Homintern: conspiración LGBT — letraese letra ese

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Homintern: conspiración LGBT


Homintern es una contracción lingüística que reúne los términos homosexual e internacional, en alusión a Vladimir Lenin, quien en 1919 fundó la primera Internacional Comunista (Comintern) con el fin de promover el cambio revolucionario en todo el mundo. Cinco décadas antes, en 1869, Federico Engels sentenciaba en una carta a Carlos Marx: “los pederastas comienzan a engrosar sus filas y a tomar conciencia de que representan un poder político”. La idea paranoica de imaginar que los homosexuales conspiraban para exportar, a través de la cultura, sus pretendidas desviaciones a otros países fue por largo tiempo un prejuicio favorito. En el libro Homintern, cómo la cultura LGTB liberó al mundo moderno, exhaustivo estudio del profesor y poeta británico Gregory Woods, se valoran los alcances y las limitaciones de este viejo mito homofóbico.

Una mafia de terciopelo

Las diversas teorías de la conspiración, presentes a lo largo de la historia contemporánea, tienen hoy un rebrote sorprendente. La proliferación de las medias verdades o fake-news en el campo político y social, y de modo especial en los medios, remite a situaciones históricas en el que la discriminación, el odio racial y los prejuicios, atizados siempre por una cultura del rumor y la estigmatización de lo diferente, provocaron el acoso y la persecución de minorías étnicas y sexuales. Se sabe que el antisemitismo tuvo como sustento esencial la noción de que los judíos representaban una amenaza potencial para la sociedad al atribuírseles intenciones políticas conspiratorias. Un argumento similar se utilizó para señalar a los homosexuales como una cofradía de confabuladores interesados en socavar los cimientos de la moral judeocristiana y el orden de la sexualidad normativa al promover, en el terreno cultural, su falta de valores legítimos y el inmoderado relajamiento de sus costumbres. Pronto prosperó así en la imaginación popular la idea de una red clandestina de personalidades homosexuales, o con tendencias sexuales sospechosas, empeñadas en ocupar altas posiciones en el mundo de las artes y las letras para desde ahí favorecer y proteger a jóvenes talentos a cambio de favores inconfesables, afianzando de este modo a una élite privilegiada susceptible de eclipsar o corroer los empeños culturales de la mayoría heterosexual. No eran muy diferentes las acusaciones lanzadas en contra de un supuesto lobby económico y cultural judío. La persecución y el odio en contra de las minorías tuvo siempre como base el temor de ver seriamente afectadas a las hegemonías sociales y al disfrute incuestionado de sus privilegios. El fantasma de una  conspiración judía, tan señalada y criminalizada durante la primera mitad del siglo veinte por la ideología nazi, tuvo un reflejo en la delirante fantasía de un complot cultural homosexual –una mafia irónicamente calificada de terciopelo.

La globalización cultural de una disidencia erótica

En su libro más reciente, Homintern, cómo la cultura LGTB liberó al mundo moderno, el investigador Gregory Woods desmonta los andamiajes poco sólidos de la teoría de una conspiración gay. Como punto de partida alega que el homosexual no sólo no eligió la clandestinidad en la que se le imagina cómodamente guarecido, sino que se vio orillado a ella por la suma de hostigamientos y prejuicios dirigidos en su contra. Desde esa trinchera inesperada fabricó con sus pares sexuales una red de conexiones soterradas para proteger su intimidad y auspiciar una ética de la camaradería. Esa red pronto tuvo alcances e interconexiones internacionales debido, en parte, al turismo y a la migración, a la expatriación voluntaria y al flujo global de la oferta editorial y el comercio artístico. La enorme movilidad de escritores, artistas plásticos o cineastas se transformó en una estrategia eficaz para respaldar la creatividad y la urgencia de una autodefensa. Al sentirse ajeno a un orden social que lo marginaba y le negaba espacios de visibilidad y la expresión abierta de su identidad, señalándolo de paso como un ser indisciplinado y sin lealtades nacionales, el artista homosexual encontraba acomodo y un asomo de libertad en la comunicación global con otros parias sociales, desatendiendo o zanjando las barreras territoriales y, de modo muy particular, las brechas generacionales.

Para ilustrar este fenómeno cultural, el autor de Homintern propone un recorrido por el mundo artístico gay mundial, desde la época de los juicios a Oscar Wilde en la Inglaterra de 1890 hasta el parteaguas social que significó la revuelta neoyorkina de Stonewall en 1969. La organización del libro se atiene a una cronología convencional, pero al mismo tiempo adopta un criterio novedoso que contempla divisiones territoriales por zonas de influencia. La cartografía europea la divide en una zona denominada Exótico Norte y que incluye a países como Suecia o Rusia; otra más, la Exótico Sur con países Grecia, Alemania, Francia o Italia, y finalmente la zona Nuevo Mundo, donde reúne a Estados Unidos (Hollywood y Harlem como polos culturales) y América Latina. Una guía cultural de la diversidad sexual, centrada más en personalidades emblemáticas del mundo artístico y literario que en el estudio formal de las corrientes intelectuales en un Occidente que con reticencia admite las valiosas aportaciones de sus disidentes sexuales.

Los protagonismos imprescindibles

Homintern puede leerse como un libro de divulgación histórica que revela la cara oculta de un mundo cultural dominado por el hombre occidental, heterosexual y blanco, y también como un abigarrado inventario de anécdotas y rumores salaces en torno de personajes cuyas vidas privadas oscilaron entre la simulación obligada y el escándalo calculado. La supuesta liberación del mundo moderno por parte de una cultura LGTB (subtítulo del libro), tiene momentos culminantes: la consagración artística de los ballets rusos en París con Diaghilev a la cabeza y Nijinsky, su bailarín estrella; los salones literarios de Natalie Barney o de Gertrude Stein y su compañera Alice B. Toklas, congregando a la bohemia literaria de expatriados estadounidenses; el inspirado turismo sexual de los británicos Christopher Isherwood, W.H. Auden y Stephen Spender en el Berlín proletario de la república de Weimar; el círculo de Bloomsbury en la Inglaterra victoriana; el exilio dorado de Jane y Paul Bowles en Marruecos, “siniestra colmena de abejas reinas”, según Jack Kerouac; el hechizante Tánger, ese enorme mercado sexual que William Burroghs llama Interzona en Almuerzo desnudo, o las mil y una historias del llamado Hollywood de clóset de los años cuarenta, para culminar en las figuras gay caribeñas de José Lezama Lima y Reinaldo Arenas, y en el exilio parisino de Manuel Puig, Severo Sarduy o Juan Goytisolo. La larga crónica de Gregory Woods combina frivolidad y erudición, un arreglo que difícilmente habría incomodado a la mayoría de sus protagonistas.

 

 

Homintern, cómo la cultura LGTB liberó al mundo moderno, editorial Dos bigotes, Madrid, 2019. Disponible en amazon.com o, en su versión electrónica en inglés, a través de la librería Gandhi.

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