Trabajo sexual y Covid-19 — letraese letra ese

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Trabajo sexual y Covid-19


El eco de los tacones a cada paso que da mientras camina sobre la silenciosa avenida, en medio de la soledad y la oscuridad, no le provoca tanto miedo como el pensar que esa noche no logre reunir al menos 100 pesos para que ella y su padre puedan comer algo al otro día. Sus noches son cada vez más largas. Horas y horas de espera para que, en algunas ocasiones, amanezca y regrese a casa con las manos vacías. En otras, con menos de 200 pesos, los cuales serán destinados a comprar alimentos y juntar para la renta, en espera de que, por la noche, pueda hacerse llegar otro poco de dinero.

Sheila espera en la fila para que le entreguen una despensa de apoyo pues, al igual que otras decenas de mujeres trans de la zona oriente de la Ciudad de México, se dedica al trabajo sexual en la frontera entre las alcaldías Iztapalapa y Tláhuac, pero no puede laborar como de costumbre ante el cierre de los hoteles de la zona, ocurrido desde el comienzo de abril como parte de las medidas sanitarias para detener las transmisiones de COVID-19.

Entaconada y sumamente arreglada sale de manera furtiva a las calles a ver si algún cliente se anima a buscar un rincón oscuro y solitario. Que la policía le recuerde constantemente que debe regresar a casa debido a la crisis de salud o el temor a aumentar su inventario de cicatrices en el cuerpo, producidas por algún acto de violencia en su contra, como le ha ocurrido en ocasiones en las que hasta la han apuñalado, no es ahora una causa de preocupación.

Su mayor pendiente es la subsistencia diaria. Lo mismo le pasa a su amiga Luna, quien también está formada en la fila de las despensas, pero reconoce que, a diferencia de Sheila, ella sí ha decidido no salir más a buscar clientes debido a que vive con diabetes. Como su amiga, también mantiene a su padre y madre y presume algunas de sus “heridas de guerra”, incluida una gran cicatriz en el brazo.

Dice que son gajes del oficio porque hay muchos “enfermos por ahí”, y lamenta que para las mujeres trans hay pocas opciones de trabajo. Por el momento subsiste de sus ahorros y de apoyos que organizaciones como Centro de Apoyo a las Identidades Trans y Condomóvil A.C. les consiguen. Ya sea despensas donadas por particulares o insumos como condones donados por la Fundación México Vivo.

En el caso de Luna, también realizó el trámite para que el gobierno capitalino le proporcionara una tarjeta de apoyo para la compra de despensa.

Insuficiencia de recursos

Por más de 10 cuadras sobre avenida Circunvalación, centenas de mujeres, quienes suelen estar ahí con vestimentas atrevidas, en busca de algún cliente, ahora acuden al mismo lugar con su ropa cotidiana, ya sea mezclilla y blusa o ropa deportiva, sin tanto maquillaje y con un cubrebocas. En sus casi imperceptibles rostros se pueden distinguir sus ojos marchitos, colmados de angustia por la preocupación de haberse quedado, de manera abrupta, sin la posibilidad de obtener el ingreso económico que todos los días solían llevar a sus casas. Desde la madrugada, muchas llegaron desde diferentes puntos de la capital mexicana y la zona conurbada para ir a recoger una tarjeta de apoyo que el gobierno de la ciudad tuvo que otorgar a quienes ejercen el trabajo sexual tras la insistencia de la organización civil Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”.

Como todos los días, la mayoría de ellas mintió para salir de su casa, pues ejerce el comercio de las caricias sin que su familia lo sepan. Aunque lo hacen por mantener a sus hijas, hijos y otros familiares, prefieren que no se sepa y así evitar ser estigmatizadas. “Mientras más lejos, mejor”, comenta una de ellas para explicar que, antes de la alerta sanitaria, solía viajar por más de dos horas en transporte público para llegar a la zona de la Merced, ingresar a un hotel para cambiarse, pues de su casa salía vestida como si fuera a trabajar en una fábrica, y comenzar a ofrecer sus servicios.

 

“Nosotras, que le damos a ganar tanto dinero (a los hoteles), recibimos un trato muy malo. No se vale que nuestras cosas nos las hayan entregado incompletas”, reclama Adriana, trabajadora sexual orillada al paro debido a la contingencia por el COVID-19.


A lo largo del mes de abril, la escena se repitió varias veces en esta zona del Centro Histórico, pues hubo muchas solicitudes presentadas y que no fueron atendidas desde la primera vez, e incluso, en la segunda o tercera, acto que fue denunciado por Brigada Callejera, pues a muchas de las peticionarias que vieron retrasado el otorgamiento de su tarjeta, la organización con más de 30 años de trabajo comunitario les había ayudado a realizar el trámite.

A diferencia de otros apoyos económicos otorgados por las autoridades capitalinas, consistentes en el depósito de mil pesos mensuales por seis meses, en esta ocasión, sólo se iba a realizar un depósito único de mil pesos para comprar despensa en supermercados. A pesar de la restricción, la mayoría optó por pedir el apoyo, “pues más vale tener algo, aunque sea poco”, advirtió una de las interesadas.

A la par, ante la constante demanda de ayuda, Brigada Callejera realizó una campaña de recolección de fondos para poder comprar insumos para despensas y entregarlas a trabajadoras sexuales de diferentes puntos de la ciudad. En cada día de entrega, la cantidad de posibles beneficiarias se desbordaba, siendo insuficientes los recursos.

Sin techo

¡Guapos! ¡Papitos! Eran los gritos que provenían de un grupo de mujeres, cisgénero y trans, reunidas en la explanada del metro Revolución, que sonrojaban a los integrantes de la Guardia Nacional mientras patrullaban la zona.

En esta intersección de Puente de Alvarado y Buenavista, muy cerca de donde hace casi cuatro años fue asesinada Paola Buenrostro, una chica trans dedicada al trabajo sexual y cuyo crimen permanece impune, muchas trabajadoras sexuales han acudido al llamado de Brigada Callejera para poder recibir una ración de comida. A diferencia de la realidad a la que se enfrentan chicas de otras partes de la ciudad, ellas solían vivir en los hoteles de la zona y fueron desalojadas después de haberse obligado su cierre como parte de la respuesta al COVID-19.

Esta tarde reciben una pieza de pollo rostizado, un bolillo, sopa fría, agua o refresco. Para muchas, la próxima comida será hasta el otro día. El siguiente reto a vencer es conseguir un lugar para dormir, pues la alcaldía Cuauhtémoc cerró el albergue donde les había dicho que podían quedarse, a los dos días de haberlas recibido. Algunas se han quedado en los parques de la zona o en las banquetas. Ya muy noche, se juntan alrededor de una fuente para poder asearse.

Algunas buscan a sus clientes para ver si les dan servicio en sus casas u otro espacio para poder ganar un poco de dinero. Otras han comenzado a llamar a conocidos y familiares para que les permitan pernoctar.

los Riesgos de la calle

Desesperada, Mariana aceptó la oferta de un cliente de ocupar una habitación en un espacio que él tenía cerca de Eje Central, para continuar dando servicio. El primer día no tuvo problemas. Le pagó lo acordado, 200 pesos por acto sexual y el resto para ella. Pero al siguiente día, después de atender a su último cliente, el dueño del lugar intentó someterla con una “llave china” y le advirtió que quería la mitad de sus ganancias diarias. Después la encerró en el cuarto por varias horas, golpeándola e intentando violarla. Ella logró avisarle a otra persona que estaba encerrada allí. Cuando su agresor se dio cuenta, inmediatamente huyó del lugar, dejándola encerrada. Pasaron más de dos horas para que le abrieran. Inmediatamente se dirigió hacia la zona oriente del valle de México, donde vive con sus dos hijas y su madre, a quienes mantiene, y por lo tanto, tuvo que buscar otras opciones para allegarse de algún recurso económico como lavar ropa ajena, actividad por la que obtiene 100 pesos al día.

Está preocupada por su vida, pues continúa recibiendo mensajes con amenazas por parte de su agresor. “Si esa tarde me hubiera matado, nadie sabría cuál hubiera sido mi destino”, sentencia la mujer morena de cabello teñido mientras espera que la fila para recoger su tarjeta de apoyo.

La situación no es exclusiva de la ciudad de México, En otras partes del país se viven situaciones similares, pero con respuestas distintas. Brigada Callejera documentó que en el municipio de Chihuahua se han repartido despensas, gel, cubrebocas y otros insumos como condones a varias trabajadoras sexuales.

 

El Comité Internacional de los Derechos de Trabajadores Sexuales de Europa exhortó a los gobiernos de ese continente a no criminalizar al trabajo sexual, y apoyar a quienes lo ejercen mediante el otorgamiento de ayudas económicas e incorporar a las organizaciones que defienden sus derechos en los programas de apoyo durante la pandemia.


En Jalisco, varias trabajadoras sexuales, participaron en la convocatoria emitida por el gobierno estatal para obtener un apoyo de cinco mil pesos por tres meses debido a la situación de desempleo a la que se enfrentarían. A todas las que realizaron el trámite se les otorgó la ayuda.

Sin embargo, la realidad ha sido muy distinta para la mayoría de las personas que ejercen el trabajo sexual en diferentes partes del país, pues no se les han brindado apoyos de ningún tipo. En Chiapas, se documentó que las direcciones de salud de diferentes municipios siguieron cobrando, por algunas semanas, las tarjetas de control sanitario, y en el caso de la capital, Tuxtla Gutiérrez, los cuerpos policíacos han pretendido utilizar como pretexto la portación de condones para acusar a varias trabajadoras sexuales de propagar el nuevo coronavirus.

Más respuestas

Un año era el tiempo proyectado por Kenya Cuevas para poder inaugurar la Casa Hogar Paola Buenrostro al norte del Valle de México. Sus planes no pudieron llevarse a cabo, pues la crisis sanitaria la obligó a acondicionar el espacio donado por el gobierno capitalino para dar refugio a 15 mujeres trans trabajadoras sexuales que no tenían a dónde ir tras el cierre del hotel donde vivían.

Así, Casa de las Muñecas Tiresias ha dado alojo a estas chicas por casi un mes. Ahí han aprendido algunos oficios y terminado de acondicionar el lugar, en espera de que al paso del tiempo pueda recibir a más mujeres trans en situación de vulnerabilidad para que estén seguras dentro de un ambiente libre de discriminación.

“¿Quién ve por nosotras?” es la pregunta que lanza al aire Jazmín mientras espera a que lleguen los integrantes de Brigada Callejera con la comida del día. Tiene mucho sueño porque no pudo dormir durante la noche, pues mientras lo hacía, en una banqueta en los alrededores del metro Revolución, toquetearon su cuerpo y despertó llena de miedo y angustia de penar que la situación podría repetirse al amparo de la oscuridad nocturna.

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