Una líder visionaria
—Si no quieren que desaparezca el Programa, recomiéndenme a alguien que lo encabece.
—Yo conozco a la persona indicada, pero tendrá que hacer toda una labor para convencerla.
—Déjenmelo a mí, yo me encargo. ¿Quién es?
—Es la doctora Andrea González. De entrada, se va a negar, pero usted insista.
El doctor Manuel Ahued, entonces secretario de Salud de la Ciudad de México (CDMX), cogió de inmediato el teléfono y marcó el número que le facilité. Y en efecto, su poder de convencimiento dio resultados. No en esa llamada, desde luego, Andrea González es una mujer de principios bien arraigados que no se deja seducir a la primera.
Corría el año 2008 y el doctor Ahued tenía planeado desaparecer el Programa de VIH de la ciudad, Arturo Díaz Betancourt y yo lo convencimos, con buenas razones, de lo contrario. Andrea González dudaba de ser ella la persona indicada para asumir el reto de enfrentar a la epidemia de VIH en la capital del país, la más golpeada por el virus. El tema no le era para nada ajeno. Ocho años atrás, en el año 2000, empujamos juntos la creación de la Clínica Condesa, especializada en la atención de personas con VIH que no contaban con seguridad social. Esta vez le tocaría encabezarla.
Y así fue. Dotada de una extraordinaria visión estratégica, la doctora González muy pronto demostró su talento y capacidad. Levantó el Programa de VIH, prácticamente inexistente, y la Clínica Especializada Condesa (CEC) del desastre en que los recibió. A la larga, logró construir todo un modelo eficaz y humanista para dar respuesta a una epidemia de la complejidad del VIH. Con su inesperada renuncia, luego de 16 años de extraordinaria gestión, se cierra una etapa que no vacilo en calificar de heroica.
Dotada de una extraordinaria visión estratégica, la doctora Andrea González demostró su talento y capacidad al frente del Programa de VIH de la Ciudad de México, el cual era prácticamente inexistente a su llegada. También sacó a la Clínica Especializada Condesa del desastre en que la recibió.
Las comunidades, el centro de la atención
Una vez instalada en su nuevo cargo, sin estructura formal y con pocos recursos, Andrea González agarró al toro por los cuernos y echó a andar el primer programa, al que llamó Ponte a prueba, con la instalación de servicios integrales en los centros penitenciarios de la ciudad, donde la mortalidad por sida era muy alta.
—Las cárceles son uno de los focos de diseminación del virus, si tú logras controlarlo ahí, vas a tener un impacto también fuera, por la constante entrada y salida de internos—, me dijo con esa contundencia y pasión que la caracteriza. Y lo hizo basada en el principio de que la población interna tiene el derecho a recibir una atención de calidad y equivalente a la que se brinda fuera de las prisiones.
De ahí no paró, se sucedieron un programa tras otro. Así creó los programas: Punto seguro, dirigido a los trabajadores sexuales; Clínica santuario, a la población migrante y en movilidad; Reducción de daños, para atender a la población callejera; Clínica transgénero, con la dotación de tratamiento de reemplazo hormonal; Sobrevivientes de violencia sexual y de género, con anticoncepción de emergencia e interrupción del embarazo incluidas; Clínica Cometha, dirigido a personas con consumo problemático de drogas ligado a las prácticas sexuales, entre otros.
Andrea entendió de inmediato que, para enfrentar a una epidemia tan estigmatizada, transmitida sexualmente en mayor medida, tenía que saltarse los principios de la epidemiología tradicional y aliarse al activismo comunitario, sólo de esa manera podría atraer a los grupos de la población más marginados, estigmatizados y afectados por el virus a los servicios preventivos y de tratamiento.
Creó toda una red de servicios comunitarios, apoyando los esfuerzos de las organizaciones civiles. Hizo partícipes a los colectivos y activistas del VIH en los servicios de diagnóstico, prevención y vinculación a tratamiento. Y se atrevió a más: instaló oficinas de derechos humanos, gestionadas de manera autónoma por una organización civil, para erradicar la discriminación al interior de las CEC. E incluso fomentó la creación del Consejo Ciudadano en VIH de la CDMX, integrado por organizaciones civiles, con el fin de coordinar con ellas la respuesta comunitaria a la epidemia en la ciudad. Fue así como convirtió a las CEC en verdaderos espacios comunitarios donde se expresaron incluso actividades festivas de índole artístico-cultural. Ese perfil comunitario es lo que las caracteriza y las distingue de los centros de salud tradicionales.
Pero la doctora Andrea no sólo se alió con las organizaciones sociales, lo primero que hizo al asumir el cargo fue contactar a las y los especialistas médicos más comprometidos y destacados en la atención del VIH de los Institutos Nacionales de Cancerología, Enfermedades Respiratorias y Nutrición e invitarles a colaborar. Fue así como llevó la investigación científica de primer nivel a las CEC. Instituciones nacionales e internacionales de prestigio realizaron rigurosos estudios de carácter clínico, epidemiológico y de comportamiento en beneficio de la población usuaria, con lo que la fama de la CEC alcanzó una proyección internacional, siendo percibida, por sus características novedosas y peculiares, como un modelo integral de atención en VIH. Por esta razón ha sido invitada a transmitir su experiencia a instituciones de salud de otros países, sobre todo de Centroamérica.
Bajo su dirección, la clínica alcanzó una proyección internacional, siendo percibida, por sus características novedosas y peculiares, como un modelo integral de atención en VIH.
El final de un liderazgo visionario
—Andrea, si estás dispuesta, rompemos el cerco del sindicato, formamos una valla y te metemos a como dé lugar a la Clínica—, me arriesgué a proponerle.
Hacía dos días que un grupo rijoso de sindicalizados no le permitían el ingreso a la CEC, apañados en la entrada. El enfrentamiento con el corrupto líder sindical había escalado ante la negativa de la doctora González de ceder a sus intentos de nepotismo. Pretendía colocar a sus incondicionales en las plazas médicas vacantes.
No creí que fuera a aceptar, por lo arriesgado de la acción, pero sin vacilar me dijo “va”, y de inmediato nos organizamos. Convocamos a activistas y a pacientes, los hombres formamos una valla en el patio de la Clínica, mientras afuera las mujeres acuerparon a la doctora Andrea antes de intentar con éxito romper el cerco. Fueron momentos muy tensos, los del sindicato amagaron con traer refuerzos, pero finalmente desistieron ante el gran apoyo mostrado a la doctora por pacientes y activistas.
Mujer excepcional y servidora pública atípica, Andrea González no se arredra ante nada. Siempre dispuesta a saltarse normatividades y reglamentos obsoletos si obstaculizan el acceso de las personas a los servicios de salud, corriendo riesgos de ser sancionada. Con una visión muy ceñida a los derechos humanos, echó a andar protocolos y programas centrados en las personas antes que en el cumplimiento de reglamentaciones burocráticas. De esta manera, instruyó el inicio inmediato de tratamiento a personas con seguridad social diagnosticadas VIH, positivas debido a la dilación de los tiempos de atención en el IMSS y el ISSSTE, y siguió atendiendo en la CEC los casos más delicados; estableció el programa Clínica santuario para brindar tratamiento a las personas migrantes con VIH; fue la primera institución mexicana en brindar la profilaxis pre-exposición al virus, conocida como PrEP, muy eficaz en la prevención del VIH que consiste en la prescripción de medicamentos antirretrovirales a las personas negativas al virus, y los distribuyó por medio de la red de servicios comunitarios que ella misma organizó con el fin de alcanzar a las poblaciones más marginadas y excluidas, que es donde se concentra la epidemia.
Por todo eso y más, en lugar de apoyo, padeció hostilidades por parte de algunas autoridades de Salud, como la directora del Censida de la pasada administración, quien llegó a amenazarla con denuncias penales.
Fue de esta manera que Andrea González llevó a cabo una política de salud pública que ya resulta imprescindible: instalar la universalidad de los servicios de detección, vinculación a tratamiento y prevención del VIH, sin importar la afiliación institucional de las y los usuarios, todo ello apoyándose en el principio constitucional del derecho a la salud.
No lo hizo sola, desde luego. Tuvo el tino de conformar un pequeño equipo profesional y multidisciplinario que la acompañó en su periplo. Con su renuncia, se cierra un ciclo y termina el liderazgo más conspicuo y audaz en la historia de la epidemia del VIH en México.