Poeta de un amor oscuro — letraese letra ese

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Poeta de un amor oscuro


Es una paradoja singular que el personaje Federico García Lorca, considerado el mayor poeta y dramaturgo español del siglo veinte, haya sido también aquél cuya vida personal e intimidad afectiva fuera, durante largo tiempo, distorsionada o silenciada por el prejuicio moral y de modo más preciso por la homofobia. No es sino hasta tiempos muy recientes que la complejidad artística del escritor andaluz y la franqueza en el relato de sus relaciones amorosas han podido ser reivindicadas por el trabajo profesional y la indagación paciente de estudiosos de su vida y obra como su biógrafo más notable, el hispanista irlandés Ian Gibson. En su libro García Lorca y el mundo gay (Planeta, 2010), el autor amplía sus pesquisas en torno de aspectos reveladores de ese poeta de quien siempre se supuso saberlo todo y cuyos versos populares hoy memorizan muchos estudiantes de habla hispana.

Un amor de voz aceitunada

El poeta que en su corta vida (apenas 38 años) supo incorporar en su trabajo literario las intensas vivencias de sus viajes por el continente americano (Nueva York, Buenos Aires, La Habana), siempre manifestó una nostalgia por los lugares en que transcurrió su infancia, en especial por Fuente Vaqueros, su rincón natal granadino en Andalucía. En sus primeros poemas, reunidos tardíamente en un volumen de juvenilia, se registran sus frustrados entusiasmos sentimentales, como el que le inspirara una mítica joven rubia, mismos que dejaron en su ánimo una huella de malestar afectivo que luego habría de agudizarse, volverse dolencia crónica, al contacto del poeta con los nuevos destinatarios de su afán erótico, los objetos masculinos de un deseo inconfesable (“La canción/ que nunca diré,/ se ha dormido en mis labios”).

El mayor anhelo sentimental del joven Lorca tuvo también el aliciente de una complicidad artística. En la madrileña Residencia de Estudiantes, el poeta se hace amigo de dos figuras clave para su formación, el cineasta en ciernes Luis Buñuel y Salvador Dalí, un pintor catalán de dieciocho años. El hechizo en el futuro autor del Romancero gitano (1926) es inmediato, y aun cuando nunca correspondiera Dalí del todo a la pasión febril y al deseo sexual que, sin embages, le profesa el poeta, la amistad platónica prospera hasta volverse algo incómodo para un Buñuel cada vez más irritable y manifiestamente homófobo. Lorca no escatima los elogios a la personalidad y talento de su nuevo amigo e incluso le dedicará un poema elocuente. Oda a Salvador Dalí (1926): “Oh Salvador Dalí de voz aceitunada/ Digo lo que me dicen tu persona y tus cuadros/ No alabo tu imperfecto pincel adolescente/ pero canto la firme dirección de tus flechas.” Entre todos los poetas que le son cercanos y que integran el cenáculo vanguardista de la llamada generación del 27 (Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Pedro Guillén, entre otros), Lorca es quien con mayor intensidad refleja en su obra las contrariedades del amor no correspondido. Cernuda vive tormentos similares, aunque los maneja con mayor desenfado; aunado a eso, es también homosexual y andaluz, lo que le permite establecer con Lorca una complicidad inmediata.

El deber de ser feliz

A Lorca pronto se le identifica como el señorito más mimado del grupo de poetas. Derrocha simpatía a raudales, es narcisista y extrovertido (contrariamente a Dalí, cuya timidez es proverbial); es también hijo de una buena familia de comerciantes rurales que siempre le apoyan en sus proyectos y sus viajes, asistiendo con paciencia compresiva a sus cambios de humor y sus dolencias afectivas, y a los inconvenientes y flagelos de su soterrada disidencia sexual.

Al evocar su juventud privilegiada en Fuente Vaqueros, el poeta es cándido y sincero: “Siempre quise aprender las letras y la música a lado de mi madre, ser entre la gente del pueblo un hijo de ricos, un petimetre imperioso”. Pese a ello, lo que a la postre revela su poesía, y de modo más punzante aún su teatro (Bodas de sangre, Mariana Pineda, Doña Rosita la soltera, Yerma), es una clara disociación entre el artista cuyo credo proclama la obligación y el deber de ser feliz, y un temperamento secreto a menudo orillado a la depresión y al pesimismo. Este gran creador de personajes dramáticos femeninos que viven de modo casi trágico el abandono amoroso o la infertilidad, traslada hacia ellos su propia frustración de no poder vivir abiertamente su inclinación sexual heterodoxa. Sus únicos cómplices serán otros homosexuales artistas, colegas suyos, cohesionados entre sí por el pacto de silencio a que obligaba una sociedad moralista y represora. Al lado de esos amigos -invertidos, uranistas, “epénticos” (neologismo muy suyo), Lorca puede explayarse y divertirse a sus anchas, incluso llamar a alguno de ellos “comadre”. Pero lejos de ese círculo encantado el poeta satisface en la clandestinidad sus apetencias carnales, merodea los parques y los bares en Madrid o en Nueva York, se extasia ante los cuerpos masculinos, negros o cobrizos, en Harlem o en La Habana, y vive relaciones tormentosas con las ilícitas conquistas que le auspician su popularidad, su malicioso candor o su talento.

¿Un poema homófobo?

El recuento biográfico de Ian Gibson elabora un catálogo exhaustivo de los amigos cercanos y de los amantes del poeta (los más intensos, Emilio Aladrén, Eduardo Rodríguez Valdivieso, Rafael Rodríguez Rapún), al tiempo que analiza una de las ambigüedades más notorias que suscita Lorca al hablar abiertamente de homosexualidad. Se trata del poema Oda a Whitman incluido en el volumen Poeta en Nueva York (1930). En un tono de diatriba, el autor arremete contra los “maricas de todo el mundo, asesinos de palomas,/ esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,/ abiertos en las plazas, con fiebre de abanico,/ o emboscados en yertos paisajes de cicuta”. Y a esos “enemigos sin sueño del amor que reparte coronas de alegría”, les opone la imagen sana, viril y respetable del goce homoerótico que encarna ese patriarca irreprochable que fue Walt Whitman, autor de Hojas de hierba (1855).

Lorca elogia el concepto de camaradería que anuncia ese libro y una forma generosa y sensual de relacionarse entre hombres, opuesta al fango de los ligues clandestinos y promiscuos sin porvenir y sin fruto. Lo que en realidad refleja el célebre poema es el modo muy conflictivo en que el propio Lorca vivía su sexualidad; primero, como algo frívolo y libre en el círculo dorado de sus amistades; luego, de manera trágica en el espacio público donde podía ser objeto de burlas y desprecio. Dos obras reflejan esa dura dicotomía: la controvertida pieza teatral surrealista El público, escrita en 1930, estrenada 56 años después, y Los sonetos del amor oscuro (1936), texto fundamental de franqueza conmovedora Un hecho atroz cortará en seco la existencia y prosperidad artística del joven poeta: el 18 de agosto de 1936 Lorca es asesinado por mercenarios fascistas por su disidencia política, pero sobre todo por el hecho, para muchos reprobable, de no haber logrado volver menos notoria su homosexualidad.

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