La visibilidad conquistada
El auge actual de la extrema derecha política en diversos países europeos, en el Estados Unidos de Donald Trump o en la Argentina de Javier Milei, obliga a reflexionar sobre las amenazas institucionales que pesan sobre las minorías sexuales en materia de derechos humanos, pero también sobre una representación mediática en la que hombres y mujeres gays así como transexuales y personas no binarias han venido conquistando espacios favorables. A la vista está el gran número de series y películas presentes en las plataformas digitales de entretenimiento, el número de obras de teatro con temática de diversidad sexual, y de modo muy especial la industria fílmica internacional que parece haber desechado, tanto en películas comerciales como en el cine de arte, muchos de los clichés discriminatorios que por largo tiempo tuvieron que soportar las audiencias gays.
El riesgo de que este clima de tolerancia en las artes visuales pueda verse afectado por políticas gubernamentales extremistas es real y nada desdeñable. A continuación, una breve muestra de películas con tema LGBT+ exhibidas el año pasado.
Las reconciliaciones tardías
Dos películas notables –una británica, otra sueco-georgiana–, abordan el tema del perdón entre padres e hijos en una reconciliación tardía y en el marco de una disidencia sexual transgresora que los personajes involucrados asumen con dificultades.
El primer título, Todos somos extraños (All of Us Strangers, 2023), del realizador inglés Andrew Haigh (Weekend, 2011; 45 años, 2015), describe el rencuentro fantástico del protagonista Adam (Andrew Scott), un hombre homosexual de cuarenta años, taciturno y solitario, con sus padres fallecidos más de un cuarto de siglo antes. Sorprende la audacia del director, también guionista, quien en colaboración con el novelista japonés octogenario Taichi Yamada, adapta la novela Deconocidos de este último, con la libertad de transformar en un protagonista homosexual al personaje que en el relato literario era un heterosexual divorciado que en el Tokio de los años ochenta que descubre a una pareja de ancianos muy parecidos a sus padres muertos años atrás. Con estos cambios en la adaptación de la historia, Andrew Haigh se permite ahora evocar la vieja deuda moral jamás saldada entre los padres de Adam, quienes nunca aceptaron la orientación sexual de su hijo, para protegerlo de males funestos jamás especificados, exponiéndolo a otros muy reales como la homofobia y un aislamiento social capaz de frustrar su pleno desarrollo afectivo. Andrew ha aprendido, sin embargo, a manejar con lucidez y desenfado su experiencia de paria sexual, y con satisfacciones libremente elegidas, algo que manifiesta ahora a sus padres fallecidos, sin un asomo de reproche y con una tolerancia mayor a la que ellos pudieron dispensarle siendo él un adolescente, y ellos, dos padres confundidos. Retrato intenso de una relación filial malograda por la incomprensión y por la muerte.
En el segundo título, Caminos cruzados (Crossing, 2024), del director sueco de origen georgiano Levan Akin, una mujer sexagenaria, Lia (Mzia Arabuli), parte de Georgia a Estambul en busca de su joven sobrina Tekla, quien tuvo que abandonar casa y familia por el maltrato debido a su condición de mujer transexual. Auxiliada en su pesquisa por Achi (Lukas Kankava), un simpático joven turco de 20 años, Lia descubrirá el lado oscuro, alejado de todo folclor turístico, de una ciudad cosmopolita donde coexisten una gran diversidad de razas y lenguas, y también de identidades sexuales.
Se adentra así la maestra jubilada en un territorio marginal para ella desconocido y en el que, en medio de prostitutas, proxenetas y transexuales, pudiera haber encontrado su sobrina un refugio más tolerante y amable. El viaje a Estambul será para Lia y su joven acompañante Achi, una intensa experiencia de aprendizaje.
La cinta jamás incurre en soluciones melodramáticas o inverosímiles, y mantiene siempre un tono de comedia agridulce, con notas de ironía mordaz, y un llamado, apenas encubierto, a hacer prosperar un clima de tolerancia mayor en una región de Medio Oriente, muy propensa a fomentar la opresión física y moral de un fanatismo religioso.
Transexualidades opuestas
Kenya Cuevas, activista transexual, es la protagonista de Kenya (2022), un documental de la realizadora Gisela Delgadillo, que relata cómo, habiendo sido testigo directo de la ejecución de Paola Buenrostro, su amiga y compañera de trabajo sexual, Kenya tuvo que sufrir no sólo interrogatorios penosos y prejuiciados, sino el agravio mayor de presenciar el acto de impunidad que permitió la liberación del criminal y ver también trastocada la condición de víctima de su amiga por la suposición, jamás fundada, de haber sido ella responsable de su propio asesinato por haber provocado al cliente o por haberse ella misma infligido el disparo mortal. Tomando a contrapelo las versiones falsas que difunde la prensa amarillista y el embate de estigmatización que emprenden las autoridades, Kenya inicia una estrategia de resistencia, multiplicando protestas callejeras y bloqueos viales, a lado de otras compañeras trans que reconocen su creciente empoderamiento social, al punto de llamarla madre y quedar atentas a su liderazgo. “Nuestra mayor venganza será ser felices”, es el lema elegido por Kenya para dar un sentido moral a su lucha política contra la transfobia
En un polo opuesto a esta narrativa de orgullo trans, figura la cinta francesa Emilia Pérez (2024) de Jacques Audiard, la cual propone como trama inverosímil la caprichosa transición de género a la que se somete un poderoso narcotraficante, apodado Manitas, para convertirse en Emilia Pérez, una dama altruista que pronto se unirá al contingente de madres de desaparecidos, algunos víctimas del propio Manitas vuelto aquí una madre justiciera. El guion disparatado pierde su resto de coherencia al mezclar precipitadamente y sin fortuna los géneros de cine más dispares, desde el musical hasta el melodrama y el cine negro. Cineastas como Almodóvar, Xavier Dolan o Francois Ozon habrían conducido a mejor puerto esta historia original y delirante.
Un dipsómano enamorado
Para filmar Queer (2024), su largometraje más reciente, a partir de la novela homónima de William Burroughs, el realizador italiano Luca Guadagnino (Llámame por tu nombre, 2020), eligió el escenario fantasmal de una Ciudad de México en los años cincuenta, reconstituido en los estudios romanos de Cineccità. Más que una reproducción urbana realista, el director sugiere la atmósfera de decadencia y desasosiego que agobia al trasterrado gringo William Lee (Daniel Craig), bohemio alcohólico, presa de una incontinente pasión amorosa por el displicente y joven vividor Allerton (Drew Starkey). En lugar de una adaptación fiel de la novela, Guadagnino se propone algo más arriesgado: un acercamiento a la personalidad y a las vivencias alucinantes del Burroughs literario. El resultado es artísticamente desigual, aunque la intención no deja de ser temeraria.