Las mujeres en la lucha del 68 — letraese letra ese

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Las mujeres en la lucha del 68


Del movimiento estudiantil del 68 se afirma que “fueron muchos los sesenta y ochos”, en referencia a la pluralidad de experiencias, visiones y actores que confluyeron en ese proceso social considerado un parteaguas en la historia contemporánea de México. Sin embargo, las narrativas que han prevalecido son las que construyeron sus dirigentes, todos ellos varones, algunos desde la cárcel. Ellos terminaron por encarnar a todo el movimiento. Como protagonistas centrales, el predominio de su mirada privilegiada terminó por opacar a los “otros sesenta y ochos”, relegando a otros sectores y experiencias igualmente valiosas pero consideradas políticamente irrelevantes.

Es el caso de las mujeres. En la gran mayoría de las narraciones sobre el 68 la percepción que predomina es la de una presencia femenina secundaria y subordinada a las decisiones y acciones masculinas. Contra esa interpretación masculinizada y cupular se han escrito otras narrativas basadas en lo que ocurría en las calles, en las múltiples asambleas escolares y en las acciones de decenas de brigadas que se formaron al calor de la lucha y que constituyeron el soporte de todo el movimiento.

Lejos de idealizar el papel desempeñado por las mujeres en el movimiento, estas otras narrativas reconocen que su participación estuvo marcada por la “lógica de género”, que les asignó un “trabajo de mujeres”, como el cocinar en las guardias durante la huelga o llevarles los alimentos diarios a los estudiantes presos. No existía una conciencia feminista propiamente dicha, pero eso no impediría a muchas mujeres tomar conciencia de su propia situación.

Por esos férreos estereotipos de género las estudiantes enfrentaron mayores dificultades en su participación en el movimiento que sus pares varones. Para ellas el riesgo no sólo eran los cuerpos represores de Estado y los autoritarismos patriarcales de la familia, sino que también debieron enfrentar las expresiones machistas dentro del movimiento. “Nuestros compañeros seguían tratándonos como inferiores”, narra, por ejemplo, Carla Martínez, cuyo relato es retomado en una investigación de las historiadoras Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier , basada en las historias orales de algunas de las mujeres que se involucraron de lleno en el movimiento. “Los hombres acostumbraban chiflar y gritarnos cosas cuando tratábamos de hablar. Eso hacía más difícil poder hablar y expresar lo que pensábamos”, complementa por su parte Rosa Bañales.

Sin embargo, lejos de amedrentarse ante esas dificultades, en una actitud resiliente, ellas lograron sobreponerse a la adversidad y no sólo “empezamos a descubrir nuestras propias capacidades” (Carla Martínez dixit) sino que, de acuerdo con las historiadoras mencionadas, lograron darle la vuelta al estereotipo: “las mujeres se valían de esos estereotipos para apoyar al movimiento”. Es decir, que valiéndose de la percepción prejuiciada de que la mujer no podía ser un sujeto político, aprovecharon para pasar desapercibidas ante la policía y otras autoridades ahí donde los estudiantes varones no podían arriesgarse. Fue así que, por ejemplo, distribuyeron propaganda “subversiva” en lugares impenetrables para sus compañeros varones. “Mi aspecto de ‘muchachita decente’ me permitía fungir como vigía y servir de parapeto”, explica al respecto Marta Lamas.

 

En la gran mayoría de las narraciones sobre el 68, la percepción que predomina es la de una presencia femenina secundaria y subordinada a las decisiones
y acciones masculinas. Contra esa interpretación se han escrito otras narrativas basadas en lo que ocurría en las calles y en las acciones de brigadas formadas
al calor de la lucha y que fueron el soporte de todo el movimiento.
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¡Las calles también son nuestras!
Los espacios públicos también fueron ocupados por las mujeres, y decir lo anterior no es poca cosa si consideramos que hasta ese entonces el ámbito doméstico era el espacio femenino considerado como “natural”. “Las mujeres no podíamos salir de noche”, explica Elena Castillo, “todas las noches, antes de que empezara el movimiento, yo estaba en la casa y no podía siquiera pensar en salir después de las ocho de la noche”. No en balde, aquellas que se salían de ese parámetro eran consideradas “mujeres de la calle”. En ese sentido, las que se atrevieron a hacerlo dentro del movimiento lograron romper con ese confinamiento doméstico y transformaron para siempre la relación con su entorno. El participar en mítines, brigadas, volanteos, pintas, guardias y otras acciones directas les permitió erigirse como actores políticos, aunque no se percibieran como tales. La compañía de sus colegas les permitió romper con ese confinamiento. El movimiento “creaba una gran camaradería entre los chavos y nosotras. Eso no quiere decir que dejaran de ser machos, sino más bien que las circunstancias hacían que nos consolidáramos como una sola fuerza”, menciona Angélica Tirado.

En la acción diaria de las brigadas estudiantiles, las mujeres se apropiaron del espacio público y aprendieron a tomar la palabra. “Sí, cocinar era nuestra función y la hacíamos bien. Pero también rompimos con ella. Nos salimos de nuestro papel y convocamos a reuniones espontáneas en los mercados y en las esquinas de las calles, en distintas colonias”, comenta, por ejemplo, Susana Rivas en la investigación mencionada. En otro texto, Marta Lamas también corrobora ese aprendizaje: “Esas interminables asambleas fueron mi primer aprendizaje de lo que implica el uso público de la palabra”.

Participar en igualdad de condiciones
En muchos aspectos, la participación de las mujeres en el movimiento fue más contestataria que la participación de los hombres. Su sola presencia como integrantes de un movimiento social imponía un cambio en las relaciones de género que exigía la igualdad de trato. “Compartíamos los mismos riesgos, porque el hecho de subirnos en un camión para distribuir propaganda o para hablar con la gente implicaba el peligro de ser arrestadas o perseguidas. Y tanto hombres como mujeres compartíamos ese riesgo por igual”. Puestas así las cosas, relata Rosa Zamudio, “los chavos tuvieron que cambiar (…) su actitud hacia nosotras. Antes, eran conquistadores. Después, hablaban sobre relaciones basadas en la amistad, el compañerismo y la solidaridad”. No fueron pocas las que cuestionaron sus propias relaciones de pareja basadas en los roles tradicionales de dominación. “Empezamos a cuestionar nuestros propios papeles sexuales”, profundiza Angélica Tirado. Y Luisa Salazar concluye que sus vidas “cambiaron de una situación de sentirse inferiores a una más cercana a la de los hombres.”

 

Los espacios públicos también fueron ocupados por las mujeres, y decir lo anterior no es poca cosa si consideramos que hasta ese entonces el ámbito
doméstico era el espacio femenino considerado como “natural”.

 

Y no sólo las relaciones de género fueron cuestionadas por la presencia masiva de las mujeres en el movimiento, también la autoridad patriarcal salió mermada. Gloria Jaramillo así lo percibe: “era realmente escandaloso para nuestros padres; en primer lugar porque su hija estaba involucrándose en un movimiento social (…), en segundo lugar, porque fácilmente podría fracturar la autoridad de la familia”. El recuerdo de Rafaela Morales va por ese mismo sentir: “Arrojamos nuestros uniformes, nuestros suéteres. Le subimos la bastilla a nuestras faldas (…). Peleábamos contra el autoritarismo que enfrentábamos más cerca de nosotras”. En palabras de Angélica Tirado, “empezamos a cuestionar las instituciones”.

El movimiento del 68 cambió el curso de muchas vidas y no sólo de las de sus dirigentes. E incluso podríamos afirmar que transformó las vidas de generaciones posteriores que fueron influenciadas por su espíritu libertario y antiautoritario. Seguir el hilo de la participación de las mujeres permite comprender mejor las transformaciones ocurridas al nivel de las relaciones sociales, de la vida cotidiana y de la sexualidad. De acuerdo con Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier, la participación femenina planteó un desafío a los valores sociales, ya que “las mujeres relacionaron su despertar sexual con su despertar político”. Y con ello provocarían algo no menor a una revolución social al nivel de la vida cotidiana: “Se modificaron los ritos de iniciación de la adolescencia, especialmente los relativos a la sexualidad, los roles de género y los lazos afectivos con el hogar y la familia”. Por esa razón, las autoras plantean que el movimiento estudiantil del 68 debe ser repensado en su totalidad a la luz de la mirada y participación de las mujeres.



Bibliografía consultada:
* “México 68: hacia una definición del espacio del movimiento. La masculinidad heroica en la cárcel y las ‘mujeres’ en las calles”, en file:///C:/Users/USUARIO/Downloads/354-354-1-PB.pdf  
* “El 68 y mi cultura política”, en Memorial del 68. Ciudadanía y movimientos, Vol. II, UNAM, México, 2018.

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