Una extrema derecha global — letraese letra ese

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Una extrema derecha global


¿Cómo explicar el embate hasta hoy exitoso de muchos movimientos de la extrema derecha a nivel mundial? ¿A qué atribuir que en las últimas décadas partidos políticos ligados a esa ideología autoritaria hayan ganado fuerza no sólo en los sondeos sino en ámbitos parlamentarios con vocación democrática a los que parecían no tener acceso? Resulta irónico que las mismas fuerzas ultranacionalistas que con mayor encono se habían opuesto a la globalización neoliberal, abogando por los estados naciones, sean justamente las que hoy pretenden elaborar una agenda global para suprimir uno a uno los derechos civiles conquistados por las mujeres y por las minorías étnicas y sexuales.

Los primeros frutos de esta ambiciosa contrainsurgencia mundial están ya a la vista: gobiernos autoritarios e iliberales como Hungría o Polonia restringen las libertades públicas al tiempo que en Italia domina un gobierno ultraconservador y en España se perfila el triunfo electoral de una derecha ligada a un partido fascista. No menos inquietante es la situación en Estados Unidos y algunos países de América Latina. A continuación, un breve repaso de una agresiva embestida ideológica.

El contexto social

En 1989 se vislumbra la posibilidad de un espacio ampliado de libertades democráticas en Europa. Es el año de la caída del muro de Berlín y también del brutal colapso político de la URSS, con su desmembramiento territorial y el fin de su esfera de influencia en países del bloque comunista oriental. En efecto, en la capital de la antigua República Democrática Alemana se advierte el renacimiento de una prensa independiente, los beneficios de la libre circulación de las personas y las ideas, una efervescencia cultural inusitada y el afianzamiento de una cultura de derechos humanos que incluye la actividad abierta de colectivos de diversidad sexual cuya presencia había sido muy acotada, cuando no nula, en la vida política del país. Algo similar se deja sentir en naciones vecinas del antiguo campo pro-soviético.

Este clima de emancipación social y libertad reconquistada guarda semejanzas con un Occidente que comienza a superar los saldos negativos, en materia de derechos humanos, que dejó al término de los años ochenta la ideología neoconservadora impulsada en Inglaterra por Margaret Thatcher y en Estados Unidos por Ronald Reagan y su “mayoría moral”, una doctrina defensora de los valores familiares más tradicionalistas.

Luego de una década de incertidumbre y pánico moral provocada en parte por la expansión de la pandemia del VIH/sida, las fuerzas políticas conservadoras cuestionan los sistemas de bienestar público (en su opinión, contrarios a una buena política económica neoliberal) y de libertades ampliadas para las minorías, mismas que se juzgan moralmente perniciosas por permitir o promover el relajamiento de los hábitos sexuales. Dos fenómenos inquietan particularmente a la extrema derecha de esos años: un pretendido caos económico atribuible a la gestión errática de la Unión Europea, que se agravará con la crisis económica mundial de 2008, y un incremento alarmante del flujo migratorio proveniente en su mayoría de países árabes de confesión musulmana.

Se perfila entonces el fantasma de un temido remplazo poblacional y con él la necesidad de mantener el orden social a todo precio, proponiendo como garantes de ese orden a gobiernos fuertes, jamás debilitados por la tarea desgastante de preservar las libertades públicas.

Las libertades amenazadas

Una investigación reveladora de las periodistas Silvia Blanco y Andrea García Baraja, publicada el pasado mes de junio por el diario español El País, mostró hasta qué punto es hoy ilusoria la idea de una consolidación real de los derechos civiles de la comunidad LGBT+ en el mundo entero. Bajo una lógica perversa, aunque entendible, se percibe que a medida que las sociedades occidentales van extendiendo la protección legal a colectivos de la diversidad sexual, en especial a personas trans, legisladores de varios países europeos y americanos enderezan una embestida cada vez más tenaz para conculcar los derechos de las minorías sexuales o prevenir en lo posible su adopción.

Es el caso reciente de España, donde el gobierno socialista de Pedro Sánchez corre próximamente el riesgo de una derrota electoral, en parte por la promoción que el ala más progresista de su partido ha hecho de los derechos de la transidentidad o el consentimiento del aborto legal en menores de edad. Por su parte, países como Hungría y Polonia prohíben hablar en las escuelas sobre orientación sexual, mientras Italia impide el registro civil de hijos de madres lesbianas. Rusia niega el derecho a cambios de sexo para las personas trans y llega al extremo de investigar la conducta de personas LGBT+, abriendo la posibilidad de crear centros de reeducación para homosexuales. En Estados Unidos, la beligerancia del Partido Republicano incluye en su agenda política una severa restricción de los derechos conquistados impulsando una contrarreforma moral que ya permitió en 2022 echar abajo la ley de protección federal del aborto.

Más allá de los empeños de la derecha judicial y legislativa por coartar los derechos de las minorías, América Latina padece además un fuerte incremento de la violencia antihomosexual y transfóbica, en particular en Brasil, México, Argentina y Colombia, países donde paradójicamente se registran avances notables en materia de defensa de las libertades públicas. De acuerdo con la asociación Trans Murder Monitoring, señala El país, entre 2021 y 2022 se registraron en el mundo 327 asesinatos transfóbicos: 96 en Brasil, 56 en México, 38 en Colombia; es decir, 71 por ciento tan sólo en la región latinoamericana. En la mayoría de los países de África y Oriente Medio, la situación es mucho más dramática: la homosexualidad se castiga con penas de ahorcamiento, lapidación, latigazos, decapitación o pena de muerte.

Una cruzada moral

Si bien la idea apocalíptica de que naciones enteras, pobladas por cristianos blancos, serán invadidas por hordas de inmigrantes indeseados tanto en Europa como en Norteamérica ha sido en las últimas décadas una obsesión predominante del pensamiento de la derecha extrema, pero no lo ha sido menos la idea de la amenaza que para esas mismas sociedades representa una “ideología de género” capaz de resquebrajar irremediablemente la unidad y solidez de la familia nuclear.

El empoderamiento feminista y las reivindicaciones de una comunidad LGBT+ que entre otras cosas reclama su derecho al matrimonio igualitario y a la adopción, son asuntos medulares en los que la derecha, tanto la moderada como la más radical, no está dispuesta a transigir. Las batallas que el pensamiento ultraconservador solía librar a nivel nacional, con la complicidad de grupos religiosos y asociaciones antiabortistas como Provida, con cabildeos políticos limitados y un radio de acción también restringido, hoy se han transformado en una gran fuerza global que procura y consigue conquistar terreno en parlamentos y foros internacionales cada vez más numerosos. Imposible menospreciar el peligro que representa este embate casi viral de la reacción.

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