Pelear por la justicia — letraese letra ese

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Pelear por la justicia


Un día, Lorena no aguantó más el maltrato. Al ver que su hija intentó, siendo una bebé de un año y medio, defenderla de una agresión, supo que no podía seguir así, que él no iba a cambiar, que nada iba a mejorar y que ya no sólo era responsable de sí misma, sino de las dos. Tuvo que huir de su casa, y después de mucho tiempo de escuchar y construir razones, decidió que iba a denunciar a su hasta entonces pareja. La violencia que vivía era principalmente psicológica y emocional, pero estaba convencida de que debía ser castigada. No así el Ministerio Público, donde le tomó años probar este tipo de maltrato que no deja marcas en el cuerpo, pero sí en la mente de la mujer que es violentada.

A través de un proceso lento y cansado, como básicamente todos los procesos legales en México, Lorena llegó a obtener, por fin, justicia, consiguiendo la primera sentencia condenatoria por violencia psicológica intrafamiliar en la Ciudad de México. La resolución desafió todo pronóstico, incluyendo el de una de las agentes del Ministerio Público que, en su momento, le recomendó: “señora, mejor negocie con el señor porque estos casos nunca se ganan”. “¿Cómo me puede usted decir eso?, le dije; yo tengo 3 años luchando y estoy aquí por 100, por mil mujeres, por 10 mil mujeres que nunca llegaron a esta fase y usted es mujer”, narra Lorena, en entrevista con Letra S.

Y es que Lorena Hernández, periodista y promotora cultural, fundadora de una consultoría llamada Se habla español y del Festival Letras en Tepic –de donde es originaria–, tuvo que correr una carrera de obstáculos, como ella la describe, contra el sistema penal mexicano, pero también contra una sociedad que legitima y desestima la violencia que en apariencia no es mortal, pero que día con día mella el bienestar de tantas mujeres en el país.

“La primera vez que yo llegué al ministerio público recibí una frase demoledora”, recuerda. “Lo primero que me dijeron fue ‘a ver si el ministerio público le quiere levantar la denuncia’”, y le explicaron que cada encargado valora si toma la denuncia o no.

Una vez que logró iniciar el proceso, comenzó a recibir otro tipo de cuestionamientos, como que “no parecía víctima”. “Para mí era como un insulto y yo decía ¿cómo son las víctimas? ¿Necesito llegar con un machete en la cabeza para parecer víctima o a qué se refieren?”.

Ya después, habiendo comenzado la investigación, el problema fue el tiempo, el lento e inacabable tiempo que estaba tomando todo el proceso. Lorena lo resistió todo porque sabía que no podía claudicar: quería justicia. Sin embargo, a muchas otras mujeres la realidad se les impone: no les es posible ausentarse de sus empleos, no tienen con quién dejar a sus hijos, y se van cansando.

 

En enero pasado, a la expareja de Lorena Hernández se le encontró culpable por el delito de violencia familiar y se le dictó una sentencia de un año de cárcel, además de someterse a tratamiento psicológico especializado “para reducir su violencia”.

 

La complicidad social

La historia de Lorena no fue tan distinta de otras. Es más, en retrospectiva, ella mira cómo fueron apareciendo las características “de manual” del fenómeno de la violencia intrafamiliar en su propia casa. “¿Cómo llegó la violencia a mi vida? Con una pareja hombre que después de cierto tiempo comenzó a tener síntomas, porque siempre van como si siguieran una regla, y empieza de menos a más, un día que alguien se desquicia y empieza a golpear el volante, después empieza a golpear la pared, después te da un pequeño empujón, después ya te da un empujón más fuerte, después te empieza a insultar, después te empieza a descalificar y a decir que eres una tarada que no sabe nada, hasta que llega a los golpes y a las amenazas”.

En el transcurso de aquella relación que duró 4 años, tuvieron una hija. Lorena fue agredida cuando estaba embarazada y también después de haber dado a luz. “Entonces yo sabía que estaba mal pero también sentía cierta culpa y pensaba ¿cómo le voy a decir a la gente?, ¿qué van a decir de mí? Van a decir que estoy mal”.

Eso fue exactamente lo que le dijeron. “Cuando ya te sales de ese círculo, mucha gente de tu entorno más cercano no lo entiende y lo primero que te pregunta es ‘pero ¿cómo lo toleraste? ¿cómo lo permitiste?’. Les resulta muy difícil entender que no es que te dejes, es que simplemente las cosas van llegando a más y estás en el entorno más íntimo”.

Sumado a esto, lo que Lorena observó en su paso por los grupos de autoapoyo es que la mayoría de las mujeres no tienen un entorno familiar que las apoye, y las familias las regresan con los violentadores. “Ahí es donde en muchos casos suceden los asesinatos o los golpes más terribles, cuando ellas tienen que regresar a ese entorno familiar porque no tiene a donde irse, porque la familia no las apoya, cuando el papá o la mamá les dicen que se tienen que aguantar, que es parte de la ‘educación’ que nos inculcan y se centra en aguantar”.

Por todo esto, la también autora está convencida de que en este momento puede hablar abiertamente de su caso gracias al contexto de apertura que las mujeres han generado en los últimos años. “Hace 4 años yo no lo hubiera podido jamás decir en público, no lo hubiera podido comentar ni en mi entorno más cercano, y ahora me tiene sin cuidado si la gente me critica o no, si piensa que es una pérdida de tiempo o no, porque la gente siempre te dice ‘ya déjalo así’. Es como si la justicia no tuviera sentido, como que en general el que en nuestro país los niveles de impunidad sean tan altos le hace sentir a la gente –en promedio, por supuesto– que no tiene sentido luchar por sus derechos, que no tiene sentido pelear en un juicio”.

 

La primera vez que llegó al ministerio público, recibió una frase demoledora: “a ver si le quieren levantar la denuncia’”, y le explicaron que cada encargado valora si toma la denuncia o no. Cuando logró iniciar el proceso, se encontró con otro tipo de cuestionamientos, como que “no parecía víctima”.


Carencias del marco legal

En enero pasado, a la expareja de Lorena Hernández se le encontró culpable por el delito de violencia familiar y se le dictó una sentencia de un año de cárcel, además de imponerle el requisito de someterse a tratamiento psicológico especializado “para reducir su violencia o agresividad en contra de su exconcubina”. Al ser una pena breve, pudo conmutarla por una fianza de poco más de 20 mil pesos. Además, la reparación del daño hacia Lorena incluyó que el agresor le pague 20 sesiones de terapia psicológica. “Mi caso va a sentar precedente en la Ciudad de México porque la denuncia fue por violencia psicológica, que es todavía más difícil de probar”.

Con sus conocimientos como abogado, el acusado interpuso un amparo y lo llevó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, organismo que terminó por regresar el expediente porque “consideró que no se violaba ningún precepto constitucional, que el señor siempre tuvo acceso a la justicia igual que yo”.

Para ella sí ha sido muy importante llegar a este juicio condenatorio “porque finalmente, de alguna manera, el Estado me refrenda que yo tenía la razón y también me hace sentir que se está reparando el daño que sufrí por una persona que toda la alevosía y toda la ventaja sabía que me causaba un daño y sabía que cometía un delito en mi contra”.

Sin embargo, las leyes todavía presentan carencias en lo que a defender la seguridad de las mujeres se refiere. Las medidas cautelares, que comúnmente se conocen como órdenes de restricción, se otorgan sólo por un tiempo. “Por ejemplo, ahorita él no tiene derecho a acercarse a mí durante un año, y yo me pregunto, ¿después de que pase el año qué? Esas medidas tendrían que ser de por vida, porque yo no sé si el señor se quiere vengar de mí en 1 año o en 20”.

En segundo lugar, Lorena reflexiona sobre ciertos derechos en conflicto. “Él y yo tenemos una hija en común a la que él sí ve. Entiendo que mi hija tiene sus derechos independientes, los derechos de los niños y las niñas son ver a sus padres, pero resulta que ella vive conmigo. Entonces él tiene todo el derecho de seguirla viendo a pesar de que la niña vive en mi casa y yo soy la que la mantiene, y no lo obligan a ir a una terapia también como padre”, señala. No pide que no lo vea, sino que quiere evitar que la siguiente víctima sea ella. “El derecho de ella de ver a su padre está por encima del mío de no convivir con mi violentador, que resulta que son la misma persona”.

Por eso, asegura que, entre otras cosas, hacen falta muchos más profesionales de salud mental especializados en violencia de género y continuar con la sensibilización de las autoridades para brindar una protección real a las mujeres.

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