Fidelidad, amor y VIH — letraese letra ese

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Fidelidad, amor y VIH


La situación de las mujeres frente al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) ha estado siempre, en diferentes niveles, supeditada a su condición de género frente a los hombres. Esto se puede observar claramente en la relación de matrimonio. Incluso en los matrimonios modernos, donde los roles de cada género se han modificado en los últimos años, persisten una serie de conceptos acerca del amor romántico que las ponen a ellas en una situación de riesgo.

Este fenómeno es el que se aborda en “Infidelidad marital y las enfermedades de transmisión sexual. El riesgo del VIH en una comunidad mexicana de migrantes”, artículo que formó parte del libro Mujeres y VIH en México. Diálogos y tensiones entre perspectivas de atención a la salud, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco en 2018.

En este estudio, las investigadoras Jennifer S. Hirsch, Jennifer Higgins, Margaret E. Bentley y Constance A. Nathanson analizan las concepciones culturales que mantienen a las mujeres parejas de hombres migrantes, tanto mayores como jóvenes, en riesgo de contraer el VIH. Mientras los intentos de prevención del virus se han enfocado en tratar de “empoderar” a las mujeres para que puedan negociar el uso del condón, las autoras consideran que las estrategias deberían ir en otra dirección.

Matrimonios de ayer y hoy

El estudio se basó en las historias de vida de 26 mujeres mexicanas, la mitad de las cuales vivía en Atlanta, Georgia, y la otra mitad en dos comunidades rurales de México: una de Michoacán y otra de Jalisco. Las participantes pertenecían a dos generaciones que se podrían clasificar como la generación de mujeres jóvenes (alrededor de los veinte años) y la generación de sus madres (mayores de 35 años). Todas ellas estaban casadas con hombres que habían migrado a Estados Unidos, temporal o permanentemente (en este caso, estableciéndose con ellos en ese país).

Ya que varios estudios indican que la proporción de mujeres con VIH es mayor entre mujeres rurales (20 por ciento del total de casos de VIH) que entre mujeres urbanas (14 por ciento de los casos), las investigadoras se propusieron indagar por qué las mujeres se siguen exponiendo a una posible infección, y qué papel simbólico juega la infidelidad marital en ello.

Como punto de partida, las autoras observaron que todas las participantes aceptaban como válido el precepto de que la monogamia protege contra el VIH y otras infecciones sexuales. Cuando se les preguntaba qué pasaría si en su relación sólo ella fuera fiel y su esposo, infiel, respondieron que era importante “confiar” en que ambos tenían relaciones sexuales sólo uno con el otro.

Además, en general hubo una percepción relativamente negativa sobre el condón entre las entrevistadas, pues la mayoría consideró que no es “muy seguro”, además de que es incómodo y puede interferir con la intimidad que requiere una relación sexual. En contraste, se observaron diferencias sustanciales en la idea de lo que es el matrimonio para ambas generaciones de mujeres (aunque no hubo diferencias entre las que vivían en EE. UU. y las que vivían en México).

 

Mientras los intentos de prevención del VIH en mujeres parejas de migrantes se han enfocado tiempo en tratar de “empoderarlas” para que puedan negociar el uso del condón, las investigadoras consideran que las estrategias deberían ir en otra dirección.

 

Es así que para las mujeres de mayor edad, el éxito de la unión marital se basa en el respeto y en que cada uno de los integrantes de la pareja asuma su papel: el hombre el de proveedor y protector, y la mujer el de la reproducción, los cuidados y la administración del hogar. Si uno de los dos no fungía como era su deber (por ejemplo, si el hombre era “desobligado” o si la mujer no satisfacía las necesidades de él en lo sexual), el matrimonio no iba a prosperar.

En este contexto, donde el hombre es visto como un individuo con gran deseo sexual, las infidelidades en el lapso de la migración no eran, para las mujeres mayores, motivo suficiente para acabar con el vínculo matrimonial. Algunas de ellas dijeron que ni siquiera hablarían al respecto con sus parejas, y otras “tratarían de arreglar las cosas”, proponiéndose tratar mejor a sus esposos para que no tuvieran que buscar a otras mujeres.

Por otro lado, para las mujeres jóvenes, su matrimonio se basaba más en el amor, la confianza y el compañerismo. Los roles de género son un poco menos rígidos y a diferencia de sus madres, estas mujeres ven como un asunto crucial el compartir el placer sexual con sus parejas, sintiéndose más libres para hablar sobre lo que desean y sobre lo que las hace sentir bien en la intimidad.

Desde esta perspectiva, la infidelidad es vista por ellas como una traición al respeto y la confianza en la que, consideran, debe basarse un matrimonio exitoso. Para las jóvenes, por ejemplo, descubrir una infidelidad sí sería motivo para terminar con el matrimonio, aunque aquí surgen condicionantes importantes. Una es el gran tabú que significa el divorcio en las comunidades rurales de México, y la otra es que quienes afirmaron que romperían su matrimonio si su esposo era infiel fueron mujeres que tenían un trabajo remunerado y eran económicamente independientes.

Mi esposo no es así

La connotación negativa de la infidelidad estuvo presente entre las mujeres del estudio, aunque para cada generación se consideraba reprobable por motivos diferentes. Sin embargo, tan negativo es ese concepto que en ambos grupos, las mujeres mostraban resistencia ante la posibilidad de que sus esposos fueran infieles.

Es aquí donde parece radicar la dificultad para que perciban el riesgo en el que se encuentran. Los pensamientos podrían resumirse de esta forma: “Sí, la infidelidad puede dar paso a una infección por VIH; sí, el condón es una buena forma de evitar infectarse con el VIH; no, mi esposo no me es infiel (o espero que no lo sea) y entonces no es necesario considerar el uso del condón”.

A esto se suma la idea de que el condón es una barrera, un obstáculo, para la intimidad de la pareja. Después de la separación de varios meses cuando un hombres se va a Estados Unidos, el regreso suele verse como una “luna de miel”, por lo que el condón es concebido como algo que podría entorpecer el ambiente romántico del reencuentro.

Derivado de su investigación, las autoras señalan algo crucial: “Negociar el uso del condón es impensable para estas mujeres ya que, en su visión, solicitar su uso a sus esposos es equiparable a aceptar, o incluso permitir, la infidelidad”. Esto porque las participantes consideran que, dado que el condón es un obstáculo para la intimidad, los hombres deberían usarlo con las otras mujeres, no con sus propias esposas.

 

Si bien las jóvenes casadas tienen más libertad para iniciar el sexo o tener sexo oral, “no tienen mayor posibilidad que su madre de preguntar espontáneamente acerca de las aventuras de su esposo ‘en el norte’".

 

Estrategias de prevención más efectivas

La investigación encontró que, si bien las jóvenes casadas tienen más libertad para actuar en lo sexual, “no tienen mayor posibilidad que su madre de preguntar espontáneamente acerca de las aventuras de su esposo ‘en el norte’”.

Hay que recordar que el comportamiento sexual de los hombres que migran a Estados Unidos es distinto al que tienen en México, pues se encuentran lejos de las normas sociales que los rigen normalmente (encontrándose en un ambiente más liberal), y además enfrentan obstáculos como no dominar el idioma y carecer de servicios de salud sexual debido a su estatus ilegal.

Por todo esto, “sugerir que podemos ayudar a las mujeres casadas a protegerse al ‘empoderarlas’ para negociar el uso del condón es sugerir que podemos cambiar las consecuencias de las inequidades de poder entre géneros sin hacer nada acerca de la inequidad en sí”.

Las investigadoras señalan que no es acertado plantear que las mujeres necesitan aprender a negociar el condón, pues “en muchas áreas de su vida… ya son negociadoras expertas”. En cambio, hay que observar que “las mujeres en esta comunidad no quieren usar condones… porque el costo emocional de reconocer que el sexo con sus esposos no es seguro es demasiado alto”.

En lugar de esta perspectiva, la investigación concluye que es mejor plantear un programa de prevención que se centre en las ideas de respeto y la confianza, diseñando mensajes dirigidos a hombres, con el fin de que usen condón en sus relaciones extramaritales. Dichos mensajes, sostienen las autoras, apelarían a la responsabilidad del hombre de proteger a su pareja de las enfermedades y el dolor emocional, y sería una estrategia educativa que tendría mucho más sentido en el contexto de esta comunidad.

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