El celuloide viral — letraese letra ese

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El celuloide viral


Pandemia, distanciamiento social, cuarentena, confinamiento, saturación hospitalaria, racionamientos, mascarillas, guantes, caretas, todos estos conceptos y herramientas que hoy se han vuelto parte de nuestra vida cotidiana, de un modo pasajero, aunque potencialmente permanente, han estado presentes no sólo en la literatura de anticipación o ciencia ficción, sino también en el espectáculo fílmico. A continuación, un breve repaso a las tendencias dominantes en el cine de catástrofes, esa expresión premonitoria que han compartido, con enfoques muy parecidos, el cine occidental y su contraparte en el extremo oriente.

El espejo hollywoodense

El cine en países anglosajones, de modo particular el hecho en Hollywood, ha abordado el asunto de las catástrofes naturales o diseñadas por el ser humano, como una magnificación visual y una potente caja de resonancia de miedos y paranoias colectivas. Esta tendencia, muy común en la era de la pasada posguerra, cobró tintes dramáticos en la década de los cincuenta como un efecto de la histeria suscitada en la población estadunidense por la guerra fría y el temor a las invasiones de supuestas hordas salvajes provenientes del totalitarismo comunista rojo o de un viejo enemigo japonés convertido ya, por extensión racista, en peligro amarillo. Fue la época de cintas emblemáticas como El enigma de otro mundo (Christian Nyby, 1951) o La invasión de los usurpadores de cuerpos (Don Siegel, 1956), reveladoras del miedo a esa dimensión desconocida del ser humano que invariablemente representaba cualquier persona o comunidad alejada, en lo racial o en lo político, del ideal de perfección y bienestar norteamericano.

A partir de los años setenta se precisa la tendencia en el cine comercial estadounidense a recurrir con insistencia al referente científico para escenificar catástrofes mundiales e imaginar enemigos más intangibles y temibles que los villanos tradicionales. Quedan atrás, o minimizadas, las ficciones sobre catástrofes situadas en lugares específicos: un rascacielos (Infierno en la torre, John Guillermin, 1974) o un transatlántico (La última noche del Titanic, Roy Baker, 1958; La aventura del Poseidón, Ronald Neame, 1972). El peligro y los escenarios se vuelven ahora más difusos e inquietantes, como en La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971), una cinta en la que toda una población de Nuevo México comienza a morir inexplicablemente mientras un grupo de científicos intenta bloquear a un virus muy contagioso activado por el impacto de un satélite sobre la Tierra. Aunque relacionado con las múltiples películas de ciencia ficción sobre amenazas provenientes del espacio, el filme de Wise coloca en primer término las pesquisas de hombres de ciencia encerrados en un laboratorio y procurando descifrar los mecanismos destructores de un microorganismo. En lo sucesivo, la fórmula se volverá exitosa y también más grande el pánico frente a un adversario omnipresente y con capacidad de letalidad aleatoria.

 

Una película realmente premonitoria es Contagio (2011), de Steven Soderbergh, que de manera muy realista informa sobre un coronavirus, surgido en China, que muy pronto, en poco más de cuatro meses, se expande por todo el planeta.

 

Las espirales del contagio

Dos décadas después, el cine fantástico acudirá con un grado mayor de sofisticación e inventiva a la referencia viral. La película 12 monos (1995), de Terry Gilliam, basada en La jetée (1962), célebre cortometraje del francés Chris Marker, imagina una población devastada en 2035 por un virus cuyo origen habrá que encontrar y estudiar viajando en el tiempo cuatro décadas atrás. El navegante hacia el pasado lo interpreta Bruce Willis y su misión es interrogar a un hombre con desequilibrio mental (Brad Pitt) con el fin de desmantelar la conspiración de un laboratorio responsable de crear el virus. Otra referencia a la teoría del complot está presente en Epidemia (1995), del alemán Wolfgang Petersen, cinta estelarizada por Dustin Hoffman, en la que un virus parecido al causante del Ébola genera graves trastornos respiratorios y cuyo origen y potencial destructor es un secreto que el ejército estadunidense oculta desde los años sesenta. La tos seca, los estornudos, las partículas de saliva, una sala de cine vuelta hervidero de contagio, todo remite hoy a la actualidad a partir de un rutinario blockbuster filmado hace veinticinco años.

Una película realmente premonitoria, y muy superior a Epidemia, es Contagio (2011), de Steven Soderbergh, que de manera muy realista informa sobre un coronavirus, surgido en China, que muy pronto, en poco más de cuatro meses, se expande por todo el planeta. El escenario de la cinta es ahora algo muy familiar: síntomas ya clásicos (tos, estornudos, fiebre, malestar corporal), una acelerada investigación científica, pronta escasez de insumos y alimentos, infección de médicos y enfermeras, saturación hospitalaria, sensacionalismo mediático, brotes de vandalismo, militarización de los espacios médicos, ubicación del paciente cero, competencia de laboratorios en busca de un remedio o una vacuna, propagación viral de noticias falsas como agravamiento de la crisis sanitaria, e incluso el señalamiento de la transmisión del virus desde un murciélago a un cerdo y luego al ser humano. Lo que originalmente fuera una cinta de ficción hoy se ha convertido en una suerte de documental sobre el origen y las funestas complicaciones de una pandemia en una sociedad globalizada y por ende altamente vulnerable. Esta cinta está disponible, para venta o renta, en YouTube.

La matriz asiática

El cine sudcoreano ha sido fértil en películas de catástrofe, mismas que revelan, aun emparentadas con la tradición hollywoodense, características propias de sociedades orientales acostumbradas a epidemias y desastres naturales. En Virus (2013), de Kim Sung-su, el descubrimiento en un contenedor de un grupo de inmigrantes ilegales portadores de un virus respiratorio, desata el caos en una población que muy pronto quedará totalmente confinada. El virus ha viajado de China a Corea del Sur y en poco tiempo los hospitales de Seúl se ven desbordados por olas de pacientes graves, al tiempo que en las calles se suceden escenas de delincuencia provocadas por el fantasma de una hambruna inminente. Como un recurrente clásico, asistimos a la disputa estéril entre autoridades políticas y responsables médicos, colocando estos últimos el imperativo sanitario por encima de las presiones de una economía dislocada.

Otra cinta coreana interesante, Estación Zombie (2016), de Yeon Sang-ho, remite a un esquema similar al de Virus, excepto que la acción del microrganismo transforma a seres humanos en zombis agresivos que habrán de acorralar y aterrorizar a los pasajeros del tren que va de Seúl a Busan, generando un vigoroso clima de suspenso y una estampida general hacia la supervivencia.

De modo más original y sugerente, la cinta El hoyo (1998), del malayo Tsai Ming-Liang, concentra la catástrofe en el espacio claustrofóbico de dos apartamentos, conectados entre sí por un agujero, en un edificio en cuarentena por un virus que transmiten las cucarachas. El ritmo es lento y la lluvia en el exterior, torrencial e interminable. El director captura las angustiantes faenas en este minúsculo espacio donde dos vecinos viven angustiados la inminencia del fin del mundo. En el exterior, en una ciudad donde tal vez se prolonga esa pesadilla doméstica, la vida continúa, como un remedo de lo que antes fuera o como el espejismo de un porvenir más amable, posiblemente cancelado para siempre.

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