Bipolaridad: vivir los extremos — letraese letra ese

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Bipolaridad: vivir los extremos


Desde su nacimiento, Estrella ha sido la consentida de la familia. Fue la más pequeña de cinco hermanos y ninguno de ellos, tampoco sus padres, parece haber notado nada extraño en su comportamiento. Era algo llorona, sí, pero ¿qué hermana pequeña no lo es? Quizás la habrían tildado de “demasiado sensible”, pero no había nada que llamara la atención de manera especial. Sin embargo, un día, ya pasados los 30 años, Estrella intentó suicidarse.

Ante los ojos de todos, la joven había pasado de una prometedora carrera en la academia y una relación de pareja estable al internamiento en un hospital de especialidad en la Ciudad de México; el atentado contra su propia vida tomó por sorpresa a toda su familia. Ellos no sabían la gravedad de la condición de Estrella, pues la convivencia era esporádica y tranquila, pero su compañero sentimental sí que podía hablar sobre la complicada situación en la que su vida común se había convertido. Se sentía preocupado y hasta culpable por no haber podido prevenir aquel evento.

Si bien la depresión es un factor ampliamente estudiado en los casos de suicidios o intentos de suicidio, no era esta enfermedad la que había ocasionado aquel incidente. Después de mucho indagar y de pasar por toda clase de terapias (psicológicas y farmacológicas) y estudios, un diagnóstico irrumpió en la vida de Estrella y su familia: trastorno bipolar.

Un trastorno grave del estado de ánimo
“No le hagas caso, es bipolar” es una frase que se usa de manera popular y con extrema levedad desde hace un tiempo. Por lo general, se utiliza para referirse a una persona que tiene cambios bruscos en el estado de ánimo, por ejemplo, que se enoja o se entristece súbitamente. Sin embargo, la bipolaridad está muy lejos de ser algo tan simple.

Hace varios años, a las personas con estados de ánimo extremos se les llamaba “maníaco-depresivas”. Hoy el nombre científico es trastorno bipolar. Más aún, la edición vigente del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, la conocida “biblia” de la psiquiatría mundial, no define un solo trastorno bipolar, sino que titula a su sección dedicada al tema “Trastornos bipolares y relacionados”. En el ámbito médico, también se ha empezado a utilizar el concepto “espectro bipolar”. Esto se debe a que el cuadro clínico de esta enfermedad es una compleja red de síntomas y condiciones que se conjuntan en diversas proporciones.

El trastorno bipolar (TB) es una enfermedad severa que consiste en cambios drásticos del estado de ánimo, a los que se conoce como episodios de manía y episodios de depresión. La depresión, como sabemos, se caracteriza por profunda tristeza, desesperanza y falta de sentido de la vida. Los episodios de manía, por su parte, incluyen una euforia exagerada que se expresa en una mayor energía y más actividad de lo habitual. La creencia popular es que la manía se muestra como felicidad extrema, pero poco se habla acerca de que también se refleja en comportamientos inusuales (por ejemplo, la persona usa ropa extravagante cuando antes no lo hacía) o compulsivos (la persona realiza compras descontroladas, se queda sin dormir por limpiar la casa o se vuelve adicta a diversas sustancias).

De acuerdo con el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, los altibajos del trastorno bipolar no son iguales que los altibajos normales que todas las personas tenemos. “Los cambios en el estado de ánimo son más extremos y vienen acompañados de cambios en el sueño, el nivel de energía y la capacidad de pensar con claridad”. Los síntomas bipolares, explican, son tan fuertes que hacen difícil el estudiar o mantener un trabajo.

En los casos más graves, quien lo padece puede intentar suicidarse, como le sucedió a Estrella. El riesgo de suicidio en los pacientes con TB se ha estimado entre 6 y 15 por ciento; estos números son 20 veces mayores que en la población general. Así lo reportó un análisis realizado por investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid y de la Universidad de Columbia, Nueva York, quienes recopilaron datos de todo el mundo publicados entre 1990 y 2008. Además, señala el estudio, mientras que en la población general se consuma un suicidio por cada 30 intentos, en la población con TB una de cada 3 personas que intentan suicidarse lo consiguen.

 

El riesgo de suicidio en los pacientes con trastorno bipolar es de entre 6 y 15 por ciento; estos números son 20 veces mayores que en la población general.

 

Muchos rostros, un solo trastorno
Se estima que el TB se presenta en 1 a 2 por ciento de la población, según la región del mundo. Sin embargo, los investigadores creen que esta cifra podría llegar hasta el 5 por ciento si se incluyen todos los problemas del espectro bipolar.

Dicho espectro se compone, de un extremo a otro, de los estados de: manía, hipomanía, normalidad, depresión leve y depresión profunda. Estos estados se alternan y muchas veces conforman ciclos; al ritmo y la duración de ellos se le llama ciclado de la enfermedad. Según cada paciente, puede haber etapas más largas de manía o de depresión, y cada estado puede durar desde unos días hasta semanas o incluso meses (sobre todo en el caso de la depresión).

Como se dijo antes, lo que distingue a los pacientes con TB del resto de la población es la severidad de los cambios en el estado de ánimo, pues se observa un gran contraste entre un episodio y el siguiente. Todos esos cambios están fuera del control de la persona que los padece, pues se originan en la química cerebral, que no puede ser modificada a voluntad.

Los tipos más comunes de TB son el I y el II. El TB I se caracteriza por la presencia de un episodio de manía completo, sin que antes haya aparecido un episodio de depresión. El TB II se presenta con un episodio de manía más leve, pero para clasificarlo así es requisito que haya habido uno más episodios de depresión mayor. En ambos casos, es importante corroborar que los síntomas de la persona no se expliquen por otro tipo de problemas mentales.

Episodios de una historia recurrente
Estrella quiere mucho a sus sobrinos, que ya son adolescentes. Los apoya en sus proyectos y acude a todos los eventos deportivos en los que participan. Un buen día llegó a una de las exhibiciones de gimnasia de uno de ellos adornada con un sombrero de ala ancha imposible de ignorar. Sus hermanas ya estaban al tanto de su diagnóstico, por lo que pudieron identificar que estaba atravesando por un episodio de manía.

Por desgracia, ese tipo de comportamiento no es el único que la joven desarrolla en esas etapas. Su adicción al alcohol ha llevado a sus familiares a esconder o de plano deshacerse de todas las bebidas embriagantes de la casa de Estrella y de las propias. La vigilan muy de cerca para saber con quién sale y a dónde va, pues saben que si se tarda un poco más de lo previsto existe el riesgo de que haya ido por un trago. El conflicto familiar es fuerte –aunque es más preciso llamarlo un conflicto interno de cada quien–, pues intentan que Estrella sea autónoma, pero la tentación por supervisarla las 24 horas del día para evitar que se haga daño es demasiado grande.

La manía, pues, puede tomar diversas formas. Algunos signos pueden ser más evidentes, como que la persona comienza a hablar muy rápido, habla a un volumen muy alto, lo cual puede ser extraño para quienes la conocen. Pero también puede comenzar a expresar ideas de grandilocuencia o tener una confianza exagerada en sí misma, lo que puede llevarla a tener comportamientos riesgosos –por ejemplo, sentir que se puede escalar una montaña o manejar una motocicleta a gran velocidad sin consecuencias negativas–. También pueden llegar a tener síntomas psicóticos, como alucinaciones, como en el caso de una paciente que describe cómo, al notar que sus ideas se sucedían muy rápidamente, creía ver la electricidad y los neurotransmisores corriendo por todo su cerebro.

Las personas con manía no saben que tienen un problema, y sus familiares y amigos puede que tampoco lo sepan, por eso, no buscan ayuda psicológica o médica en estos casos. A esto hay que sumar que el diagnóstico de TB se suele retrasar porque se confunde con la depresión. Esto sucede porque muchos pacientes sólo buscan ayuda cuando están deprimidos, y el hecho de que se repongan y después recaigan se puede confundir con una depresión recurrente.

 

El uso de antidepresivos comunes, que ayudarían a una persona que solamente tiene depresión, llega a ser peligroso en pacientes con TB, pues puede “empujarlos” hacia la manía o generar o intensificar sus pensamientos suicidas.

 

Es por eso que es importante que el especialista (ya sea psicólogo o psiquiatra) indague en la condición de la persona para descubrir si se está frente a un caso de bipolaridad, no sólo para tener un diagnóstico más temprano, sino para evitar prescribir medicamentos que pueden empeorar la situación. Un dato importante es que el uso de antidepresivos comunes, que ayudarían a una persona que solamente tiene depresión mayor o severa, llega a ser peligroso en pacientes con TB, pues puede “empujarlos” hacia la manía o generar o intensificar sus pensamientos suicidas. Los antidepresivos sí se utilizan para tratar el TB, pero deben ser suministrados siempre en combinación con otros fármacos.

En el espectro del trastorno también hay que poner atención por si se presentan episodios de hipomanía, pues sus síntomas (mayor energía, falta de sueño) son más leves que los de la manía y no alcanzan a interferir con el funcionamiento social de la persona, lo cual no quiere decir que no sean relevantes para el diagnóstico.

El rompecabezas de los tratamientos
Hace cuatro meses, Estrella fue internada nuevamente tras intentar suicidarse una vez más. El apoyo incondicional de su familia y el seguimiento médico por parte de especialistas no habían sido suficientes para controlar su trastorno bipolar. Desde su diagnóstico, ella ha tenido muchos problemas para encontrar un tratamiento que le brinde una mejoría real,  por lo que el suyo es clasificado como un TB de difícil control.

Aunque el caso de Estrella es especial, muchas veces el tratamiento del trastorno es complejo ya que, como en muchos otros problemas mentales, las dosis exactas para controlarlos son variables y se ajustan según cada paciente. En general, el TB se trata con dos tipos de medicamentos psiquiátricos: estabilizadores del estado de ánimo –que ayudan a equilibrar los neurotransmisores que intervienen en los episodios de manía, hipomanía o depresión– y antipsicóticos.

La adherencia al tratamiento es difícil debido a varios factores. Uno es la negación a reconocer el TB como una enfermedad, que además es crónica, por lo que muchos pacientes dejan el tratamiento pensando que ya “se curaron”, y además porque no resisten los efectos secundarios. Entre estos efectos están las náuseas y los temblores, para el caso de los estabilizadores del ánimo, y en el caso de los antipsicóticos, el sueño excesivo, los mareos, los tics o movimientos incontrolables y la inquietud, entre otros. El abandono del tratamiento se ha estimado en 41%, de acuerdo con los investigadores que revisaron casi dos décadas de estudios. También encontraron que una de cada tres personas con TB deja de tomar al menos 30% de su esquema de medicamentos.

Así, el TB permanece oculto mientras no se logre un diagnóstico correcto y se encuentre un esquema adecuado de fármacos. Mientras tanto, las personas con la enfermedad ven cómo su vida social, profesional y financiera se desmorona. Estrella ha tenido la suerte de contar con una familia con recursos tanto educativos como económicos para procurarle la mejor atención posible, pero en la sociedad en general, el estigma derivado del desconocimiento retrasa demasiado el tratamiento para este padecimiento, al grado de que llega a ser demasiado tarde.

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