Seguros de viaje
“Las drogas destruyen”, “no perjudiques tu cuerpo con las drogas”, “las drogas son veneno para el cerebro”, “diez consecuencias fatales de las drogas en tu cerebro y en tu vida”. En ese tono surgen las frases al hacer una búsqueda rápida sobre el tema de drogas.
Probablemente, estas afirmaciones se refieren más al abuso, a la adicción a ciertas sustancias que se caracterizan por alterar el estado de consciencia y la percepción de la realidad, que a las sustancias en sí mismas. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría pensar que un solo cigarrillo causa cáncer de pulmón, o que una sola copa de vino puede dejar a alguien sin trabajo, sin familia y sin amigos.
La percepción sobre el consumo de estupefacientes es socialmente juzgada al grado de que esos juicios influyen en la perspectiva de las estrategias para evitar su consumo. Las campañas antidrogas construyen escenarios fatales donde una persona comete “locuras” o hasta delitos estando bajo el influjo de estos químicos. Tampoco es que no pueda suceder. Está documentada la relación entre comportamientos de riesgo (ya sea en lo sexual o al momento de conducir automóviles) y el uso de drogas, sin embargo, establecer una relación de causa efecto del tipo “si usas drogas tu vida se acabará”, sin matizar sobre condiciones, cantidades y sustancias, es lo que ha alimentado la dicotomía de drogas vs. sobriedad, equiparándola con bueno vs. malo.
Apelando a la honestidad
Es bien sabido que la humanidad ha usado sustancias para afectar su consciencia en múltiples épocas y en numerosas culturas. Las primeras fueron las plantas y cuando el ser humano aprendió a procesarlas de manera que se alteraran sus propiedades y produjeran, a su vez, alteraciones en él, la oferta se fue ampliando.
Lejos de lo que plantea el dogma de drogas=malo, las motivaciones para consumir drogas son de lo más variadas. Entre los usos más comunes se encuentra incluso el mantener cierto estatus, relajar la mente y el cuerpo, y socializar. Así lo explica el documento Ambientes del uso de drogas entre los jóvenes, de la hoy extinta organización civil Espolea, que dedicó gran parte de su trabajo a documentar, desde una perspectiva de reducción de daños, el consumo de drogas entre poblaciones jóvenes de México.
La autora del documento, Rebeca Calzada, detalló que para esta práctica también existen razones como el puro hecho de sentirse intoxicado, así como fomentar la comunicación grupal y conectarse con el nivel espiritual. Es claro que existen también quienes “utilizan drogas para mantenerse despierto, para mejorar el rendimiento en alguna actividad, para paliar la depresión y/o mejorar el ambiente, sentirse eufórico o entusiasmado”, consigna. Pero hay otras motivaciones tan variadas como perder peso, aumentar la confianza en sí mismo, para dormir, trabajar, estudiar y/o quitar el hambre, entre muchas otras razones.
En el caso de Dominic Milton Trott, su motivación inicial fue la curiosidad. Este joven, avecindado en el Noroeste de Inglaterra, no se imaginó que años después de probar su primer churro de mariguana en la universidad, se volvería escritor. La postura crítica ante el mal uso de drogas que, efectivamente, lleva a muchas personas a arruinar sus vidas e incluso a morir, fue lo que motivó a Trott para investigar a fondo sobre el uso seguro de sustancias psicoactivas. Este interés dio origen a su libro The Honest Drug Book (El libro honesto de las drogas, MxZero Publishig, 2017), en el cual documenta información sobre 140 sustancias diferentes y se esmeró en recopilar “informes de viaje” que describieran experiencias de la vida real, sin dejar de lado los riesgos potenciales que tienen todas las sustancias. Puede decirse que Trott tuvo que producir aquello que le habría gustado leer cuando comenzó en su camino de conciencia alterada: información sobre temas legales, comparaciones de daños relativos, consejos en caso de sobredosis y otros materiales de referencia.
El discurso contra las drogas, así, en general, ha sido criticado como una visión reduccionista que no toma en cuenta ni las motivaciones ni las experiencias
de conciencia alterada; ni siquiera los riesgos reales que puede traer cada sustancia ni las medidas que se podrían tomar para minimizarlos.
“Me encontré rápidamente con una tendencia perturbadora”, narra en el prefacio del libro, publicado en su sitio web Honestdrugbook.com. “Mientras leía detenidamente en foros y chats, ocasionalmente notaba que los participantes desaparecían. Algunas veces, me llegaba información de que habían cometido algún error y habían muerto. Esto era horrible, más cuando entendí que la mayoría de estas muertes eran totalmente evitables”.
La gente estaba muriendo a causa de la ignorancia, sentencia Trott. “Morían porque no sabían cómo usar su droga, porque estaban experimentando con dosis demenciales, comprando de proveedores riesgosos, sin hacer pruebas, subestimando el tiempo del efecto y las dosis dobles, y tomando combinaciones locas de drogas”.
Sobre el tema de “hacer pruebas”, el autor se refiere a que todo usuario debería cerciorarse de que aquello que está por consumir es realmente la droga por la que pagó. Esto se logra mediante los propios kits de prueba que usan la instituciones (no exactamente la policía, pero podría ser) para detectar si algún químico sospechoso es o no una droga ilícita y de qué tipo.
El punto parece ser que si todos los elementos de riesgo se tomaran en cuenta, se analizaran y atendieran de forma consciente y adecuada, las “vidas destruidas por las drogas” serían muchas menos.
Medidas de seguridad
El autor considera que las muertes por drogas se deben, en gran parte, a la propaganda negativa que se hace sobre los estupefacientes, la cual evita que se difunda la información para consumirlos de forma más segura.
Por eso, el escritor decidió compartir pública y gratuitamente, si bien no todo el contenido de su libro, sí lo que él llama “Mis 10 mandamientos de uso más seguro de drogas”. El primero de ellos es investigar, tratar de conocer lo más posible sobre la droga que se desea utilizar mucho antes de hacerlo. Para esto se puede recurrir al internet, a libros o a personas que han consumido la droga antes.
El segundo punto es cuidar la procedencia del químico, es decir, asegurarse lo más posible de que se trata del “producto” deseado y que no está mezclado con otras cosas que pueden ser dañinas. El tercer mandamiento es probar, como ya se mencionó, la sustancia con kits de prueba que pueden comprarse por internet en muchos países. Incluso en Gales, Reino Unido, existen servicios como WEDINOS (Proyecto sobre Drogas Emergentes e Identificación de Nuevas Sustancias de Gales, por sus siglas en inglés), que reciben muestras de drogas para examinarlas en laboratorio, de manera gratuita y anónima.
Un cuarto mandamiento es usar básculas que midan miligramos, sobre todo para las drogas más concentradas, a fin de tener un mejor control de las dosis. El quinto punto es (aunque suene contradictorio en el marco del discurso tradicional) ser racional al determinar la dosis de consumo, esto es, considerar la dosis más baja para obtener el efecto deseado e irla aumentando si es el caso, pero no exagerar tomando una alta cantidad que después será difícil sacar del cuerpo y que puede traer consecuencias negativas.
La sexta recomendación se refiere a que, como cualquier químico, una droga ilegal puede provocar reacciones alérgicas, por lo que es importante hacer una prueba con un consumo pequeño; si al contacto, por ejemplo, con la mucosa bajo la lengua, la sustancia provoca irritación, hinchazón o dolor, puede ser signo de alergia. En séptimo lugar, es importante considerar si la persona está en buen estado de salud o si consumir estupefacientes hará que empeore un estado de salud de por sí afectado (esto también es aplicable, aclara el autor, a la salud mental).
El punto parece ser que si todos los elementos de riesgo se tomaran en cuenta, se analizaran y atendieran de forma consciente y adecuada, las
“vidas destruidas por las drogas” serían muchas menos.
Los últimos tres puntos se refieren al escenario del consumo como tal. El punto número ocho, por ejemplo, es planear la experiencia de consumo, cosa que incluye ser paciente con el inicio del efecto (con el fin de evitar la sobredosificación que ocurre frecuentemente cuando el usuario piensa que la droga “no funciona”). Además, afirma Trott, se deben evitar escenarios riesgosos como la calle, donde los cambios en la movilidad o en el juicio que traen las drogas pueden poner a la persona en riesgo. El noveno mandamiento es tener a la mano números telefónicos de ayuda en caso de urgencia (sea un amigo o los servicios de emergencia). Finalmente, el número diez implica dar al cuerpo un descanso después de cada consumo, tiempo que dependerá de la sustancia y la dosis que se utilice.
Quizás si aquellos que se oponen a cualquier tipo de experiencia psicoactiva leyeran todos estos puntos de seguridad se mostrarían menos reacios a discutir el tema desde otra mirada. Quizás si todos los consumidores y consumidoras de sustancias los siguieran al pie de la letra antes de, digamos, tomar alcohol, las secuelas de la embriaguez serían menos funestas en muchos niveles.
Reducir los daños
Pero también es cierto que parte de la experiencia del consumo de psicotrópicos es el placer. En este sentido, una planeación tan sesuda posiblemente se perciba como una enemiga de la espontaneidad y el hedonismo. Sin embargo, si algo deja claro la propuesta de Dominic Milton Trott es, justamente, que las drogas son cosa seria. Es decir, que sí pueden hacer daño, pero como casi todo en la vida, en exceso o en condiciones descontroladas, nutridas por la ignorancia.
Por esto, las estrategias que se han adoptado desde ciertos espacios para gente que consume drogas y no dejará de hacerlo se rigen por la reducción de daños. Un punto de partida es considerar factores como el tipo de droga, de consumidor y hasta de espacio físico donde se desarrolla el consumo, de forma que las intervenciones serían diferentes. No es igual hablarle a jóvenes que viven en situación de calle y consumen inhalables y crack para mitigar el hambre, que a jóvenes que asisten a festivales musicales y toman metanfetaminas para resistir el cansancio o facilitar la socialización, o a personas en busca de una vivencia espiritual que recurren a la ayahuasca o al peyote para tener experiencias sensoriales y de introspección.
Por eso, el discurso contra las drogas, así, en general, ha sido criticado como una visión reduccionista que no toma en cuenta ni las motivaciones ni las experiencias de conciencia alterada; ni siquiera los riesgos reales que puede traer cada sustancia ni las medidas que se podrían tomar para minimizarlos. Algunas voces procuran llevar la discusión hacia ese terreno, a dejar de prohibir mediante la satanización y a desglosar el tema con mayor objetividad, reconociendo las diversas realidades en donde se desarrolla.