¿Envidia del pene?
Esta frase evoca a Sigmund Freud, el creador del Psicoanálisis, quien allá por 1905 mencionó: “En cuanto a la niñita, no incurre en tales rechazos cuando ve los genitales del varón con su conformación diversa. Al punto está dispuesta a reconocerla, y es presa de la envidia del pene, que culmina en el deseo de ser un varón, deseo tan importante luego.”
A partir de esta observación han corrido ríos de tinta, sin haber realizado investigaciones para corroborar tan atrevida afirmación, que se convirtió en sentencia. A principios del siglo pasado Freud, en el volumen XX de sus Obras completas reiteró:
“Pero hemos discernido que la niña siente pesadamente la falta de un miembro sexual de igual valor que el masculino, se considera inferiorizada por esa falta, y esa «envidia del pene» da origen a toda una serie de reacciones característicamente femeninas”.
Muchas féminas, aceptaron tal envidia del pene; pero antes de que despotriquen contra ellas piensen que fueron educadas en un sistema patriarcal, por lo tanto, no podían pensar de otra manera. Valoremos a las mujeres que han escapado de ese paradigma y luchan de forma indecible, no sólo por su propia liberación si no también por la de sus congéneres.
En el 2020, Rodríguez, en el artículo: “Debates en torno a la envidia del pene: los aportes feministas de Juliet Mitchell y Luce Irigaray”, hizo una pregunta por demás interesante: “…¿es la envidia del pene realmente un fenómeno clínico o se trata de un prejuicio freudiano a partir del cual el psicoanálisis condena a la mujer a un imaginario signado por la falta?”. Se partía de que tener pene era lo importante, sólo por un instante pensemos que la cosa hubiera sido al revés, de haber sido la vulva lo destacado, los hombres tendríamos envidia de ella.
Karen Horney, una de mis autoras favoritas (no sólo por su apellido), palabras más palabras menos dijo que las mujeres envidiaban la independencia masculina, más que el pene y señaló que algunos de sus pacientes externaban una envidia por no poder dar a luz.
Apenas en el 2020 Rowland y Jannini, comentaron que Wilhelm Reich, uno de los discípulos más brillantes de Freud, no estuvo de acuerdo con aquello de la envidia del pene pues: “…para él, el orgasmo femenino era tan importante como el orgasmo masculino. Una vez más, el placer femenino, así como el papel del clítoris y el de la vagina, parecían estar estrictamente relacionados con la cultura”. Muchas de las propuestas, de Freud han sido descartadas, por ejemplo, el Complejo de Edipo.
Bernie Zilbergeld, psicoanalista estadunidense que ha escrito mucho sobre sexualidad masculina, decía en 1999 que las mujeres no tenían envidia del pene, salvo cuando salen de campamento, y alguna le comentó: “¿Por qué querría una cosa así colgando entre mis piernas? Tendría miedo de sentarme en él”. Cierto, porque algunas autóctonas en nuestro país pueden orinar de pie sin que el resto de la gente lo note, salvo por el rastro húmedo, y eso del temor a sentarse sobre el pene, no dudo sería el sueño de infinidad varones.
Entre los hombres, ocurre algo parecido al título de este escrito; por eso los inodoros masculinos, como caballerizas, evitan desagradables salpicaduras, pero también y quizá más importante: miradas indiscretas cargadas de incredulidad, envidia o hasta coquetas.
La mayoría de los hombres alguna vez se ha sentido preocupado por el aspecto de su pene; más del 90% teme poseer una miseria de órgano; otros creen que lo tienen muy delgado; o muy grueso, o que se va demasiado hacia la izquierda o a la derecha (vamos, peor que partido político) o que no tiene la suficiente fuerza para penetrar. En fin, la inconformidad instalada en la cotidianeidad.
Hace siglos se afirmaba que el coraje, la fuerza y el valor residían en el corazón y caracterizaba a los hombres, actualmente las cosas han cambiado a tal grado que un varón para presumir que es muy valiente alardea diciendo que tiene muchos testículos, bueno, huevos. ¿A qué obedeció el descenso del valor, es decir, del corazón a los genitales? Quizás nunca lo sepamos, pero una hipótesis podría ser que de esa manera se garantiza que sólo los hombres son valientes, o dicho de forma más cruda, que las mujeres no pueden serlo porque no los tienen.
Si como dicen por ahí a los hombres se les incrusta el chip de la competitividad desde que nacen, es entendible que quieran poseer el pene más grande, cuando menos del grupo donde se desenvuelven. Agregaré las confesiones que algunos, entrañables amigos me hicieron y aceptaron su publicación, siempre y cuando guardáramos su identidad. Cualquier semejanza con algún conocido tuyo es pura y merita coincidencia.
A partir de la premisa de la envidia del pene han corrido ríos de tinta, sin haber realizado investigaciones para corroborar tan atrevida afirmación, que se convirtió en sentencia.
Testimonios
M: “Las clases de educación física eran terribles, sobre todo, al final pues debíamos de bañarnos. Me daba pena que me vieran desnudo, apenas me estaba desarrollando. Mis piernas eran flacas con las rodillas todas cabezonas. Estaba todo plano, se me podían contar todas las costillas y tan lampiño que de burla decían que me hiciera un injerto de axila de cualquier español, en la cara y en el pecho. Pero lo peor era que me vieran el aparato; yo no sé porque en esas ocasiones se me hacía más chiquito; por ello inventé una estrategia: me quedaba hasta el último y luego me envolvía la toalla alrededor de la cintura, me dirigía a las regaderas y si las tallas peneanas eran similares a la mía me desnudaba y me bañaba; pero si veía a algún cuate con un pene muy desarrollado argumentaba que me bañaría en mi casa por temor a contagiarme de pie de atleta”.
V: “Tenía como 15 años y no sabía si el tamaño de mi pene era normal, desde luego nunca pregunté porque de ello jamás se hablaba en serio; en la secundaria los cuates presumían que lo tenían gigantesco y al escucharlos me sentía peor. Recuerdo aquellas tardes en que me lo medía, aquí entre nos, los resultados variaban de acuerdo a sí me hundía: nada, regular o poco la regla. Sufrí mucho en esos tiempos y nadie me ayudó”
N: “Para que creciera el pene algunos decían que había que masturbarse diario, pero unos días después escuchaba burlas de que fulanito tenía tantos barros por exceso de masturbación, para acabarla de amolar podían sugerirle a un cuate que se masturbara para no tener tantos barros. Fue mi juventud una época de gran confusión. Igual una vez un cuate dijo que le habían contado que colgándose cosas en el pene se estiraba, eso sí no me atreví a hacerlo por temor a lastimarme”.
A: “Mis primeras relaciones las tuve con la luz apagada, pero no era por romanticismo, más bien, me daba pena que se percatara de mi pequeña talla. Ni sé cuanto me duró el complejo, creo que dejé de chivearme cuando me di cuenta de que ellas ni en cuenta tomaban el tamaño y aunque ahora ya ni me preocupo, recuerdo con tristeza cuantas veces me sentí mal por considerar que estaba defectuoso de mi pene”.
Puede estremecer y extrañar escuchar a esos varones exteriorizar su sufrimiento, pues siempre se jactaban del tamaño de sus genitales. Algunas féminas con frecuencia fantasean con estar en la cama con un varón de medidas genitales al menos L y de preferencia XL, sin embargo, hay bastantes quejas de dolor por parte de mujeres que tuvieron relaciones con hombres con pene grande.
"Se partía de que tener pene era lo importante, pero sólo por un instante pensemos que la cosa hubiera sido al revés, de haber sido la vulva lo destacado, los hombres tendríamos envidia de ella".
Conclusiones
Las y los profesionales, serios, de la Sexualogía no hablan de medidas, prefieren señalar la existencia de algunos casos (micropene), los cuales requieren asesoría a cargo de profesionales especializados.
La realidad es que la mayoría de los varones tienen penes de tamaños normales, aunque, eso sí, la obesidad hace que el pene se vea más pequeño de lo que es en realidad.
Pero más allá de tamaños, algo que casi nunca toma en cuenta el hombre es su calidad de amante, y por encima de ello su estilo para convivir con su pareja, mas no sólo en el ámbito del erotismo y la sexualidad, sino en todos los aspectos de la vida. Olvidemos las medidas y atrevámonos a dar y recibir placer, teniendo clara conciencia del derecho a pedir, sabedores, eso sí, de que no siempre se nos concederá lo que queremos.
*Terapeuta sexual
Grupo Interdisciplinario de Sexología