Por un mundo disfórico
La COVID-19 aceleró un contexto de control cibernético, necropolítico y farmacopornográfico, por lo que el mundo está en transición, viviendo un desplazamiento epistemológico, tecnológico y político, acrecentado por los entornos digitales, redefiniendo la soberanía de los cuerpos y compartiendo un panorama similar al de los siglos anteriores en cuanto a las nociones de destrucción del planeta en aras del beneficio de los seres humanos sin tomar en cuenta a todas las otras especies.
Lo que ocurrió en una ciudad china, de cuya existencia muchas personas no tenían noción, provocó que por muchos meses, todo el mundo se convirtiera en Wuhan, epicentro del nuevo coronavirus, pero también de una maximización de los mecanismos de la biopolítica, esos veladores del control de los cuerpos para establecer cuáles son útiles y cuáles no, aquellos a los que les puede sacar provecho el sistema vigente.
La disforia ha sido interpretada médicamente como un dejo de locura, una enfermedad mental, un trastorno aún inscrito dentro de las listas de padecimientos mentales por atender. En general, en cuestiones asociadas al género, una disociación entre el cuerpo, la mente y el alma. Pero el concepto podría ser más amplio que lo dicho por la clínica si se parte de reflexiones sobre el cuerpo, no en un sentido anatómico, sino político, más en específico, político vivo.
Esa es la mirada del filósofe español Paul Preciado, quien se ha autodefinido como un hombre trans no binario. Su obra ha estado siempre atravesada por su proceso personal, por lo que recientemente decidió retomar esa perspectiva disfórica, que sale de las prescripciones normativas de la sociedad binaria heteropatriarcal, causante de un diagnóstico como la disforia de género, y se pregunta ¿y si la disforia de género no fuera una enfermedad mental sino una inadecuación política y estética de nuestras formas de subjetivación en relación con el régimen normativo de la diferencia sexual y de género?
Ante la situación, plantea el concepto de dysphoria mundi, objeto de su más reciente libro homónimo, como esa resistencia de una gran parte de los cuerpos vivos del planeta a ser subalternizados dentro de un régimen de conocimiento y poder petrosexorracial. De hecho, parte de la noción de disforia se desprende de la imposibilidad de comprensión por lo que epistemológicamente puede representar nuevas formas de vida anunciantes de un nuevo régimen de saber y de conocer, en ruptura con el régimen epistemológico actual, y un nuevo orden político visual con respecto a la transición planetaria.
Retomando al pensador alemán Gunther Anders, advierte que la única forma de salir de la hegemonía es darle vuelta a sus propias categorías para eliminar las jerarquías y las diferencias. Los modos pueden ser muchos, pero su ruta es de corte disfórico, eliminando toda aquella perspectiva binaria en la que hay bien o mal, blanco o negro, mujer u hombre.
El filósofo español Paul Preciado traslada el concepto de disforia, esa palabra usada en la psicología para señalar la disociación entre la mente y el cuerpo, hacia un fenómeno social que está destruyendo las estructuras de poder hasta hoy conocidas.
Contexto social
Para el autor, nos encontramos en un momento de capitalismo petrosexorracial, es decir, aquel modo de organización social y aquel conjunto de tecnologías de gobierno y de representación que surgieron a partir del siglo XVI con la expansión del capitalismo colonial y de las epistemologías sexuales y raciales desde Europa a la totalidad del planeta. La tecnología de gobierno aplicada para este sistema es la clasificación social conforme a especie, raza, género y sexualidad, justificando la destrucción de los ecosistemas y la dominación de unos cuerpos sobre otros, pues sin cuerpos subalternos y sin explotación indiscriminada de los recursos, el capitalismo no habría sido ni es posible. A nivel cultural, se sustenta en la destrucción del ecosistema, la violencia sexual y racial, el consumo de energías fósiles y el carnivorismo industrial, aunado al negacionismo, esas corrientes de pensamiento obstaculizadoras del reconocimiento del cambio climático del planeta, pero también del género y de la diversidad sexo-genérica, por lo regular, con una agenda común, sustentada en una visión patriarcal a favor de la explotación de todo aquello ajeno a lo normado.
Y en cuanto a política, pervive la noción de la biopolítica en el sentido de fabricar cuerpos para hacerlos trabajar en beneficio del sistema, por lo que en esos discursos destructivos permea la idea de la gestión de la vida y de la muerte de los cuerpos bajo ciertos paradigmas. Pero, a diferencia de otros momentos históricos, en los que se establecían parámetros de la muerte o de los cuerpos que deberían ser desechados, ahora se conjuntan las nociones de vida y de muerte, incurriendo en una necrobiopolítica, donde lo mismo se apela a la vida que al final de la misma
Antagonismo
En los tiempos en que vivimos, los mecanismos de explotación ecológica y de dominación somatopolítica (a través de la segmentación de los cuerpos por género, raza, edad, entre muchas otras categorías) no sólo son ejecutados a través de las tecnologías gubernamentales, también lo hacen a través del internet, propiciador de un nuevo marco político en el que se reactivan todas las formas de explotación existentes a lo largo de diferentes épocas de la humanidad.
En esta arena digital se confrontan dos posturas: el colapso epistémico del paradigma petrosexorracial y de sus nociones centrales impulsado por las prácticas de destitución del imaginario colonial y los procesos de despatologización de la homosexualidad y la transexualidad, la lucha contra el feminicidio, la violación y el incesto como formas de gobierno constitutivas del régimen patriarcal y heterosexual o la formación de nuevas configuraciones tecnopatriarcales y tecnocoloniales a través de alianzas inéditas entre formas arcaicas de poder soberano masculinista y supremacista blanco con las nuevas tecnologías genéticas, de la comunicación, cibernéticas y de la inteligencia artificial.
Estas últimas están a cargo de los cuerpos históricamente violentados por el color de su piel, su tamaño, su género, su orientación sexual, su identidad, su ubicación geográfica y muchos otros factores, que, al paso del tiempo, les han segregado, pero a la vez, son su alimento para poder ser los agentes revolucionarios, los cuerpos gestores de un giro global total.
Todo se conjunta con la noción de “parar el mundo”, pero no sólo como se detuvo con la pandemia de COVID, sino en el sentido pluriversal de diferentes visiones, recuperando las nociones de los pueblos originarios, de valorar todos los cuerpos o propiciar actos de resistencia.
Simbiosis
En medio de este panorama se puede inscribir un cuerpo político capaz de propiciar rupturas en el cíclico devenir del capitalismo. Para eso, requiere de la disforia como esa herramienta de resistencia a la normalidad y al dolor de la estética capitalista, siendo esta última ese habitus petrosexorracial, pensándola como una forma de habitar el mundo sensible y la regulación y política de los sentidos y los cuerpos.
Lo anterior conformado en una somateca, ese cuerpo vivo y colectivo, como lugar de la acción política y del pensamiento filosófico, un archivo político vivo en el que se instituyen y destituyen formas de poder y de soberanía en la que se encuentran las categorías en las que se ha clasificado a la humanidad por siglos: género, raza, discapacidad, sexualidad. Pero que pueden ser contrarrestadas con una visión de descarbonización, despatriarcalización y descolonización.
Todo esto se conjunta con la noción de “parar el mundo”, pero no sólo como se detuvo con la pandemia de COVID, sino en el sentido pluriversal de diferentes visiones cosmopolíticas, recuperando las nociones de los pueblos originarios, de valorar todos los cuerpos, propiciar actos de resistencia, generar mutaciones sociales e institucionales y pasar de una mutación forzada a una individual y colectiva sustentada en los intereses comunes.
Pero la posibilidad de una revolución, más que requerir de un cuerpo o un sujeto como tal, necesita de un simbionte político, asumiéndole como una asociación que un organismo establece en relación con otro u otros organismos para sobrevivir, asociaciones muy necesarias en momentos en que el capitalismo está en la antesala, si no es que ya la sobrepasó, de las ruinas.
Dicha noción el autor la retoma de la biología, significante de una asociación de seres vivos de diferentes especies, denominados simbiontes, con la finalidad de que al menos, uno de ellos obtenga beneficio de los otros, pero sobretodo, saquen provecho de la vida en común.