Las revoluciones del género — letraese letra ese

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Las revoluciones del género


“El sexismo es un asunto de todos”. Bajo esta premisa el semanario francés Courrier international ha dedicado en febrero-marzo de este año un número especial al tema “Las revoluciones del género”. Entre los temas que analiza está el desasosiego de muchos hombres inconformes con los modelos restrictivos de la masculinidad; los combates de las comunidades transgénero y transexuales por el reconocimiento de sus derechos, y de manera más amplia, la revolución cultural que representa el número enorme de personas no binarias que no se identifican con ningún género. Hemos elegido reseñar un ensayo que por su calidad y pertinencia destaca en el conjunto de reflexiones de la publicación: “Cuando el género agita al mundo”, de la influyente filósofa y feminista queer Judith Butler, autora, entre otros libros, de El género en disputa (1990) y Deshacer el género (2004).

Maligna dispersión de las identidades

Esta semana acaba de ser relecto, para un cuarto mandato consecutivo, el dirigente ultraconservador húngaro Víktor Orbán, promotor de una ley que proscribe y persigue en las escuelas públicas la difusión y práctica de la homosexualidad y cualquier tentativa de modificación de género. Algo similar se produce en Rumania, donde se prohibe desde 2020 la enseñanza de una teoría de identidad de género, mientras en Polonia se han establecido zonas libres de la ideología LGBT+. A este repaso que elabora Judith Butler de los crecientes embates en Europa del Este contra las minorías sexuales y las luchas feministas, se suma la postura muy influyente, y hasta hoy inamovible, del Vaticano en su empeño por satanizar lo que denomina una “ideología de género”, alegando su pretendida capacidad corruptora al interior de las escuelas. Este clima de hostigamiento continuo a los estudios de género que en el campo de las ciencias humanas y sociales procuran analizar y cuestionar las normas que actualmente definen la naturaleza de lo masculino y lo feminino, se extiende, en opinión de Butler, a otros terrenos de la investigación académica, en particular a la teoría crítica de la raza, considerada esta última como una construcción jurídica, social y política, y también a los estudios centrados en el postcolonialismo y el fenómeno migratorio. Para los grupos conservadores que han establecido un bloque de militancia antigénero, lo que está en juego es el concepto de familia tradicional amenazado por una dispersión de identidades que difuminan o cancelan la estructura tradicional binaria de los roles sexuales. También cuestionan, con argumentos falaces, un supuesto adoctrinamiento que se practicaría en las escuelas públicas y que pretende convertir en homosexuales a los alumnos y alumnas. El despropósito evidente de estas imputaciones fantasiosas tiene como objetivo demonizar toda práctica sexual alejada de la norma establecida, pero sobre todo proteger a la institución de la familia nuclear de cualquier amenaza que socave su hegemonia ideológica. La mayor objeción de los detractores de la teoría de género es la noción de que se pretende negar el sexo biológico y que al pensar el género en términos de una construcción social se llegue a disminuir considerablemente la posición dominante del hombre en la sociedad. Eso daría lugar, según esa suposición paranoica, a una proliferación mundial de las perversidades sexuales que pondría en peligro la seguridad y la educación de niños y niñas. En realidad, opina la filósofa, lo que persigue la embestida mundial misógina y homófoba es dinamitar los cambios legislativos progresistas que en las últimas décadas han conquistado los grupos vulnerables.

La satanización del género

Al militantismo antigénero lo impulsa de modo decisivo la percepción de un peligro social inminente que es preciso prevenir o sofocar. Según su percepción, al malestar generalizado que provocan las crisis económicas recurrentes, la impartición desigual de la justicia, la desigualdad de oportunidades y la nula rendición de cuentas por parte de las élites dominantes, se añade una descomposición moral derivada de la acción corrosiva de los colectivos LGBT+, del feminismo radical y de oleadas migratorias que parecen incontenibles. Como observa Judith Butler, la teoría de género se presenta a los ojos de los conservadores como una suerte de invasión extranjera y de lo que se trata ahora es de defender una nación esencialmente fundada en los valores cristianos de la supremacía blanca y de una familia heteronormativa. Añade la escritora: “El género llega a encarnar o a verse asociado con todo tipo de “infiltraciones” que minan al cuerpo nacional, y se presenta como como un fantasma, o como el diablo mismo en persona: una fuerza de destrucción pura y llana que pone en peligro a la creación divina”. Según esta lógica, semejante fuerza de destrucción justificaría los llamados a la beligerancia (en rigor, los reflejos catastrofistas) en favor del afianzamiento del nacionalismo, del férreo control de las fronteras, del veto a la inmigración no blanca, y la suspicacia en contra de los intelectuales, así como la censura. La cartografía de la intolerancia global que presenta la escritora está hoy también presente en numerosos posicionamientos políticos de la ultraderecha, desde Rusia y Chechenia hasta la Hungría de Orbán y la Polonia que aplica medidas segregacionistas en contra de homosexuales. El fenómeno se reproduce con modalidades diversas en países de Oriente medio y África Central, donde las legislaciones vigentes pueden penalizar la homosexualidad hasta con la pena de muerte, reservando también a las mujeres que se oponen al poder patriarcal sanciones muy severas.

Doble moral del autoritarismo conservador

Asimismo surgen en América Latina iniciativas en favor de una fuerte represión a la disidencia sexual, como el reciente intento en Guatemala por colocar al margen de la ley a las minorías sexuales, o en la Unión Americana, donde la cámara de representantes del estado de Florida ha aprobado una ley, conocida como “No digas Gay”, que prohibe en los planteles de enseñanza elemental toda discusión sobre la orientación sexual o la identidad de género. Por otro lado, en varios países de Europa oriental se atizan los miedos y los fantasmas colectivos, al asociar, de manera abusiva, la teoría de género a derivas totalitarias que fomentarían un regreso al comunismo. El movimiento antigénero presenta así una notable paradoja: al tiempo que denuncia a las feministas y a los colectivos LGBT+ como promotores de un totalitarismo de izquierda, su propio lenguaje adquiere formas muy claras de autoritarismo: busca dinamitar los contenidos de algunas cátedras universitarias, avala la censura en el ámbito artístico y en los medios informativos, al tiempo que promueve actos de intimidación y violencia contra las mujeres que optan por la interrupción del embarazo, respaldando también campañas contra homosexuales y comunidades trans, y en favor de la expulsión de inmigrantes indeseables. En opinión de Judith Butler, exponer la doble moral de la ultraderecha antigénero forma parte de una estrategia indispensable de solidaridad antifascista.

 

 

Fuentes: courrierinternational.com y The Guardian, 23 octubre 2021.

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