Filosofía de una infección — letraese letra ese

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Filosofía de una infección


La amenaza invisible que ha confinado al mundo, un tema del que la filosofía no podía mantenerse al margen. Las y los pensadores de nuestro tiempo siguen cada día tratando de comprender y de arrojar luz sobre todo lo que ha sucedido (y cómo es que ha sucedido) a partir de la irrupción del virus SARS-CoV-2. Desde la mayor cantidad de perspectivas posibles, desde todos los rincones del planeta, desde todas las ideologías y todas las lecturas de las que son capaces, estas voces encuentran espacio esencialmente en el mundo digital, ya sea desde sus propias plataformas o dentro de otras especializadas.

En un esfuerzo por aportar una aproximación al tema surge Sopa de Wuhan, una compilación de ensayos publicada en español por la editorial ASPO, Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, que se presenta a sí misma como “una iniciativa editorial que se propone perdurar mientras se viva en cuarentena, es un punto de fuga creativo ante la infodemia, la paranoia y la distancia lasciva autoimpuesta como política de resguardo ante un peligro invisible”. El libro está disponible de manera gratuita y digital, y puede conseguirse fácilmente al ingresar el nombre en cualquier buscardor de Internet..

Las plumas de personajes de la filosofía y la antropología como el esloveno Slavoj Zizek, el francés Jean-Luc Nancy, el italiano Franco Berardi, el inglés David Harvey y el sudcoreano Byung-Chul Han, así como personalidades del feminismo y la teoría queer como la estadunidense Judith Butler, la boliviana María Galindo y el español Paul B. Preciado, analizan ya desde la teoría, ya desde la vivencia cotidiana, la forma en que el nuevo coronavirus ha impactado en la vida de la humanidad entera.

La abolición del prójimo

Los textos de Sopa de Wuhan fueron escritos o publicados en marzo de este año, un momento relativamente temprano para la pandemia en Europa y Estados Unidos, aunque para esa fecha ya varios países asiáticos habían estado profundamente inmersos en los retos que significó. Si bien las reflexiones del libro deben ser leídas desde esa arista, aun hoy, tres meses –y decenas de explicaciones científicas– después, siguen resonando actuales.

Y es que uno de los primeros modos de responder a la pandemia fue la total desconfianza, como la que expresa Giorgio Agamben, filósofo que encuentra perfectamente lógico que los Estados intenten amedrentar a la población con un “enemigo invisible”, ahora que el terrorismo parece haberse agotado como pretexto para el establecimiento de medidas de excepción. Y no son sólo los gobiernos los que alimentan esta idea, los propios individuos tienen una “necesidad real de estados de pánico colectivo”, por lo que el miedo al coronavirus encuentra terreno fértil.

 

El nuevo coronavirus puede tener muchos rostros: para unos es un sorprendente enemigo invisible, para otros, la perfecta arma de manipulación de las masas. Para otros más pone, por fin, en peligro al capitalismo, y para unos más es sólo la prueba fehaciente de que el capitalismo es indestructible.

 

La crisis, sigue el italiano, ha llevado a la individualización, a la “abolición del prójimo”, y ha conseguido lo que los gobiernos habían intentado lograr por otros medios: cerrar escuelas y universidades y terminar con las reuniones políticas o culturales.

En el extremo opuesto están algunos optimistas que ven a la pandemia como un momento de crisis pero positivo para el cambio, sobre todo para el sistema capitalista que fundamenta (o se fundamenta en) la desigualdad social. Slavoj Zizek, sociólogo y filósofo, se aventura a imaginar lo que sucedería si la situación esparce una especie de “virus ideológico” benéfico, mediante el cual se comience a pensar en una sociedad alternativa, basada en la solidaridad y la cooperación global.

Un aporte especial a la discusión lo hace el artículo del sudcoreano Byung-Chul Han, quien ofrece la visión del lejano oriente y analiza las diferencias entre sistemas políticos y sociales como el de su país frente a los de las naciones europeas. En contraste con el concepto occidental de libertades, países asiáticos como Japón, Corea, China, Taiwán o Singapur tienen “una mentalidad autoritaria que les viene de su tradición cultural (confucionismo)”, explica el filósofo. “Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado”.

Es este hábito de control el que ayudó a frenar el avance de la epidemia, pues para los habitantes resulta cotidiano que el gobierno rastree todos sus movimientos mediante cámaras de vigilancia y los propios teléfonos celulares, lo que permitió establecer las rutas del contagio y detenerlas. Con todo, Byung-Chul Han deja una idea en claro: “Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino”, pues en ese caso el estado de excepción se volvería la norma.

Y mientras los orientales abrazan la obediencia, en Bolivia se llama a la rebeldía. Las líneas de la activista feminista María Galindo emergen como la voz de quien se sabe en desventaja frente a esta crisis global. La también comunicadora reclama que su presidenta haya adoptado el lenguaje bélico de algunos líderes europeos (a saber, Manuel Macron), que hablan de la batalla que hay que librar. El coronavirus ha cumplido por fin, dice, “el sueño fascista de que l@s otr@s son el riesgo”, a la vez que ha podido anular el espacio social más democrático: la calle.

Porque a Bolivia, el COVID-19 llegó del extranjero, estigmatizando el cuerpo de una mujer que, como muchas otras trabajadoras (“exiliadas del neoliberalismo”), volvió para visitar a la familia que dejó. Pero el coronavirus sólo llegó a sumarse a una lista, una donde ya estaban el dengue, la tuberculosis y el cáncer, “que en esta parte del mundo son sentencias de muerte”. ¿Qué le queda, entonces a las y los bolivianos para enfrentar la emergencia? María Galindo es contundente. “Nuestra única alternativa real es repensar el contagio. Cultivar el contagio, exponernos al contagio y desobedecer para sobrevivir”.

 

En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza de trabajo depende grandemente de afroamericanos, hispanos y mujeres remuneradas, lo que ha expuesto a estos grupos al riesgo de contagio al tener que mantener funcionando los servicios de primera necesidad.

 

La pandemia vs. el capitalismo

El efecto del virus, sostiene el filósofo Franco “Bifo” Berardi, no radica en el número de personas enfermas o fallecidas, sino en “la parálisis relacional que propaga”. Para el sistema social y, sobre todo, económico, esta circunstancia podría exacerbar el racismo o desencadenar guerras. Y a la vez, puede ser una oportunidad para frenar el ritmo de la vida como la conocemos, paso para el cual más valdría mentalizarnos. La crisis económica tiene características nunca antes vistas. Por primera vez, no depende del mercado: no surgió de él ni encuentra en él su salvación. Como sostiene Berardi, “por primera vez la crisis proviene del cuerpo”. Y después de varios días de reflexionar sobre el fenómeno (su artículo está escrito a manera de bitácora), el autor se da cuenta de su propia fragilidad: “Ya lo sospechaba, pero ahora lo sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos asmáticos (como yo)”.

Sin embargo, al paso de los meses hemos aprendido que no sólo “los viejos” mueren por COVID-19. Con el tiempo hemos ido llegando al viejo cliché de que “el virus no discrimina”. Ante esto, el ojo crítico de Judith Butler no pierde de vista el sistema en el que esa infección prolifera: “La desigualdad social y económica asegurarán que el virus discrimine”. El capitalismo es sólo uno de los factores que intervienen para que el impacto de la epidemia sea desigual entre los países desarrollados y los países pobres, entre las personas que merecen la protección y las que la mendigan.

Entre las secuelas que dejará el coronavirus al sistema económico estarán aquellas que afectarán directamente a las personas, observa el antropólogo David Harvey. Estará la abreviación de las cadenas de suministro de las mercancías, a la par de formas de producción menos intensivas, lo que se traducirá en menos empleos, y una mayor dependencia de sistemas de producción automatizados (que, evidentemente, reducirán o prescindirán de los trabajadores).

Pero antes de que eso suceda, y podemos verlo en estos momentos, las consecuencias económicas del confinamiento ya fueron desiguales para ciertas poblaciones, comenta Harvey. En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza de trabajo depende grandemente de afroamericanos, hispanos y mujeres remuneradas, lo que ha expuesto a estos grupos al riesgo de contagio al tener que mantener funcionando los servicios de primera necesidad, como tiendas de alimentos y servicios de entrega. ¿Cuál será el recuento, cuando todo esto pase, para estas poblaciones?

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