Una cultura desechable — letraese letra ese

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Una cultura desechable


Morris Berman es uno de los analistas sociales más perspicaces en Norteamérica. En las últimas dos décadas su prestigio como historiador cultural ha crecido a partir de la publicación escalonada de una trilogía nueva: El crepúsculo de la cultura americana (2002), Edad oscura americana, la fase final del imperio (2008) y Las raíces del fracaso americano (2011) libros en los que repasa las razones por las que Estados Unidos, la nación más poderosa del planeta, vive una crisis cultural y política sin parangón en la era contemporánea. En el primer título, propone una analogía entre las circunstancias sociales que precipitaron la caída del imperio romano y el presente clima de deterioro cultural que busca remplazar los valores humanistas por una industria del entretenimiento y consumismo. Una cultura del desecho que Morris Berman denomina irónicamente como McWorld.

El fomento de la ignorancia

Entre los elementos que permiten al autor de El crepúsculo de la cultura americana advertir, de modo apocalíptico, un inminente colapso social en Estados Unidos, comparando esa situación con la de una antigua Roma agonizante, figuran el aumento incesante de las desigualdades sociales fomentadas por el proyecto económico neoliberal y la proliferación de una cultura corporativa de consumo chatarra que merma las oportunidades de acceso para la población a nuevas propuestas culturales de calidad. Los tiempos en que la oferta intelectual en los Estados Unidos hacía de esa nación un semillero de figuras intelectuales tan notables como influyentes (Gore Vidal, Susan Sontag, Norman Mailer, Philip Roth, entre otros), parecen muy lejanos. Los imperativos capitalistas de consumo no sólo contribuyen al deterioro del desarrollo intelectual de la población, también favorecen la persistencia de la ignorancia, algo que, según el autor, ha terminado por lobotomizar a la cultura americana.

Según diversas encuestas, los datos son preocupantes: 41 % de los adolescentes americanos desconocen cuáles son las tres ramas de su gobierno, mientras 59 % conocen el nombre de The Three Stooges (los Tres Chiflados); otro 50 % es incapaz de ubicar la Guerra Civil en la mitad de siglo correcta. Entre la población adulta el fenómeno no es menos agudo: 60 % jamás ha leido un libro y 42 % es incapaz de localizar Japón en un mapa.

Una de las causas que señala Morris para explicar este fenómeno es la creciente mercantilización de muchos centros de enseñanza privados, interesados más en conservar las matrículas rentables que en garantizar un alto nivel de calidad en el rendimiento de sus alumnos. Son muchos los maestros que incluso han perdido sus plazas laborales por negarse a transformar sus clases en simples fuentes de banalización de la cultura con un repertorio de informaciones básicas presentadas como conocimientos atractivos, fácilmente digeribles. Son muchos más los ejemplos que ofrece el libro de Morris Berman del lamentable estado actual de una cultura estadounidense que, no hace mucho, fue mucho más próspera e influyente, y cuya actividad e investigación académica en prestigiosos campus universitarios sigue siendo hasta hoy envidiable, pero que que paulatinamente se ha visto eclipsada por una carga abrumadora de programas de televisión insulsos, videojuegos que ocupan altos porcentajes de tiempo libre, y la invasión en las plataformas de series que reciclan incansablemente sus contenidos compitiendo con una industria de cine hollywoodense basada a su vez en la explotación de fórmulas narrativas ya gastadas. El panorama que muestra El crepúsculo de la cultura americana es desolador, y al respecto el autor es implacable: “La capacidad de leer y escribir puede perderse por completo o declinar tan rápidamente que una edad oscura es inevitable (…) Estados Unidos parece haberse convertido en una gigantesca máquina de fabricar imbéciles”.

Una alternativa monástica

Aunque el libro admite que es difícil conocer las verdaderas causas de la decadencia del imperio romano, sí se destaca en su análisis comparativo con nuestra época la persistencia intolerable de la desigualdad social, entendida como “el empobrecimiento de las masas por parte de un sistema económico que enriqueció a una pequeña minoría propietaria”. La nobleza romana se enriqueció así groseramente, y los enormes impuestos recolectados para sostener a un ejército en continuas guerras recayó en las clases desfavorecidas, afectando incluso a la clase media que había sido siempre sostén del imperio. Una minoría depredadora gozaba de una prosperidad económica basada en la explotación de una población que sobrevivía con lo estrictamente necesario.

A partir del estudio de esa realidad histórica, el autor procede a explicar de qué manera en los siglos posteriores a la caída del imprio romano, fue forjándose en el mundo occidental una nueva clase ilustrada, una élite del conocimiento, representada por monjes estudiosos y figuras como Tomás de Aquino, auténticos ascetas de la preservación de una cultura libresca que, más allá de los dogmas religiosos, abría el paso al florecimiento del Renacimiento. Después de realizar una revisión histórica y filosófica del proceso de recuperación del legado grecolatino para cimentar con él una cultura occidental más vigorosa, el autor procede a reivindicar lo que imagina como una nueva opción monástica indispensable para frenar la mercantilización actual de los productos culturales y dar un nuevo impulso a la voluntad de conocimiento en las nuevas generaciones. Se trata de una lenta labor de resistencia cultural cuyo propósito es combatir lo que Berman llama la starbuckización de la cultura en ese campo inmenso de consumo masivo que es ahora el McWorld.

Una élite extendida

La nueva élite del conocimiento crítico, suerte de Nueva Ilustración para el siglo XXI, participa también en el debate político, donde suele adquirir la forma de una nueva disidencia. El autor reconoce, en ese esfuerzo intelectual, a las figuras emblemáticas del lingüista y analista político Noam Chomsky y también del cineasta y agitador social Michael Moore. Hay muchas otras figuras, por supuesto, desde Herbert Marcuse y Marshall Mac Luhan hasta la escritora Susan Sontag, pero en lo esencial lo que importa es una labor de rescate cultural similar a la que propone el libro de ciencia ficción de Ray Bradbury, Farenheit 451, obra llevada al cine por Francois Truffaut, en el que se exhibe a un poder dictatorial empeñado en borrar todo rastro de cultura, empezando por la quema masiva de libros, mientras un puñado de ciudadanos opta por memorizar los contenidos y conservarlos para las generaciones venideras. Son esos parias defensores del patrimonio cultural de la humanidad, los que mejor representan la opción monástica propuesta por Morris Berman, sacudiendo de paso la vieja noción restrictiva de un clan elitista, para proclamar la democratización del concepto de élite cultural ahora en beneficio de todos y todas. Del pesimismo más radical el autor transita en este libro a un tipo de optimismo moderado que constituye una barricada racional frente a los embates cíclicos de la mediocridad y la barbarie.

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