El cuidado tiene valor
Mariana trabaja en el área administrativa de un hospital del Sector Salud. Su jornada laboral termina a las 6 de la tarde, pero al llegar a casa comienza una segunda jornada no remunerada: prepara la cena, ayuda a su hija de 14 años con la tarea escolar, limpia lo básico del departamento y prepara la ropa y los alimentos para el día siguiente. Con Mariana también vive su madre, de 68 años, quien tiene hipertensión. Cuando tiene citas médicas, Mariana debe pedir permiso para llegar una hora tarde a su trabajo, además de que cada día cuida la dieta y los tratamientos complementarios, que debe conseguir por su cuenta.
Todas estas actividades de la joven mujer son tareas de cuidado que implican tiempo, energía y recursos, y que impactan directamente en su economía personal: debe gastar en transporte extra, alimentos más saludables y medicinas, y muchas veces ha tenido que rechazar oportunidades de capacitación o ascenso porque no tiene con quién dejar a su hijo o a su madre.
La situación de Mariana es un ejemplo de cómo la economía del cuidado sostiene al sistema productivo: su trabajo doméstico y de cuidados permite que otras personas (como su madre y su hijo) tengan bienestar y que ella misma pueda sostener su empleo formal. Sin embargo, este trabajo no se contabiliza en el Producto Interno Bruto (PIB) ni se reconoce socialmente, pese a su valor económico y social.
Trabajo invisibilizado
Históricamente, ha recaído sobre las mujeres la responsabilidad de cuidar. Cuidan de sus hijos e hijas, de sus padres y madres, de su hogar, del dinero que (tradicionalmente) es ganado por sus parejas hombres y de ellos mismos, cuando su salud o condición así lo requiere.
El trabajo de cuidados ha sido visto como una obligación, como el ejercicio lógico de una de las características intrínsecas de “ser mujer”, por lo que no se ha considerado necesario reconocerlo o remunerarlo dentro del hogar.
En décadas recientes, esta perspectiva ha comenzado a cambiar. Como lo señala la abogada Alexia Mora Martínez en su artículo Economía del cuidado: un trabajo invisibilizado en México, fue la economía feminista la encargada de posicionar el tema en la década de los años setenta, respondiendo a la necesidad de darle un valor real a dicha labor. Desde esta perspectiva, la economía de cuidado incluye el trabajo de las mujeres tanto en el ámbito económico formal como en el hogar, en todo lo que respecta a “la atención, el cuidado y la reproducción de sus miembros, así como con el desarrollo económico de los países y el bienestar de sus poblaciones”. Así, se considera que el cuidado es la base de la economía y de la sociedad.
El tema ya ha sido retomado por la Organización Mundial del Trabajo (OIT), la cual amplió la definición de economía del cuidado para incluir todo el trabajo de cuidados, ya sea remunerado o no remunerado, privado o público. El organismo global concibe el concepto no sólo como una actividad del hogar, sino también como un servicio que puede prestarse a través de empresas, instituciones y organizaciones civiles. Este rubro incluye a quienes proveen y a quienes reciben cuidados, así como a empleadores e instituciones que ofrecen servicios de cuidados.
La OIT explica que el trabajo de cuidados implica “actividades y relaciones que mantienen la calidad de vida, nutren las capacidades humanas, fomentan la agencia, la autonomía y la dignidad, y desarrollan las oportunidades y la resiliencia tanto de los cuidadores como de los receptores de cuidados”. Este conjunto de actividades, añade, satisface una serie de necesidades físicas, psicológicas, cognitivas, de salud mental y de desarrollo en todas las etapas de la vida, incluida la niñez, la juventud, la adultez, la tercera edad, y abarca a las personas con discapacidad y las propias personas cuidadoras.
Es así que el trabajo de cuidados remunerado abarca sectores como las y los trabajadores de la educación, los profesionales de la salud, las personas trabajadoras sociales y trabajadoras domésticas, entre otros rubros. Mientras que, por otro lado, el trabajo de cuidados no remunerado, frecuentemente proporcionado por la familia y por las redes sociales de quienes reciben los cuidados, es de gran valor para ellos y ellas, para los proveedores de cuidados y la sociedad, sostiene la OIT.
La economía del cuidado incluye las actividades y relaciones que mantienen la calidad de vida, nutren las capacidades humanas, fomentan la agencia, la autonomía y la dignidad, y desarrollan las oportunidades tanto de las personas cuidadoras como de quienes reciben los cuidados.
Reconocimiento y retribución
El pasado 30 de octubre, la OIT, junto con la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y ONU Mujeres, conmemoró el Día Internacional de la Asistencia y el Apoyo 2025.
Durante el evento, celebrado en Ginebra, Suiza, se enfatizó que “el trabajo de cuidados, tanto remunerado como no remunerado, posibilita todo otro trabajo y sustenta a todas las sociedades y economías”. Sin embargo, cientos de millones de mujeres en todo el mundo siguen estando excluidas del mercado laboral y de los puestos de liderazgo debido a las responsabilidades de cuidado no remunerado que recae sobre ellas. Esta es “una brecha que perpetúa la desigualdad y frena el progreso económico”.
En este marco, la OIT lanzó un llamado a una “inversión pública decidida” en el sector de los cuidados, que actúe como catalizador del desarrollo inclusivo y sostenible. También instó a diseñar políticas públicas que generen empleos de calidad en el sector de los cuidados y faciliten la redistribución equitativa de las responsabilidades de cuidado entre mujeres y hombres.
Para abordar la problemática de la economía del cuidado, la OIT desarrolló el llamado “Marco de las 5R para el trabajo de cuidados decente”, que se basa en: reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados no remunerado, y recompensar y representar el trabajo de cuidados remunerado mediante la promoción del trabajo decente para las personas que trabajan en el sector de los cuidados. ONU Mujeres ha reconocido el valor de esta base conceptual y ha resaltado que no se puede perder de vista que, ya sea remunerado o no, el trabajo de cuidados es desempeñado en su mayoría por mujeres.
Históricamente, es en las mujeres en quienes ha recaído la mayor parte de las actividades de cuidado, por lo que el estudio de este ecosistema se ha vuelto necesario para procurar una distribución más equitativa entre los géneros.
Los números hablan
El Foro Económico Mundial también se ha dado a la tarea de mirar la economía del cuidado y ponerla en cifras. Sus estimaciones indican que el trabajo de cuidado no remunerado, si se pagara, representaría el nueve por ciento del PIB global, lo que equivale a 11 billones de dólares.
En la región de América Latina, este trabajo representaría entre el 15.7 y el 24.2 por ciento del PIB local, lo que lo convertiría en uno de los mayores contribuyentes a la economía, por arriba de la mayoría de las otras industrias.
El organismo considera que el trabajo de cuidado es indispensable para que el resto de la economía funcione, y que, además, el trabajo de cuidado en sí mismo es una posible fuente de empleo que aún no ha sido explotada. Según su informe El futuro de la economía del cuidado, una inversión de 1.3 billones de dólares en actividades como las que se engloban en la economía del cuidado, daría como resultado un retorno del PIB de 3.1 billones de dólares, además de la creación de más de 10 millones de empleos tan solo en Estados Unidos. Por ello, el Foro Económico Mundial sostiene que “invertir en cuidado crea empleos”.
Ciudad de México: una nueva perspectiva
El país ya ha comenzado a contabilizar estas tareas en el Sistema de Cuentas Nacionales de México. Gracias a ello, hoy se sabe que las tareas de cuidado generan una riqueza equivalente al 24.2 por ciento del PIB del país.
Pero más allá de las cifras están los actores sociales. Como lo establece la Propuesta de creación del Sistema de Cuidados de la Ciudad de México y su Marco Normativo, los arreglos familiares han cambiado y se han ido alejando de las bases tradicionales, lo que abre paso a la “desnaturalización” y “desfamiliarización” del cuidado, que recaía en las mujeres, para que estas tareas también puedan ser asumidas por el gobierno y el mercado.
De esta forma, el pasado 11 de agosto, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, presentó la Iniciativa de Ley del Sistema Público de Cuidados, así como propuestas de reformas a la Constitución Política de la ciudad.
En el marco de la Conferencia Regional sobre la Mujer, Brugada recordó que, históricamente, las sociedades han organizado la vida sobre una división sexual del trabajo profundamente desigual, asignando a las mujeres y niñas de manera casi exclusiva la responsabilidad de las tareas domésticas y de cuidado. Destacó que esta desigualdad limita el acceso de las mujeres a oportunidades de empleo, educación, participación política y autonomía económica.
Las reformas propuestas incluyen modificaciones al artículo 9 de la Constitución Política de la Ciudad de México, para reconocer el derecho a cuidar, a recibir cuidado y el autocuidado como un derecho humano “universal, ineludible, interdependiente, indivisible e indispensable para la sostenibilidad de la vida y la sociedad”. También se establece que los trabajos domésticos y de cuidado no remunerados son productivos, esenciales para la reproducción social, generadores de valor económico y bienestar colectivo, y que su realización no debe estar determinada por roles de género, sino que debe distribuirse entre la sociedad, el gobierno, el sector privado y el social.
En cuanto a la iniciativa de Ley del Sistema Público de Cuidados, esta contempla servicios gratuitos como estancias para infantes de 6 meses a 6 años de edad, casas de día para personas adultas mayores, centros de rehabilitación para personas con discapacidad, lavanderías populares y comedores comunitarios. Además, plantea la coordinación con las 16 alcaldías para que cada una cuente con su propio sistema local de cuidados, articulado a nivel de ciudad.
En la propuesta se establece una meta de 30 años para lograr la mayor cobertura de infraestructura de cuidados en la capital y pretende asegurar que el presupuesto anual del sistema no pueda ser menor al del año anterior, con lo que se busca garantizar su sostenimiento, ampliación y mejora. Además, se incluye la obligación de contabilizar la aportación del trabajo de cuidados a la economía de la capital, un dato concreto económico y estadístico que no permitirá que el trabajo de cuidados vuelva a ser invisible.