Monsiváis y la subjetividad gay — letraese letra ese

Director fundador | CARLOS PAYAN Director general | CARMEN LIRA SAADE • Director Alejandro Brito Lemus

SALUD SEXUALIDAD SOCIEDAD

ARCHIVO HISTÓRICO

Número

Usted está aquí: Inicio / 2020 / 06 / 03 / Monsiváis y la subjetividad gay
× Portada Guardada!

Monsiváis y la subjetividad gay


Carlos Monsiváis fue un personaje ubicuo del ambiente gay mexicano. Desde muy joven frecuentó los lugares “de ambiente” o ya propiamente gays. Siempre estuvo al tanto de las expresiones artísticas y culturales gay, así como de las reflexiones teóricas y políticas sobre la “cuestión gay”. Todo éxito cultural y conquista de derechos por parte de esa minoría excluida históricamente le entusiasmó y lo celebró como propio. Por lo mismo, dentro de todo el gran espectro de temas que abarcó, le dedicó un especial lugar a una de sus obsesiones reflexivas más persistentes: la cultura gay mexicana.

Desde la perspectiva más amplia que proporciona la crítica cultural, Monsiváis analiza y documenta la vida gay en el México de la primera mitad del siglo XX. Leído en conjunto el corpus de textos que le dedicó al tema, reunidos en su libro póstumo Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual (2010), y en Salvador Novo. Lo marginal en el centro (2000), resulta un aporte imprescindible a la reconstrucción de la subjetividad gay de los años anteriores a la liberación homosexual.

En este sentido, lo que le interesa al cronista es documentar la manera como una minoría acosada, hostigada y perseguida moral y físicamente no sólo logra sobrevivir a los embates de la homofobia, sino que crea “zonas de resistencia” desde la clandestinidad, desde la cultura, desde el arte, desde la apropiación de lugares de solaz y entretenimiento -como cines, avenidas, cantinas, baños públicos-, y de algunos símbolos y figuras de la cultura mexicana, resignificándolos a su gusto y placer, creando un universo propio que se conforma a través de códigos de lenguaje corporal y hablado, que les permiten el entendimiento entre sus pares.

En ese “ritual” codificado, Monsiváis subraya una palabra clave: “Por eso el verbo que se usa como señal es entender, esto es, saber con exactitud el significado del otro comportamiento. El entendido domina los secretos: quiénes son sus semejantes, en qué consisten las reuniones, cuál es el idioma secreto”; “el secreto de los hombres que van y vienen conocen” (Xavier Villaurrutia, “Nocturno de los ángeles”, 1938)

 

Los homosexuales entendidos recurrieron a varias estrategias de resistencia moral y cultural. Una de ellas fue, de acuerdo con Monsiváis, el cultivo del sentido estético, del refinamiento de la sensibilidad como medio para revertir la inferioridad decretada a los “invertidos”.

 

Un lugar de ambiente, donde todo es diferente

Estos seres entendidos en el secreto, crearon lo que a la postre se conocería como “el ambiente”. Esa red de complicidades eróticas y amistosas que les permitieron a los homosexuales construir sus propios espacios de “normalidad” donde desplegar y aflorar la singularidad de sus identidades. Los lugares “de ambiente” se viven como remansos psicológicos donde aflojar las tensiones producto del constante fingimiento al que los obliga la imposición de la doble vida. “Las compensaciones psíquicas se hallan en los bailes, los ligues, las reuniones, el travestismo verbal” y “los chistes autolacerantes”, escribe Monsiváis en una de sus crónicas incluidas en las obras antes citadas. Y más adelante amplía la definición: “Ser de ambiente, también, es tener el ánimo de fiesta a flor de piel, admitir que la ironía, el sarcasmo, los dispositivos satíricos, la parodia, no sólo los representan sino que los definen interiormente.” En el periodo anterior a la liberación gay, ‘entrar en el ambiente’ o “ser de ambiente” era la única salida del clóset posible, amparada en la complicidad de los semejantes, y asumiendo el riesgo de las posibles delaciones. “El gueto gay, ese gran clóset que contiene a los salidos del clóset”, para decirlo con el ingenio propio de Monsiváis.

El centro del ambiente gay pre liberacionista fue el ligue clandestino, el sexo anónimo entre desconocidos, definido por Monsiváis como “el hábito de reglas muy fáciles de manejar y de riesgos que se olvidan al estallar la lujuria”. El ritual del ligue entre entendidos comienza por la mirada entrenada, la mirada acechante, la mirada braguetera. Lo describe de manera poética Xavier Villaurrutia en el poema antes mencionado: De pronto el río de la calle se puebla de sedientes seres, / caminan, se detienen, prosiguen. / Cambian miradas, atreven sonrisas, / forman imprevistas parejas…

La poblada urbe capitalina, en constante crecimiento, es la cómplice mayor de las andanzas de un amplio sector de homosexuales entendidos; el anonimato en sus calles y avenidas les permite “extraviarse en la multitud”, y contar “con una ‘geografía del deseo’ impensable en otras ciudades, de vida fiscalizada por los confesores y los vecinos”, apunta Monsiváis. De ahí que muchos homosexuales de provincia, entonces el término tiene sentido, emigren a la gran ciudad.

“Jotear”, la inversión del habla macha

El gay, afirma Monsiváis, “hace de su cuerpo el instrumento del conocimiento”, de ahí que el ligue tiene una vital importancia en la conformación de la subjetividad gay: “Al ser tan costosa en lo psíquico y lo social la disidencia, acrecientan su valor los actos sexuales y el idioma del gueto. (En situaciones de riesgo cada orgasmo vale diez o veinte orgasmos convencionales, diría el celo estadístico de los involucrados.)”, anota Monsiváis para subrayarlo. Ligar es reconocerse en el riesgo y en las posibilidades del goce secreto. Se vive al tanto del peligro. Y si el gay “no va hasta el límite es porque, en los convenios de su cultura formativa, el límite ha sido su punto de partida”. Y una vez consumado el goce, “los proscritos vislumbran el paraíso en el triunfo sobre las prohibiciones”, lo viven como una liberación, como una conquista, como una reafirmación del ser: “En este universo de la inmersión erótica y sexual (en el planeta de los ligues circulares), se ubica una de las estrategias de la independencia de la minoría”, continúa con su reflexión Monsiváis y prosigue: “Al ejecutar las acciones condenadas ‘por la moral y las buenas costumbres’, los exiliados de la Respetabilidad encuentran el arma defensiva que es su programa inicial de autonomía.” Esa arma defensiva Monsiváis la ubica primero que nada en el lenguaje del gueto, en la resignificación de las palabras, en los modismos del habla forjados en el ambiente gay: “las circunvoluciones del ligue le otorgan a los proscritos el vocabulario básico ya no sujeto a las imposiciones del exterior, ya no dependiente de los vocablos y conceptos que los heterosexuales acuñan a modo de prisiones y cepos de infamia”.

Uno de esos vocablos infamantes impuestos a los disidentes morales, “joto”, los gays lo transforman, mediante una acción de “travestismo verbal”, en el verbo que encarna su desafío: “Lo que se llama ‘el joteo” es, en un principio, la inversión del habla macha de las cantinas, otro lenguaje escénico, otra sucesión de fantasías verbales que inventan la personalidad anhelada. Si los heterosexuales ‘machean’, los gays bien pueden ‘jotear’. Con gestos, frases e ingenio muy entrenado, se trazan las psicologías que mezclan lo autocelebratorio con la autodenigración”, analiza Monsiváis.

 

“El código de comportamiento de los gays de la sociedad se vuelve un ritual”, explica Monsiváis, donde “el común denominador es el afeminamiento”. La técnica de invertir los géneros les permite a los afeminados utilizar el recurso infinito de la escenificación, de la parodia, del melodrama valiéndose del estereotipo de género femenino.

 

El camp, triunfo de la sensibilidad gay

Los homosexuales entendidos recurrieron a varias estrategias de resistencia moral y cultural. Una de ellas fue, de acuerdo con Monsiváis, el cultivo del sentido estético, del refinamiento de la sensibilidad como medio para revertir la inferioridad decretada a los ‘invertidos’. “Hacen del arte su nacionalidad verdadera y última”, resume Monsiváis. Es el caso de los poetas gay del grupo Contemporáneos, que hicieron de la poesía “zonas de resistencia” de la sensibilidad gay.  Recurrieron a la sublimación del deseo sexual proscrito como estratagema para referirse al deseo homoerótico. Un ejemplo, “el método de (Xavier) Villaurrutia que le asigna resonancias metafísicas al antojo”. Pero será el poeta Salvador Novo el modelo más destacado del “esteta”, de “la creación individual y colectiva de un estilo” muy singular de refinamiento. “Con Novo empieza de manera ostensible la sensibilidad gay” en México, afirma Monsiváis. Y prosigue: “En artículos, crónicas y poemas, Novo insiste en la imposibilidad del deseo recíproco, y por eso halla en la pose el elemento imprescindible de la autogratificación”. Cultivar la sensibilidad estética al grado de volverla un estilo muy personal es una forma de autoafirmación. Y por ello, Monsiváis puede afirmar que Novo “es en rigor una pose”. Y así la define: “La pose (la sensibilidad gay que se educa en la notoriedad del refinamiento) usa del estilo para avisar de la inevitabilidad del anhelo prohibido, y es una técnica pedagógica.”

Serán aquellos homosexuales “impedidos de fingimiento” (Monsiváis dixit) los que llevarán la estilización de la pose a grados sofisticados o delirantes en reuniones, fiestas y lugares de ambiente. “El código de comportamiento de los gays de la sociedad se vuelve un ritual”, explica Monsiváis, donde “el común denominador es el afeminamiento”. La técnica de invertir los géneros les permite a los afeminados utilizar el recurso infinito de la escenificación, de la parodia, del melodrama valiéndose del estereotipo de género femenino: “Ser afeminado es asumir de antemano la condición de vencido y transformarla hasta donde se puede en las victorias de la forma sobre cualquier pretensión de contenido.”, afirma de manera magistral Monsiváis.

Y es así como la estilización de la pose afeminada da lugar a la cultura camp, “esa técnica gay que descubre y exalta los estilos desbordados, las madrigueras del manierismo”. En este tema, Carlos Monsiváis sigue las líneas de reflexión de Susan Sontag, quien define al camp como “una manera de ver el mundo como un fenómeno estético, no en la adopción de la belleza, sino en términos de artificio y estilización”. Para Monsiváis, el estilo camp representa el triunfo de la sensibilidad gay en el arte y la cultura: “El camp es sobre todo la conversión de la sensibilidad homosexual en vanguardia del gusto”. Y de acuerdo con el teórico gay David Halperin, el camp es el más notable aporte de la cultura gay a la cultura general.

Pero el estilo camp no solo es una vía de integración de los gays en la sociedad, como sostiene, según Monsiváis, Susan Sontag. El camp también es “una estrategia de resistencia frente al poder”, como afirma Halperin. El uso del artificio y de la estilización camp puede interpretarse también como una estrategia utilizada por los gays en la disputa entre expresiones culturales dominantes y subalternas. La aceptación de la existencia de tales estilos, sostiene Monsiváis, “al jerarquizarlo todo de nuevo trastocan el sentido de la normatividad.” De ahí el poder de la pose desafiante, paródica e histriónica. Basta con pensar en el triunfo de las drags queen y el fenómeno cultural del voguing para darnos una idea de su potencial.

Invertir los significados culturales heteronormativos y de género ha sido una estrategia de resistencia de los gays para apropiarse del mundo y dotarle de sentido a su vida desde la marginalidad. Situados en este punto, no extraña entonces que, por mucho tiempo a lo largo de la historia, los homosexuales hayan sido tildados de “invertidos”.

Comments
comentarios de blog provistos por Disqus