Poder, violencia y masculinidad — letraese letra ese

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Poder, violencia y masculinidad


Durante el último año, a raíz de los confinamientos domiciliarios motivados por la enfermedad de COVID-19, se ha reportado un aumento gradual de casos de violencias en contra de las mujeres en muchos rincones del mundo. Los índices son tales que se ha planteado la coexistencia de las epidemias de SARS-CoV-2 y la de violencias de género, y ambas están fuera de control.

Varios años previos a la pandemia, en distintos sectores, comenzaron a surgir preguntas en torno a las estrategias implementadas para la erradicación de la violencia motivada por el género. En algunos de ellos, las preguntas de fondo estuvieron centradas en qué hacer y cómo involucrar a quienes generan los actos de violencia, no desde la mirada de que requieren apoyo y atención, sino desde una mirada crítica, en la que se tome en cuenta la preponderancia de sus privilegios y de su poder como mecanismo de perpetuación de las violencias, de ese sometimiento de otras personas, y las posibilidades de que el sujeto activo dé cuenta de dichas nociones.

A partir de ese paradigma, la organización civil Hombres por la Equidad conjuntó a decenas de especialistas nacionales e internacionales para seguir reflexionando al respecto en el marco del Segundo Congreso Internacional Revisiones Críticas sobre Experiencias de Intervención con Hombres que ejercen Violencia contra las Parejas y sus Familias.

Paradigma epistemológico

Partiendo de la premisa de que las investigaciones en el terreno de los estudios sobre los hombres, o denominadas como masculinidades, han representado un principio para comprender ciertas realidades, pero no son definitivos, se presentó la Red Latina de Intervenciones Críticas con Hombres que Ejercen Violencias de Género, surgida como una iniciativa contribuyente a detener las violencias ejercidas por algunos hombres, a través de una mirada crítica.

De acuerdo con las y los integrantes de la red, los estudios de las masculinidades y las propuesta de las nuevas masculinidades se han vuelta dominantes, pero no han contribuido de forma importante a desarrollar intervenciones con gran impacto, ni se han construido metodologías, pues están basadas en la explicación de las causas y efectos de las violencias y el sujeto que las ejerce está colocado en una posición pasiva, la cual se retoma en las políticas públicas, que privilegian la salud mental y emocional de los hombres.

Se requiere de una revisión crítica para pensar, conocer y actuar en determinadas situaciones para propiciar un paradigma epistemológico en el que se reúnan diversas miradas, amplias y colectivas, del campo de estudio de las violencia de los hombres y se tome conciencia de las propias epistemologías de la violencia, para así generar una epistemología específica para detenerla, que atienda a las necesidades particulares de las realidades en las que se interviene.

Para quienes conforman esta red, las metodologías para detener las violencias son limitadas, ya que recurren a elementos positivistas que sólo brindan explicaciones empíricas sobre las violencias, pero no toman en cuenta otros elementos como la incertidumbre y la complejidad implicadas en las violencias masculinas, además de la economía, la política o la cultura, entre otros aspectos.

Por esas razones, urgen a hablar del tema del poder estructural y de la violencia que desde ahí se gesta, y que en los ejercicios de intervención se debe hablar del abuso de poder y de las desigualdades, así como de los proceso de violencia social que han vivido los hombres, cómo tienen su propia explotación o dónde explotan y violentan a la pareja u otras personas, requiriéndose una mirada amplia para comprender estos ejercicios de poder.

 

Para abordar (y acabar) las violencias machistas, es necesario replantear el paradigma que mira a los hombres agresores como individuos enfermos y necesitados de ayuda, y comenzar a percibirlos como sujetos responsables de sus acciones, por muy impulsivas que puedan parecer.

 

Interseccionalidad

Esa amplitud de horizonte, advierten los integrantes de la red, debe derivar de un análisis del ejercicio del poder de los hombres, con antecedentes como el feminismo, que cuestiona el modelo patriarcal, o los estudios de la diversidad, o los análisis contra el racismo o los estudios de la juventud, que retoman un análisis del poder que produce desigualdades desde una jerarquía.

Ante eso, se necesita retomar la interseccionalidad, porque la violencia masculina es racista, clasista, adultocéntrica, entre otras características, pues usa las mismas estrategias para restringir a ciertos sectores. Es decir, esta violencia es multinivel.

Su complejidad requiere de una perspectiva más amplia para comprender los ejercicios de poder de los hombres, y entender esa intersección de múltiples factores, mediante una visión ecológica, donde lo macro es lo micro y tiene propiedades multicomponentes, por lo que debe entenderse y atenderse a varios niveles.

Para Edgar Morín, autor de numerosos libros e investigaciones, la violencia no se debe reducir a una violencia machista lineal o a un trauma de la infancia, pues los hombres no son sujetos pasivos. Por el contrario, es valioso verificar que la identidad de los hombre se ha construido a partir de los mandatos de la masculinidad, requiriéndose avanzar a una mirada interseccional y a dejar de lado la mirada colonizadora que se ha construido sobre los hombres a partir de las masculinidades.

Adiós confort

Salir de la zona de confort es el llamado que hizo Peter Szil al participar en el evento, para poder contrarrestar las violencias ejercidas por los hombres, y tomar en cuenta las incomodidades que derivarán de esos intentos por modificar los panoramas vigentes, entre ellos, el asumir que los hombres son responsables de lo que ocurre en materia de violencias.

Para el creador del Proyecto Stop Violencia Masculina, una realidad es que se enseña a los niños a convertirse en actores de la opresión de las mujeres y en evitar, de cualquier manera, expresar algún signo de vulnerabilidad, por lo que el contexto de las violencias ejercidas por los hombres, es más patriarcal que subjetivo, dando pie a la necesidad de desempoderarles, en el sentido de dejar atrás los privilegios, hacer conciencia de la desigualdad generada por esas ventajas, propiciar el derrumbe de los modelos tradicionales de masculinidad y fomentar el bienestar del entorno de la persona.

Masculino no es sinónimo de violencia

¿Trabajar para que haya hombres políticamente correctos o deconstruir las desigualdades de género a partir de todas las estructuras que dan origen a ellas son los dos únicos posibles caminos a seguir en las intervenciones con hombres? Para Mara Viveros, no. Por el contrario, se debe comprender que la violencia es una constante en la mayor parte de las sociedades, y que las principales víctimas y los principales victimarios son hombres, pero debe quitarse la idea de que la masculinidad, de facto, es una propensión a la violencia.

Sin embargo, debe tomarse en cuenta que las legislaciones están en constante tensión con las normas socioculturales, propiciándose barreras y enfrentando la pervivencia de muros sociales muy sólidos para poder dar una solución a los contextos de violencia. Lo que conlleva a no sólo buscar provocar cambios comportamentales sin que se toque la estructura, sino por el contrario, ésta debe ser trastocada.

Por ello, son urgentes las propuestas eficaces contra las violencias de género, incidiendo en la prevención y la educación de las violencias de los hombres, así como el fortalecimiento y el apoyo a las luchas de las mujeres e intervención en los espacios que están propiciando las violencias de género.

 

Son urgentes las propuestas eficaces contra las violencias de género, incidiendo en la prevención y la reeducación de las violencias de los hombres, así como el fortalecimiento y el apoyo a las luchas de las mujeres.

 

Comprensión

A través de una investigación realizada en México, Julio César Díaz Calderón, de la Universidad de Miami, y Roberto Garda, de Hombres por la Equidad, presentaron como una alternativa crítica a los modelos de intervención actuales, una perspectiva no centrada exclusivamente en el individuo, en la que no se busca la construcción de un nuevo sujeto revolucionario sino un compromiso hacia el cambio social y las conductas de equidad desde las acciones cotidianas, en un primer momento, y después de las instituciones.

Dicha metodología se centra en las narrativas de quiebre, en las cuales se pueden observar ciertas disposiciones de cambios, ya que la persona analiza cómo lleva a cabo su vida y qué le está ocurriendo, diferenciando entre lo que se genera entre el entendimiento y lo que está realmente pasando.

De esta manera, el sujeto se concentra en lo que le está ocurriendo y en lo que está sintiendo, viéndose en la necesidad de cambiar el entendimiento de su lógica por el cómo le hace sentir el ejercer violencia, el no querer un castigo o una restricción, como que se le deje de hablar o no tenga sexo, y el saber que no debe ejercer violencia porque las mujeres y las infancias no deben vivir con violencia.

Así, se construye una memoria de la violencia, centrando la atención en la generación del hombre de su propia historia, en la cual reconoce cómo se motivan las acciones de violencia y sus propias vivencias, identificando cuáles fueron las conductas y las respuestas que se generaron en las situaciones de conflicto.

Para los investigadores, contrario a lo que se piensa, los hombres pueden reconocer los actos de violencia que han cometido, los pueden identificar y saber que las respuestas en las que ejercen violencia tienen que ver con la manera en que se sienten en situaciones de conflicto.

Por lo tanto, es importante identificar las vivencias como niños, y de las cuales no se habían dado cuenta como adultos, para entender aquellos aspectos socialmente esperados cumplidos, aquellos que no, las expectativas y los pendientes.

Los cambios de manera repentina jamás ocurrirán advirtieron Díaz y Garda, quienes consideraron que estos deben ocurrir todos los días a partir de un proceso reflexivo en el que se de cuenta de la existencia de un ejercicio de autoridad y de poder por parte de los hombres.

Y el mayor reto en la materia, sentenció Liliana Carrasco, investigadora argentina con varios años de experiencia en el estudio de violencias masculinas, consiste en no sólo deconstruir los modelos actuales, centrados en la noción de masculinidades, sino recopilar experiencias y construir conocimientos.

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