¿Orgullo gay en Chechenia?
En Rusia no existe ninguna ley que explícitamente penalice la homosexualidad. Sin embargo, una prohibición relacionada, de modo muy ambiguo, con la exposición de menores de edad a cualquier propaganda de relaciones sexuales no tradicionales, autoriza muchos excesos en su interpretación. Según señala en una entrevista para el diario francés Le Monde (12/04/2017), Aude Merlin, investigador del Centro de Estudio de la Vida Política de la Universidad de Bruselas, la homofobia institucional se manifiesta en la Federación Rusa a través de prácticas judiciales, policiacas y políticas muy represivas que obligan a homosexuales y lesbianas a abandonar el país y buscar asilo en embajadas occidentales.
Pero en ninguna región se ha vuelto esa situación tan preocupante como en la república chechena, gobernada por Ramzan Kadyrov, un hombre autoritario interesado en imponer el control férreo a cualquier disidencia política o comportamiento heterodoxo en una tentativa por hacer imperar una tradición moral, fuertemente vinculada a la doctrina islámica. Los medios internacionales denuncian incluso una situación crecientemente anómala: “la instauración progresiva de un islam extremista en el seno mismo de la federación rusa”. De esta manera, los códigos de honor familiar han cobrado en Chechenia una vigencia inusitada, lo mismo que la práctica de la poligamia, la prohibición del alcohol, la televisión y el cigarro, las restricciones en la vestimenta y el sometimiento de las mujeres.
Moscú tolera esa implantación del dogma religioso en una república autónoma, pretendidamente secularizada, a cambio de una lealtad política sin falla. A su vez, la adhesión retórica de Kadirov a las tradiciones de una población mayoritariamente musulmana –atizando con ello los prejuicios respecto a las nefastas influencias culturales del extranjero, entre ellas, algo tan decadente a su vista como la noción de la diversidad sexual y su expresión más escandalosa, el matrimonio homosexual– le ha permitido gozar de cierto margen de popularidad y crear un Estado dentro del Estado, donde la persecución de las minorías sexuales aparece como una cruzada moral necesaria y aceptable.
Cuando los medios occidentales denuncian las redadas a homosexuales y las torturas a que sistemáticamente son sometidos, el gobernante autoritario se permite responder, con el mayor desenfado, que tal situación es imposible en un país donde las personas gays no existen, pues en caso de existir –aclara– sus propias familias se habrían encargado ya de silenciarlas o desaparecerlas (algo que, en efecto, y en muchos casos, es una realidad lamentable).
Todos los demás se llaman Alí
Frente a esta situación dramática, los medios en Chechenia mantienen un silencio absoluto. Sólo algunas publicaciones independientes como la Novaïa Gazeta moscovita, u organizaciones LGBT rusas que han mostrado solidaridad con los homosexuales fichados y perseguidos o recién liberados de las mazmorras del Estado y de sus torturas, han conseguido dar cierta visibilidad a centenares de parias sexuales cuya existencia se encuentra continuamente amenazada.
A la persecución del Estado se añade el rechazo de muchas familias cuyas tradiciones reivindican lo mismo el derecho a ejecutar a una mujer de conducta reprobable que a homosexuales susceptibles de avergonzar y traer deshonra a sus comunidades. Para Alí, uno de los múltiples chivos expiatorios en el proceso de limpieza moral que el gobierno de Kadirov ofrece a la población musulmana de Grozny, capital de Chechenia, los lejanos ecos de las marchas de orgullo homosexual en las capitales occidentales conllevan un siniestro toque de ironía. Su caso es, por lo demás, emblemático: luego de mantener durante meses un contacto en las redes sociales con un desconocido con quien logró construir, mediante mensajes, cierta familiaridad, Alí decidió darse cita con él sólo para descubrir que el encuentro se había vuelto una trampa para los dos, pues una vez detenidos por la policía, cada uno debía entregar su teléfono celular con todos sus contactos, lo que rápidamente condujo al arresto múltiple de personas sospechosas de practicar la homosexualidad.
La redada concluyó en salas de tortura donde los arrestados debían proseguir una labor de delación y soportar cargos inventados y múltiples chantajes relacionados con sus familiares o con el trabajo. Las prácticas de tortura en Chechenia son conocidas: suplicio por inmersión repetida en el agua, descargas eléctricas, golpizas, intimidación y tortura psicológica. Quienes no desaparecen o fallecen por consecuencia de un maltrato particularmente sádico, son liberados al cabo de varias semanas y reducidos al silencio. No existe posibilidad alguna de presentar una denuncia, dado que las posibilidades de represalias son temibles, como lo señala, también para Le Monde (15/04/2017) la corresponsal francesa en Moscú, Isabelle Mandraud.
Cuando finalmente la víctima de los abusos homofóbicos logra ponerse en contacto con alguna red de apoyo rusa, y solicita primero un asilo en Moscú o San Petersburgo, luego su eventual traslado, en tanto asilado político, a alguna nación occidental, surgen dificultades nuevas, como el caso de una persona gay, quien en el proceso se descubre infectada por el VIH, y a quien se le niega el asilo en una embajada, con el argumento de que los contribuyentes del país huésped no tienen por qué sufragar los elevados gastos de una enfermedad crónica e incurable.
Lo más angustiante, sin embargo, es el exilio interior, la culpa y el estigma social que padecen los perseguidos, algunos de ellos señalados erróneamente como homosexuales, culpables únicamente por haber aparecido en la lista de contactos de los celulares de las personas arrestadas. Algunos de esos detenidos son hombres casados, otros se declaran bisexuales, muy pocos admiten ser gays en una sociedad que considera tal condición un crimen o, en el mejor de los casos, un oprobio moral.
Indiferencia global
La labor de las organizaciones LGBT de apoyo a los perseguidos chechenos se multiplican en los países europeos, en Canadá y en Estados Unidos. Gracias a ello es posible financiar los desplazamientos y la manutención de los asilados, tramitar sus visas, brindarles domicilios temporales y eventualmente un empleo. Muchos homosexuales chechenos consiguen huir así de manera clandestina, sin que sus familiares se enteren de su paradero ni, sobre todo, del motivo de la huida. La escasa información que llega a filtrarse a la prensa occidental proviene de las ONG que se ocupan de estas personas, siempre con base en los testimonios de los sobrevivientes o de los corresponsales extranjeros que desde Moscú siguen de cerca ese asedio homofóbico.
A ese silencio mediático, de suyo ominoso, se suma la indiferencia casi total de millones de homosexuales que en muchas regiones del mundo desconocen esta situación dramática, o conociéndola, incluso mínimamente, prefieren ignorarla en el momento de celebrar, con orgullo, las libertades cívicas conquistadas en sus propios países. En el marco de una creciente tolerancia global a los derechos de las minorías sexuales en occidente, persiste una clara reticencia a empañar los festejos multitudinarios con la denuncia, o la sola mención, de una realidad particularmente incómoda.