Un exilio combatiente — letraese letra ese

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Un exilio combatiente


Una de las figuras europeas más relevantes en el campo de la literatura y el activismo político fue Anna Seghers, una mujer alemana de origen burgués, nacida en Maguncia en 1900, quien muy joven optó por el militantismo de izquierda hasta afiliarse a los 28 años al partido comunista alemán para oponerse al embate de una extrema derecha que propiciaría la llegada al poder de Adolf Hitler en 1933. Ese mismo año, la escritora siente la necesidad de abandonar Alemania y elige la ruta del exilio. Su largo periplo de huida la conduce hasta México, donde permanece seis años y obtiene la condición de refugiada política y también la nacionalidad. Su experiencia de lucha antifascista en el exilio se reflejará en sus narraciones cortas y novelas, algunas de las cuales han sido llevadas al cine. Una trayectoria artística intensa y polémica que hoy comienza a ser revalorada.

Del arte a la política

Uno de los primeros entusiasmos de la joven Netty Reiling se dirige hacia las artes plásticas. Su padre, Isidor Reiling, anticuario y corredor de arte, cultiva en ella el gusto por la pintura y la lectura. También su madre, Hedwig Fuld, contribuye a la educación liberal de la futura escritora, quien pronto manifiesta un gran interés por las obras de Balzac, Tolstoi y Dostoyevski, y por su propia cultura judía, misma que siempre asumió con un espíritu laico de librepensadora. Durante su formación universitaria en Heidelberg, entre 1920 y 1924, la estudiante se apasiona con la lectura del danés Sören Kierkegaard y su concepción de un cristianismo existencial que ella vinculará a un humanismo social como expresión del compromiso con las causas justas. Luego de interesarse en la sociología y la historia, la joven obtiene su doctorado en historia del arte. Por esa época adopta el seudónimo literario de Anna Seghers como tributo a un maestro paisajista, el pintor holandés del siglo diecisiete Hércules Seghers. En 1928 la autora publica un relato fuertemente marcado por una temática social, La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara, mismo que será llevado a la pantalla en una película rusa homónima dirigida en 1931 por Erwin Piscator, dramaturgo radical cercano al expresionismo alemán. En ese año Seghers consolida su compromiso político al afiliarse al Partido Comunista Alemán e integrarse a la Asociación de Escritores Proletarios Revolucionarios. Su adhesión a la causa comunista internacional queda así sellada y no se verá alterada durante toda su vida, incluso en los momentos más penosos del autoritarismo estalinista. Al menos oficialmente, para la escritora no existe otra ruta que la de concebir el arte como una herramienta al servicio de la clase trabajadora, un arma eficaz en el combate al fascismo emergente en Alemania que amenaza con extenderse al mundo entero. Se sabe, sin embargo, que la inquietud literaria de la novelista no podía ceñirse del todo a los cánones estrictos que en materia de estética imponía la disciplina comunista, y que tenían como exponente más conspicuo al filósofo marxista húngaro Georg Lukács. La escritora tenía como modelos intelectuales vigorosos (y por lo demás incómodos para una creación artística de inspiración soviética) a novelistas como el alemán Alfred Döblin, autor de Berlín Alexanderplatz (1928), o el norteamericano John Dos Passos (Manhattan Transfer, 1925), cuyas técnicas de escritura rompían de tajo con el estilo rígido de muchos escritores comunistas.

Entre dos totalitarismos

Cabe imaginar el duro dilema que representaba para la militante política de una izquierda ortodoxa tener que elegir entre una innovación creadora atenta a la diversidad estilística y un dogma ideológico reticente a cualquier expresión literaria ajena a los postulados del realismo socialista. Aunque Anna Seghers siempre optó por la disciplina a la línea política del partido, la burocracia estalinista guardó en todo momento un recelo instintivo hacia cada uno de los trabajos literarios de la escritora, en especial en sus incursiones eventuales en el terreno de lo mítico o lo fantástico. El largo exilio al que se vio obligada la escritora a partir del afianzamiento del poder nazi, lejos de disminuir el recelo de los jerarcas comunistas hacia ella, tuvo el efecto irónico de verse incrementado debido al contacto de la novelista con una gran variedad de escritores en un occidente libre. Tales prevenciones burocráticas fueron sin embargo innecesarias. La fe de Anna Seghers en la construcción ineluctable de una patria mundial comunista como barricada irremplazable frente a la amenaza fascista, era inquebrantable. En su exilio en Francia militó en favor del frente popular encabezado por Léon Blum y fue figura prominente en el Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura en 1935 al lado de Bertolt Brecht y los hermanos Thomas y Heinrich Mann. En ese evento se discutió sobre la importancia de un realismo ligado a la modernidad en la literatura y también del peligro que representaba para la juventud la penetración incontenible de la ideología nazi. Era claro que la inquietud intelectual de la escritora activista y su manera de flirtear con las vanguardias artísticas resultaba algo molesto para los totalitarismos en Alemania y en la Unión Soviética. En 1941, la ocupación alemana en Francia obligó a la escritora a un nuevo exilio, esta vez hacia México, luego de que Estados Unidos le negara una visa temporal. Allí fue recibida cálidamente por republicanos españoles y otros europeos comunistas que habían encontrado protección por parte del gobierno progresista de Lázaro Cárdenas. La escritora tuvo así contacto con Diego Rivera, cuya obra muralista admiraba sin reservas, y probablemente con figuras como Frida Kahlo y André Breton, a su vez cercanas a León Trotsky, la bestia negra del estalinismo.

Durante ese exilio de seis años, Anna Seghers logró obtener la nacionalidad mexicana. Se trata del periodo más fértil en la trayectoria artística de la novelista, pues en él publicó dos de sus novelas más emblemáticas: La séptima cruz (1942), sobre la experiencia de un grupo de prisioneros que escapan de un campo de concentración —relato adaptado para el cine por Fred Zinnemann en 1942, con Spencer Tracy en el papel central, y Transit (1944), sobre el duro compás de espera de varios solicitantes de visas de tránsito y demandas de asilo en el consulado mexicano de Marsella. Esta novela fue también llevada a la pantalla, primero por el francés René Allio, en 1990, luego por el alemán Christian Petzold en 2018. En México también escribe la autora su relato autobiográfico La excursión de las niñas muertas (1946), exploración de su propia condición judía, en ocasiones soslayada, y de las atrocidades del holocausto. Los años de exilio concluyen para Anna Seghers con su regreso en 1947 a una Alemania oriental donde residirá hasta su muerte en 1983, abrumada por una utopía comunista que advierte traicionada y por los homenajes oficiales que en vano intentan desactivar toda sospecha de un espíritu crítico y libre en una escritora que, a pesar de su inquebrantable lealtad ideológica, paradójicamente resultó ser, para el socialismo ortodoxo, una personalidad incómoda.

 

Fuente: Christiane Zehl Romero, Anna Seghers en Jewish Women’s Archives. Marzo, 2009

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