COVID-19: una historia — letraese letra ese

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COVID-19: una historia


Con una gran incógnita terminaba el año 2019. Mientras miles de millones de personas alrededor del mundo celebraban el inicio de 2020 y de la tercera década del siglo XXI, las autoridades sanitarias de China decidieron emitir una advertencia sanitaria en el último día del año pasado.

Múltiples casos de personas con fiebres altas y sensaciones constantes de que su respiración se cortaba se habían reportado en la ciudad de Wuhan, ubicada en el corazón de la nación asiática. Los cuerpos médicos locales señalaron que se trataba de casos de neumonía, aunque con ciertas variantes atípicas y desconocidas hasta el momento. La mayoría de estos, presentes en personas mayores de 60 años.

Eran más de 27 personas afectadas durante los últimos días de 2019 y la primera semana de 2020. Para la segunda semana de enero, la cifra se había incrementado a más de 40 casos con síntomas y signos similares, siete eran casos muy graves y una persona ya había fallecido.

Los rumores se propagaron rápido. En la prensa local se comenzó a difundir que parte de las personas infectadas había consumido alimentos en el mercado de Huanan, un milenario centro de ventas, ubicado en la capital de la provincia de Hubei, Wuhan, donde se solía vender carne de animales exóticos sin restricción alguna, proponiéndose la hipótesis de que el virus que habría provocado la enfermedad derivó del consumo de carnes de animales como el murciélago.

El centro de abasto, clausurado desde el 1 de enero, se colocó en el centro de la atención debido a que cuatro trabajadores del lugar presentaron los síntomas de fiebres altas y falta de respiración, y varias personas hospitalizadas eran asiduas consumidoras de los productos allí vendidos.

Sin embargo, pocos días después, un grupo de investigadores de la Universidad de Hong Kong compartió el seguimiento que dio a una familia que viajó de Wuhan a Shenzhen en Hong Kong entre el 29 de diciembre de 2019 y el 4 de enero de 2020, y mostró signos del padecimiento, pero no acudió al mercado, aunque dos de sus integrantes fueron a un hospital. Por lo tanto, este grupo de investigadores planteó, por primera vez, que el virus podía transmitirse de persona a persona.

Menos de dos semanas después de haberse encendido los focos de alerta por estas neumonías atípicas, un grupo de científicos examinó la composición genética del virus y tras compartirla con grupos de investigación de todo el mundo se identificó un 89 por ciento de similitudes de este virus con otros que provocan el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés), una enfermedad respiratoria contagiosa que puede derivar en neumonía.

A esos virus se les llamó coronavirus y en los últimos 18 años habían sido identificados como los detonantes de una situación similar en China entre 2002 y 2003, y del Síndrome Respiratorio de Medio Oriente ocurrido en 2012. Por lo tanto, la comunidad científica internacional estableció que este era un nuevo tipo de coronavirus, al cual, nombraron 19 por el año en que se registraron los primeros casos. Al padecimiento derivado de su presencia en el organismo se le llamó enfermedad infecciosa por coronavirus 19 (COVID-19, por sus siglas en inglés).

 

Ante una realidad en la que las infecciones por el coronavirus eran constantes en más de 100 países del mundo y las cifras de personas afectadas rebasaban las 100 mil,
el 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud determinó que se vivía una pandemia.


 

Virus viajero

Después del reporte de los primeros 41 casos, por algunos días no se conocieron nuevos, pero hacia finales de enero se tenían ubicadas 7 mil 736 personas con COVID-19 en territorio chino, de las cuales, mil 99 habían desarrollado síntomas, 173 de manera grave. De este primer grupo de personas con síntomas, casi 44 por ciento eran residentes de Wuhan. De quienes no eran residentes de dicha ciudad, 72 por ciento había tenido contacto con algún residente de la urbe china, pero un 25 por ciento, nunca había visitado la ciudad o tenido contacto con algún residente de la misma.

Entre tanto, en Tailandia, un hombre de 50 años, conductor de taxi, tuvo ataques de fiebre y tos. Un médico particular le realizó pruebas de detección de influenza, pero el resultado fue negativo. Después de varios días de no poder trabajar, acudió a los servicios públicos de salud donde lo retuvieron. Los médicos diagnosticaron que presentaba los mismos síntomas que los casos en China, pero la persona nunca había visitado ese país. Sin embargo, en días anteriores, dijo haber transportado a un pasajero chino que constantemente tosía y llevaba un cubrebocas. Una prueba molecular identificó que presentaba el COVID-19. Oficialmente, era el primer registro fuera de China.

A miles de kilómetros de distancia, en el estado de Washington, en la costa oeste de Estados Unidos, un hombre de 35 años acudió a los servicios de salud el 19 de enero, después de presentar fiebre y tos por cuatro días. Había estado en Wuhan los días anteriores, pero no había acudido al mercado ni entrado en contacto con otras personas enfermas. Las pruebas detectaron la presencia del nuevo coronavirus en su organismo.

Mientras el gobierno chino establecía un cerco sanitario en la ciudad de Wuhan, a tres semanas de los primeros reportes, el Ministerio de Salud francés anunciaba que había detectado cinco casos de COVID-19 dentro de su territorio: cinco personas de nacionalidad china. Todos eran originarios de la provincia de Hubei. Cuatro eran turistas y la otra persona era residente en territorio francés, pero durante los primeros días de enero había estado de visita en China. En este primer grupo de personas, también se registró la primera muerte por coronavirus en Europa.

A mitad de febrero, el número de muertes por COVID-19 en China había superado las 800 defunciones registradas durante la crisis sanitaria de 2002. Pero, también comenzaba a mostrarse cierta estabilidad, pues la conclusión del primer bimestre del año mostraba que de los 78 mil 190 casos reportados, sólo 10 estaban localizados fuera de la provincia de Hubei, por lo que el cerco sanitario había resultado efectivo y las cifras se comenzaban a estabilizar.

Nuevos epicentros

La noche del 20 de febrero cambiaría la trayectoria del COVID-19. Al norte de Italia, en la región de la Lombardía, se registraba la primera infección, una cifra que al día siguiente se quintuplicó y diez días después, el ministerio italiano de salud reportaría alrededor de mil casos nuevos por jornada. Hacia finales de marzo, el promedio diario de nuevos registros en la península itálica era de cinco mil y las muertes diarias llegaban a las mil. El epicentro del nuevo coronavirus se había trasladado a Europa.

Italia intentó responder a la situación implementando la aplicación de pruebas en quienes presentaran síntomas severos, pero los nuevos casos no se pudieron contener por lo que el domingo 8 de marzo, el gobierno italiano decidió establecer una cuarentena general para toda la población.

La pregunta era por qué se había suscitado la situación. Hasta el momento, diversos equipos de epidemiología han explicado que el perfil demográfico de Italia, considerado el país europeo con mayor número de población mayor a los 60 años, es uno de los principales factores para que el coronavirus se haya diseminado de manera tan rápida y letal. Las primeras estadísticas han arrojado que la mediana de edad de personas afectadas era de 69 años.

Situación similar se ha vivido en España, donde se prohíbe que las personas salgan de sus casas. La nación ibérica es el segundo país europeo con mayor número de casos de COVID-19 y de muertes. En menor cantidad que Italia, una quinta parte de la población total es mayor de 65 años.

El 31 de enero se conoció el primer caso en las islas Canarias y nueve días después en Mallorca. Pero fue hasta el final de febrero, cuando se detectó la presencia del virus en Madrid y Barcelona, que se inició la aplicación de pruebas a nivel poblacional. Los eventos públicos se cancelaron.

Al cierre de marzo, en territorio español había alrededor de 90 mil casos y cerca de 10 mil muertes, toda la población en casa y una economía detenida por decreto gubernamental. Noche tras noche, alrededor de las ocho, las personas se asoman por las ventanas para aplaudir a los trabajadores de salud que han laborado a lo largo del día.

Sin embargo, casi en la conclusión de marzo, la proyección de más de un millón de casos en Estados Unidos en las próximas semanas, y entre 100 mil y 200 mil muertes tan solo en territorio estadounidense, volvió a encender las alarmas. Ahora la ciudad del mundo con más casos es Nueva York, con casi 40 mil.

 

El virus que está movilizando (o paralizando, según se vea) al mundo fue identificado apenas hace unos meses. La efectiva propagación ha provocado que por momentos la epidemia vaya un paso adelante de las estrategias para frenarla. La trayectoria del virus fuera de su punto de origen y hacia todos los rincones del planeta sigue intrigando a los expertos.

 


Fenómeno Viral

COVID-19 por sí mismo ya es un hashtag, un trending topic en las redes sociales, el virus más viral en la historia de la humanidad, un virus líquido si nos ceñimos a la propuesta de Zygmunt Bauman de que todas las formas sociales actuales carecen del tiempo necesario para solidificarse, convirtiéndose en efímeras. Fue el primer virus descubierto on line, después de que investigadores de diversas partes del mundo compartieran en diversas plataformas científicas virtuales, e incluso en Twitter, sus resultados para hallar el origen de este nuevo padecimiento.

Una situación sanitaria que ha paralizado a millones de personas alrededor del mundo, obligándolas al confinamiento forzoso, generando nuevas formas de interacción social a través de lo que ya el filósofo francés Gilles Lipovetsky anunciaba hace algunos años como un mundo colmado de pantallas y también zanjando aún más las brechas de desigualdad social.

Un virus que ha desatado que equipos científicos de todo el mundo hayan comenzado protocolos de investigación clínica para el desarrollo de pruebas de detección rápida, vacunas y de medicamentos; que ha propiciado el diseño de estrategias de salud pública para evitar la diseminación de nuevas infecciones sin control como las de Corea del Sur, Alemania o Singapur, basadas en la aplicación de pruebas al mayor número posible de pobladores, y que ha reabierto un sinfín de debates éticos y de justicia social, sobre todo en países como los de América Latina y África, donde las economías tienen un fuerte sustento en la informalidad, y algunas medidas como el confinamiento poblacional podría impactar severamente en varios estratos sociales.

Como un “virus muy vigoroso” ha calificado Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, a este nuevo coronavirus, el cual, asegura, en lo que se terminan los desarrollos científicos correspondientes, sólo dará un respiro por el cambio estacional que se está viviendo en la parte norte del planeta, pero seguramente regresará, por lo que no hay que confiarse sino prepararse de la mejor manera posible para dar respuesta a una infección viral que llego para nunca más irse.

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