La violencia más cruel — letraese letra ese

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La violencia más cruel


Andrea tenía tres años de edad cuando su madre, Ángela González Carreño, tuvo que huir de la casa donde vivía con su esposo, Felipe Rascón, luego de que él la atacara con un cuchillo. No era, por supuesto, la primera vez que sufría violencia. A lo largo de veinte años, Ángela había interpuesto 46 denuncias judiciales por violencia familiar, por lo que luego de su separación, en 1996, emprendió otra lucha legal para evitar que Rascón tuviera contacto la hija de ambos, o que al menos, las visitas fueran supervisadas.

“Yo sabía que Felipe acabaría matándome a mí o a la niña, o a las dos”, escribió en 2004 Ángela para el diario El Mundo, uno de los principales en España, país que fue escenario de la tragedia. A pesar de sus súplicas, un juez consideró que Rascón tenía derecho de ver Andrea. El 24 de abril de 2003, uno de los días que indicaba el régimen de visitas, se encontraron en las oficinas de los servicios sociales, donde el agresor solía recoger a su hija. Rascón se acercó a su exesposa y le advirtió: “te voy a quitar lo que más te importa”. Esa misma tarde, el hombre asesinó a la pequeña de siete años con dos disparos en la cabeza y luego se suicidó.

Tuvieron que pasar 15 años, durante los cuales el sistema de justicia rehusó asumir cualquier responsabilidad en el caso, para que el Tribunal Supremo de España reconociera que violó los derechos humanos de Ángela y le otorgara una indemnización por daños morales.

Sin embargo, esto sólo sucedió gracias a la presión de una recomendación emitida por el Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), que analizó el caso y determinó que España había violado los derechos humanos de la denunciante, entre ellos el derecho a no ser discriminada por motivos de género. El organismo recomendó el pago de una indemnización y que el gobierno español adoptara medidas para que los actos de violencia doméstica fueran tomados en cuenta al momento de determinar los derechos de custodia y régimen de visita de los hijos e hijas.

Violencia desplazada

Cuando la pequeña Andrea murió a manos de su padre, ese acto de violencia todavía no tenía nombre. Penalmente, podría haberse considerado un parricidio, esto es, el asesinato de un familiar cercano como el padre, la madre, el cónyuge o los hijos. Sin embargo, se trata de un ataque que va mucho más allá y que está cruzado por la violencia de género.

En 2012, la psicóloga clínica y forense Sonia Vaccaro acuñó el término “violencia vicaria” para explicar todos aquellos actos de agresión que buscan como fin último dañar a una mujer por medio del daño infligido a sus hijos o hijas. Es un tipo de violencia de género donde el agresor concibe a los menores como instrumentos para lastimar a la mujer. Él sabe que dañando a los hijos causará el mayor dolor posible, incluso más que si atacara directamente a la propia mujer.

La violencia vicaria, como las otras formas de violencia machista, busca mostrar poder, o más bien, defender el poder que el agresor cree que le corresponde sobre su pareja. Aún hoy se piensa que “si tu mujer no hace lo que quieres, la puedes castigar”, explicó la psicóloga española Marisol Rojas Fernández, entrevistada por el diario Público.

Cuando un hombre violento siente que está perdiendo el control, se vale de todos los medios para conservarlo, incluso si eso implica una forma de deshumanizar a sus hijos e hijas, considerándolos un objeto preciado para la madre que él puede destruir. “El maltrato es un castigo, una violencia correctiva para que la mujer se entere dónde está su sitio”, añadió Rojas, y aclaró que el correctivo no busca hacer daño solo porque sí, “sino poner límites a cuál es el lugar de las mujeres para que no lo traspasen”.

 

Agredir a los hijos e hijas para hacer sufrir a la madre es una forma de violencia machista que todavía está en proceso de visibilización. Con ella, los hombres buscan seguir teniendo el control que sienten que perdieron sobre sus exparejas después de una separación o un divorcio.

 

Una agresión, múltiples víctimas

El asesinato de niños y niñas es la cara más grave y más cruel de la violencia vicaria, pero es solamente la punta del iceberg de un fenómeno que tiene muchos rostros. Diversos autores consideran que la violencia vicaria está presente a la par de la violencia de pareja o intrafamiliar, pues exponer a los menores a presenciar el maltrato contra su madre es una forma de violentar su salud emocional.

A esto se suman todas las formas posibles de utilización de niñas y niños para dañar a su madre, como amenazarla con llevárselos lejos (quitarle la custodia o matarlos), golpearlos y maltratarlos (frente a la madre o en su ausencia), hablarles mal de la madre (con insultos hacia ella o haciéndoles creer que no los quiere), o ser negligente con los cuidados que los pequeños requieren.

Sin embargo, es claro que la violencia vicaria se potencializa después de una separación, cuando el agresor ha perdido el acceso a su víctima, señalan las investigadoras chilenas Bárbara Porter y Yaranay López-Angulo en su artículo Violencia vicaria en el contexto de la violencia de género, un estudio descriptivo en Iberoamérica (2021). Dado que el hombre sigue teniendo a sus hijos al alcance, los somete a actos que lastiman, por extensión, a su expareja y, por supuesto, a los menores mismos.

“Una vez yo fui a buscar a mi hija, tenía meses de nacida y él me la entregó sin ropa, sin nada, sólo envuelta en una manta que le había regalado mi mamá”, relata uno de los testimonios anónimos recabados por Porter y López-Angulo. “Su argumento fue que todo lo que llevaba en el bolso era un regalo de sus papás y que ella sólo podía disfrutar de esos beneficios en su casa”.

 

En 2022, la violencia vicaria fue tipificada en los Códigos Penales de Zacatecas (el primer estado en hacerlo), en marzo, seguido de Hidalgo, en mayo; Yucatán y Campeche, ambos en junio; Puebla, en agosto, y Michoacán, en febrero de este 2023.

 

Dolor que se prolonga

A diferencia de los golpes, los insultos o las actitudes controladoras, que tienen un periodo acotado en el tiempo, la violencia vicaria puede causar sufrimiento indefinidamente, como sucede en el caso de los hombres que alejan a sus hijos de su madre.

Ya sea peleando legalmente la guardia y custodia o simplemente llevándose a los menores sin mayor aviso, ejercen otra de las formas más brutales de este tipo de violencia. Cientos de mujeres pasan meses o años sin volver a saber nada de los hijos sustraídos por sus padres. De acuerdo con una encuesta realizada en México por el Frente Nacional contra la Violencia Vicaria, el 76% de las mujeres que viven violencia machista han sido amenazadas con no volver a ver a sus hijos, y el 80% fueron separadas de ellos “de forma inesperada con previas amenazas”, sin poder tener más contacto con los menores.

La encuesta, realizada en línea, fue respondida por 2 mil 231 mujeres de todo el país, y 71 por ciento de ellas señalaron haber sufrido, además, violencia institucional por parte de procuradurías de justicia; juzgados familiares; ministerios públicos; centros de justicia para niños, niñas y adolescentes, y otras instancias legales de toda la República, quienes no toman en cuenta el historial de violencia de los padres al momento de dictaminar sobre la guarda y custodia o los regímenes de visitas.

Y es que, de acuerdo con Luz Martínez Ten, psicopedagoga y sindicalista feminista de España, los sistemas judiciales hacen una división entre la relación de violencia que el hombre ejerce sobre su pareja y la relación que puede establecer con sus hijos e hijas. Es ilógico pensar que “una misma persona puede actuar de forma dañina con su pareja y a la vez desarrollar un vínculo saludable” con los menores, puntualiza en su artículo La repercusión de la violencia de género en las hijas y los hijos.

Cabe apuntar, además, que en gran número de los casos de mujeres que salieron de una relación violenta, el momento de entrega o recepción de los pequeños para las visitas es el único momento en el que se ven obligadas a reencontrarse con su agresor, por lo que éste puede aprovechar para lanzar un ataque de cualquier tipo. “Al entregarme a las niñas, me amenazaba y me acosaba sexualmente”, cuenta otra informante de la investigación de Porter y López-Angulo; “Cuando teníamos visita, siempre me golpeaba con mi hija en brazos”, señala una mujer más.

Es por esto que organizaciones de mujeres han decidido colocar sobre la mesa la discusión acerca de la violencia vicaria, ya que no sólo es una forma grave de agresión para las mujeres, niños y niñas, sino que también es prácticamente ignorada por las autoridades encargadas de impartir justicia, en lo familiar, las cuales, se supone, deberían proteger los derechos de las personas involucradas que enfrentan una situación de vulnerabilidad.

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