Sexualidad clerical
La castidad obligada de los sacerdotes tiene menos tiempo de vida que la propia Iglesia católica. Durante el siglo XI, lo más común era que los clérigos de todos los rangos estuvieran casados, aun cuando a partir del año 1000 se emprendieron esfuerzos para reinstaurar el celibato, antiguamente estipulado en los documentos de la institución.
No obstante los intentos, sacerdotes e incluso obispos tenían esposas y muchos hijos. Tampoco faltaban las relaciones homosexuales, cuyas historias, más que documentadas, fueron transmitidas de boca en boca.
En particular, el cardenal Pedro Damián (hoy santo) fue un crítico de la (homo)sexualidad entre los obispos, la cual encontraba más escandalosa que la de los clérigos de menor categoría. En su tratado contra el pecado de sodomía, conocido como El libro de Gomorra, escrito en 1049, condenó tajantemente a aquellos obispos que tenían relaciones con clérigos de su propia diócesis. ¿Cómo podían esos jerarcas entregarse al pecado con quienes eran, técnicamente, sus “hijos espirituales”? Esta perspectiva hacía aún más grave la falta: no sólo se violaban las leyes de la naturaleza, sino que también se cometía incesto.
Diez años después, Pedro Damián escribió un tratado sobre el problema de los obispos casados. En una carta dirigida al papa Nicolás II, el cardenal le expresaba su principal preocupación: la pureza sacramental estaba comprometida. La fornicación era un pecado con todas sus letras, y no podía permitirse que un vicario de Dios manipulara el cuerpo de Cristo después de haber cedido a las tentaciones de la carne.
En el fondo, los temores del cardenal estaban fundados: las críticas a la moral eclesiástica contribuyeron a un anticlericalismo popular.