El pretexto pasional
La ira se refleja en la cara del grabado para representar al señor Abegg mientras descarga una pistola en contra de su exesposa, María de Jesús Méndez. La crónica de la hoja volante narra que el enfurecido hombre decidió agredir a su expareja mientras discutían en un café. Ella intentó huir, pero fue alcanzada después de que el agresor rompiera una ventana. Al detonarse el arma, una bala se alojó en el hombro de ella, pero él pensó que la había matado, por lo que inmediatamente se suicidó.
La escena ocurrió en septiembre de 1893 y fue inmortalizada por el grabador José Guadalupe Posada para llenar de contenido a los pasquines que solían compartirse en el espacio público o pegarse en las paredes. No fue el único en su tipo que publicó el prolífico artista gráfico. En varios trabajos más se aprecia a hombres utilizando armas blancas para lastimar a una mujer o a mujeres peleando entre ellas. En la mayoría de los textos acompañantes de los grabados se leen palabras como “horroroso”, “diabólico” y “pasional”.
Fuera de sí
Desde el siglo XIX, pioneros de la criminalística como Cesare Lombroso o Enrico Ferri establecieron un vínculo entre lo pasional o emocional y lo irracional, por lo tanto, determinaron que hay quienes cometen crímenes ante su imposibilidad para controlar sus emociones. Más bien, por el contrario, le dan rienda suelta a las mismas, dejando atrás la virtud del autocontrol y la “estabilidad emocional”.
A estos transgresores de la ley les denominaron como “delincuentes pasionales”, cumpliendo con características como no tener rasgos físicos delincuenciales concretos, tener entre 20 y 30 años y desarrollar ciertos sentimientos, un amor inconmensurable o sentirse obsesionados por la víctima.
Después de haber cometido el delito, muestran signos de arrepentimiento a través de la confesión del crimen, el cual, fue motivado, por las pasiones desatadas ante una determinada situación. En la mayoría de los casos, la reacción estaba relacionada a cuestiones amorosas, aunque en muchas ocasiones, implicaba cegar la vida de quien provocó el despecho.
En el caso del amor, desde el siglo XVIII se modificó su percepción, surgiendo la figura del “amor romántico”, centrado en la figura del matrimonio, la familia, el deseo de una vida en pareja, la posesión eterna del uno por el otro y la felicidad sustentada en el establecimiento de una vida en común. En un principio, entre un hombre y una mujer, y en una versión actualizada, entre dos personas.
Pero, cuando se transgreden esas formas de amor, esas normas implícitas, mas no explícitas, se detonan obnubilaciones, y tras ellas llega el desastre, el caos, la explosión de la ira y el cúlmen fatídico, por lo regular, de una mujer, quien transgredió los límites amorosos sociales.
Lo rojo
Muchas de estas situaciones han sido expuestas en los medios de comunicación a través de notas que por su cariz y su tono comenzaron a ser llamadas como “nota roja”, emulando lo que se publicaba en diarios sensacionalistas de Francia e Inglaterra, en los que se resaltaban crímenes que trastocaban a la sociedad. En el caso de México, a partir de finales del siglo XIX comienzan a aparecer en los periódicos hasta tener un auge en la década de los 70 y los 80 del siglo XX.
Sobre estas notas, Carlos Monsiváis destacaba que en ellas, se buscaba resaltar “la ocasión esplendente del morbo, la ‘normalidad’ reducida en las fotos a poses que le dan la bienvenida al escándalo y la muerte, el morbo que desearía exorcizar a la violencia urbana, la lectura con ánimo retrospectivo que imagina los instantes climáticos -la víspera de los velorios- cuando estallan las pasiones, y la locura, la codicia, la pérdida de los sentidos, los celos, la lujuria, son los incentivos de la voluntad inesperada”.
Este tipo de noticias tenían el objetivo de despertar el morbo, invadir la intimidad de quienes están involucrados en el crimen, cuestionar la corrupción de los valores y hacer gala de la mala suerte y el vacío moral.
Desde el siglo XIX, pioneros de la criminalística como Cesare Lombroso o Enrico Ferri establecieron un vínculo entre lo pasional o emocional y lo irracional, y afirmaron que hay quienes cometen crímenes ante su imposibilidad para controlar emociones. Estos son los "crímenes pasionales".
Las pasiones desatadas
En los textos de estas notas se inmortalizó la figura del crimen pasional, que de acuerdo con Saydi Nuñez, consiste en “un homicidio que ocurre entre personas vinculadas en una relación íntima amorosa y que es motivado por una repentina alteración de la conciencia a causa de los celos, la infidelidad y la defensa del honor”. El término data de la Francia del siglo XVIII, creado para definir a “un acto de violencia extrema entre dos personas vinculadas en una relación íntima y causado por una repentina alteración de la conciencia provocada por sentimientos como los celos, la ira o el desengaño”. Y debido a que se consideraba asociado a los sentimientos, no era sancionado de forma grave, pues se creía que quien lo cometía, difícilmente reincidiría en un crimen de esa magnitud.
Desde la antropología, Myriam Jimeno explica que la violencia es un acto expresivo en el que se delinean diferencias sociales configuradas conforme a un entorno sociocultural. Y de igual manera, las emociones son parte de una contextualización social adecuada conforme a cierto tiempo y espacio.
Sin embargo, plantea Jimeno, en muchas ocasiones, el señalar como mecanismo de activación de un acto de violencia a las emociones representa “un mecanismo de ocultamiento de los pensamientos y sentimientos socialmente aprendidos que llevan al uso de la violencia”.
Por esas razones, añade la antropóloga colombiana, al involucrarse las pasiones como parte del detonante de un crimen, en concreto, el asesinato, se atenúa su gravedad, al considerar que quien lo cometió “estaba fuera de sí”, pero de manera momentánea, mas no definitiva.
Lo anterior, sobre todo, si el victimario es hombre, pues históricamente se ha considerado que las emociones nublan por unos instantes su capacidad de raciocinio y cae en conductas, que, en otro momento, jamás hubieran ocurrido, pero la combinación de sensaciones motivadas por alguna problemática detona un “estado alterado de conciencia”.
Por lo tanto, no se toma en cuenta que “la violencia como acción intencional de causar daño a otro no puede entenderse como el producto exclusivo de estados de alteración emocional, sino que en su empleo inciden, inseparablemente, creencias, percepciones y valores de origen histórico-cultural”. Siendo parte de esa estructura ideológica el amor, configurado y delimitado de diversas maneras, pero que, en su construcción, suelen establecerse y perpetuarse roles y jerarquías de género.
En este último rubro, con unas pinceladas de género, se identifican diferencias entre los hechos realizados por las mujeres, quienes suelen planear sus acciones, y los hombres, quienes accionan al calor de sus emociones y de “un descontrol mental momentáneo”.
En los casos en los que el crimen ocurría en el seno de una pareja heterosexual, suelen alegarse sus orígenes en la noción de honor del hombre, esa imposibilidad de ver “arruinada” su reputación social como consecuencia de una infidelidad o de una ruptura amorosa. Pero, cuando el escenario sentimental es diferente y están involucradas dos personas del mismo sexo, las construcciones hipotéticas son distintas.
Según la antropóloga colombiana Myriam Jimeno, al involucrarse las pasiones como detonante de un crimen, en concreto, el asesinato, se atenúa su gravedad, al considerar que quien lo cometió “estaba fuera de sí”, pero de manera momentánea, mas no definitiva.
Prejuicio homofóbico y pasional
La tarde del 6 de julio de 2010, Óscar acudió a la casa de Jacobo, su pareja durante cinco años. Un rato después ambos salieron juntos del lugar y se separaron en la calle. Minutos más tarde, Óscar regresó al domicilio porque olvidó algo y se encontró con su pareja acompañado de otro hombre a quien dijo que conoció por internet. Sin más, Óscar se retiró del lugar.
Al día siguiente, acudió al departamento y encontró a Jacobo sin vida en la recámara. De inmediato llamó a sus familiares y a la policía, quien lo presentó como testigo en el Ministerio Público para describir al joven que estuvo por última vez con Jacobo. La autoridad le tomó la declaración y enseguida lo detuvo en calidad de presunto responsable del crimen por el hecho de ser su pareja.
El 3 de agosto siguiente, un juez le dictó auto de formal prisión por homicidio calificado. Entre tanto, el 9 de agosto, la policía detuvo a Noé, joven de 19 años, quien confesó haber asesinado a Jacobo al negarse a tener relaciones sexuales a cambio de dinero, como acordaron por internet.
En su testimonio explicó que después de su negativa, aplicó a la víctima una llave conocida como “mataleones”, dejándolo inconsciente en el piso. Antes de abandonar el lugar, se robó una computadora y un teléfono celular. Siempre afirmó haber actuado sólo y no haber visto a Óscar más que cuando éste regresó al departamento por alguna pertenencia.
Sin embargo, el 5 de enero de 2012, luego del que el ministerio público (MP) “encuadró” el caso, el Juzgado 49 Penal del DF dictó sentencia definitiva contra Óscar y Noé como culpables del homicidio “con traición y ventaja”, y les impuso una pena de 27 años y seis meses de prisión. Con esta decisión, el impartidor de justicia desestimó el delito de robo y aseguró que fue un “crimen pasional”.
A pesar de la declaración de Noé, el MP argumentó que el cadáver de Jacobo tenía un cabello en la mano “con características similares” al de Óscar, pero nunca se realizó una prueba de ADN para comprobar que realmente era de él.
Tras cinco años de litigio y de la comprobación de inconsistencias recurrentes en la cadena de custodia durante todo el proceso, irregularidades en el dictamen de criminalística, inconsistencias en la mecánica de hechos, inexactitudes en los reportes de los agentes ministeriales, la inexistencia de una prueba contundente que lo vinculara con el asesinato de su entonces pareja y los prejuicios asociados a la orientación sexual de las personas, Óscar obtuvo su libertad.
Natural y pasional
En su disección sobre los crímenes de odio por homofobia, Monsiváis describe que, aunado a la carencia de una investigación formal por parte de las autoridades en la que se tomen en cuenta múltiples factores como la animadversión hacia el quebranto de la heteronorma, la pretensión de eliminar lo que la persona representa, la saña, la violencia desproporcionada, la tortura y la falta de arrepentimiento, se le suma la percepción de que son “crímenes naturales” debido a que son productos de las “pasiones” de los homosexuales, y ellos son muy “pasionales”. Por lo tanto, bajo ese pretexto, para las autoridades, no hay delito que perseguir.