La era de la autenticidad — letraese letra ese

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La era de la autenticidad


Unicidad, exclusividad, individualidad y todo posible rasgo excluyente del grueso de la población es uno de los mayores deseos personales en estas primeras décadas del siglo XXI, caracterizadas por la hipermodernidad, es decir, en la fluidez, la flexibilidad, el rápido movimiento, y por qué no, el narcisismo, pero no sustentado en el placer y las libertades, sino en la madurez, la responsabilidad, la organización y la eficacia.

Lo anterior es parte de la descripción realizada por el filósofo francés Gilles Lipovetsky con respecto a la época en que vivimos, en esta aún naciente centuria, a la que ha escudriñado profundamente en sus más recientes obras y ha delimitado como una época en la que predominan las pantallas; hay un énfasis por el ejercicio de la seducción en múltiples sentidos, por medio del privilegio del constante agrado, y todos los pesos se dejan a un lado para propiciar lo que ha denominado la ligereza, esa cualidad de evadir lo solemne y lo anacrónico, a favor de un mayor dinamismo.

Pero su análisis no se ha detenido, y a todas las características anteriores les ha agregado un nuevo concepto, la autenticidad, pues asume que vivimos en una época de fiebre de esta, en la que todo aquello que la faculta es bienvenido: marcos identitarios, denominación de origen, respeto al medio ambiente, “hazlo por ti mismo”, lo 100 por ciento auténtico, expresiones y experiencias únicas.

A ello dedica su más reciente libro, La consagración de la autenticidad (Anagrama, 2025), con el objetivo de explicar por qué el ser único se ha transformado en un ideal existencial, que preconiza la congruencia y consagra socialmente la ética de la autenticidad individual, siendo paradójica la asimilación de una posibilidad de resquebrajar lo establecido, por medio de lo original, como un componente esencial del sistema político, económico y cultural vigente.

La construcción de una paradoja

Por medio de su revisión, el autor de más de una veintena de libros asume que la noción de autenticidad tiene alrededor de dos siglos de historia, con un devenir cuyo principio fue el uso de esta por parte de las minorías cultivadas en contra de un determinado sistema de valores; posteriormente, retomada por mujeres y otros sectores minoritarios, carentes de derechos, hasta alcanzar su culminación con un nuevo sector social, el de las poblaciones juveniles, para después ser una herramienta en contra de los convencionalismos y de las exigencias de decencia y de pudor, así como un cuestionamiento a los compromisos importantes de la vida.

Sin embargo, en las últimas décadas, esta noción de lo auténtico fue absorbida por el mercado, que le otorgó cualidades de sencillez, naturalidad y fugacidad, por lo cual se hizo parte de lo cotidiano, alejada de las reflexiones intelectuales y centrada en otorgar esa sensación de experimentar, por medio del consumo, algo que muchos otros no pueden.

De allí su éxito y su consagración actual, pues ha redefinido el consumo, quitándole ciertos aspectos de banalidad, a los que tradicionalmente estaba asociado, significando otros como la responsabilidad en el ejercicio del comprar, la búsqueda de experiencias menos invasivas con el entorno y más cercanas a lo original; la adquisición de una identidad a través de está búsqueda de un alejamiento de lo masivo en varios aspectos de la vida, entre ellos el afectivo y el erótico sexual; la recomposición de los elementos del cotidiano, desde las decoraciones del hogar hasta las decisiones para el goce del tiempo de ocio.

Devenir histórico

Con más de dos siglos de aparición en la esfera pública, la construcción del concepto de autenticidad ha transitado por varias etapas a lo largo de estos doscientos años, alcanzando en cada una de ellas una significación y valoración sociocultural propia. Para Lipovetsky, son tres los momentos clave en los que esta se ha definido y configurado con un fuerte impacto en el entorno social.

El primer periodo abarca de finales del siglo XVIII, momento en que ocurre la Revolución francesa, hasta la década de los 50 del siglo XX, cuando la noción de lo auténtico es pieza central de una ideología individualista. El punto de partida de este momento es cuando Juan Jacobo Rousseau enuncia que “no hay nada más digno que ser uno mismo”.

El reflejo de este posicionamiento filosófico, motor del movimiento de emancipación francés, es la premonición de que el individuo sólo busca la coincidencia con su ser y alcanzar una existencia única. Esta se manifestará por medio de una reconfiguración de la persona y su crecimiento moral a partir de la inclusión de nuevos valores como la igualdad y la participación política individual y colectiva.

En su descripción, el también autor de El crepúsculo del deber, indica que la autenticidad no solo se manifestaba en las ideas, sino también en la creación artística, elaborada en contra de la burguesía, los valores heterónomos y el conformismo de la multitud.

El siguiente momento es entre la década de los 60 y los 70, caracterizado por las movilizaciones sociales, el surgimiento de discursos contraculturales, el posicionamiento de conceptos como revolución o rebeldía, desarrollados en el seno de la juventud, cuya característica principal es el gestar movimientos de masas conducidos por las propias colectividades juveniles. Además de una utopía comunitaria contra los productos superficiales y los modos de vida de la modernidad, sumada a una experimentación en aspectos como la sexualidad, el uso de drogas o el enriquecimiento de las experiencias personales derivadas de la búsqueda de nuevos horizontes, alejados de los cánones establecidos.

Y el tercero y último, a partir de finales de los 70, definido por el postulado del derecho a ser uno mismo y a la normalización e institucionalización de la autenticidad, debido a que la felicidad se convirtió en la prioridad de todas las personas, pues se promovió la idea de que lo más relevante de la vida de las personas son las calidades de sus experiencias, y las plenitudes alcanzadas a través de ellas, así como el privilegio de la individualidad, a alcanzar el derecho a ser uno mismo y a pensar primero en el yo, antes que en la pluralidad y, por ende, en las aspiraciones subjetivas. Siendo esto último, el eje del que se ha anclado la mercadotecnia, para promover lo auténtico como el plusvalor de su producto.

¿Mejor camino?

De acuerdo con el autor, la efervescencia por la autenticidad ha derivado en una modificación de patrones de consumo a favor del cuidado del medio ambiente, aunque su aportación sea mínima debido a que los mayores contaminadores son las industrias y algunos tipos de transporte; en una educación demoledora de los cánones tradicionales, centrada en la libertad de las personas, pero que podría no fraguar en las necesidades actuales de las personas; en discursos políticos alejados de las formas tradicionales, aparentemente innovadores, pero con un sustento cuestionable y probablemente alejados de información sustentada, y en el surgimiento de corrientes ideológicas respaldadas en la libertad de ataduras de sus líderes, quienes pueden promover animadversiones contra algunos grupos poblacionales o ciertas propuestas polémicas en detrimento de los derechos humanos.

Ante este panorama, el pensador francés propone no confiar todo lo que necesitamos para resolver las preocupaciones de estos tiempos hipermodernos a la autenticidad, pues, en varios sentidos, ha sido rebasada de su enfoque original, y en otros, al reconfigurarse, puede resultar insuficiente.

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