La alopecia o pérdida del cabello se origina desde peinar a diario con colas de caballo muy ajustadas hasta los factores genéticos, el estrés, la edad, los cambios hormonales (como puede ser el postparto) o por algunas enfermedades, como hipotiroidismo, síndrome de ovario poliquístico o lupus.

Si se diagnosticara oportunamente, se podría evitar la caída irreversible del cabello, así como trastornos depresivos relacionados con la estética.

El pelo nace en los folículos pilosos, que se encuentran en la capa externa de la piel. Cada folículo tiene su propia fase de crecimiento de manera independiente. En la fase anágena, el pelo está en desarrollo, mismo que dura de 2 a 7 años. Cuando se encuentran en transición, el cabello y las células empiezan a morir en 2 a 3 semanas. Finalmente, en la etapa telógena el pelo se cae y comienza de nuevo el ciclo (2 a 3 meses). Al alterarse el proceso de crecimiento, sobre todo en la fase anágena, sobreviene una escasez de cabello.

Los tipos más comunes de alopecia, sin importar el sexo de quien la padece, son: areata (caída de pelo en forma circular), frontal fibrosante (se afecta el pelo en zona de la diadema, nuca, cejas), por tracción (tensión excesiva del cabello por peinados tirantes) y androgénica (pelos más finos).

Al observar un retroceso en la línea de cabello, coronilla o cualquier vello del cuerpo, hay que acudir con un dermatólogo, quien realizará un historial clínico, estudios de sangre y biopsia. Normalmente el tratamiento es tópico e individualizado.