una y otra vez el condenable hecho. “Se trató de un montaje”, claman algunos opositores, mientras los medios de siempre han reproducido sin pudor las imágenes.

Por fortuna, la presidenta ha enfrentado con dignidad y entereza este episodio, enviando mensajes de sororidad de género y de condena de la violencia machista.