Paz, reeducación y masculinidad — letraese letra ese

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Paz, reeducación y masculinidad


El nuevo Gobierno encabezado por Morena tiene entre sus primeras metas la pacificación del país. Es la paz el nuevo paradigma que al parecer está surgiendo en la mente de la izquierda institucionalizada que asciende al poder. ¿De qué paz hablan López Obrador y su equipo? La paz para las personas que han sido víctimas de la violencia criminal; también paz para detener el asesinato de sus líderes rurales y ecológicos, y la paz hacia aquellos grupos de profesionales que han sido atacados sistemáticamente, como los periodistas. También paz para que la violencia hacia las mujeres disminuya.

¿De qué paz hablamos?
La paz en estos grupos es urgente, y adquiere significados distintos: puede significar justicia o término de una situación de guerra; o puede significar aparición de personas desaparecidas o incluso el permitir realizar una labor profesional –como la de los periodistas–. La paz es por tanto, un concepto que requiere de otros elementos para adquirir sentido: paz con justicia, paz con aparición de personas, paz con libertad, etc. Entonces, hay que reconocer que existe la necesidad de diversos grupos sociales de tener paz en diversos niveles.

La paz es un concepto políticamente neutro, que surge del pragmatismo y es similar a otros como “amor”, “riqueza”, “progreso”, etc., que generan en grupos distintos (e incluso antagónicos) una misma aspiración, anulando diferencias y matices, y permitiendo unidad. Debido a ello, para quienes hemos militado en la izquierda desde el trabajo en Organizaciones Civiles, el concepto nos resulta limitado para impulsar una transformación social de corte más progresista y con aspiraciones de respeto y fomento de una mayor diversidad social y sexual. Ello se debe a que la paz ha sido un concepto que también es común a grupos de derecha. Éstos la enarbolan en la lucha contra movimientos sociales que han denunciado injusticias y desigualdades por género, raza, clase social, etc. Por ejemplo, ante la denuncia contra autoridades sexistas y machistas o el cuestionamiento a empresarios corruptos, la derecha ha respondido silenciando a quienes se han quejado. En estos casos, la paz ha significado neutralizar y anular la crítica.

Incluso quienes hemos trabajado el tema de violencia de género tanto con mujeres que han vivido maltrato como con hombres agresores, hemos visto que la demanda de estos varones a sus parejas ha sido que ellas dejen de ser “conflictivas” al quejarse de las desigualdades ,y que ellas “estén en paz”. Ello no es distinto de padres o maestros que aspiran –ante hijos e hijas que cuestionan y/o estudiantes rebeldes– que estén “quietos”. Aquí, paz se relaciona con castigo y su violencia es lo que termina por imponerse a estos grupos sociales que son catalogados como “rebeldes”.

Entonces, la paz puede ser entendida como el que alguien se esté quieto o se mantenga pasivo o sometido. Así, la paz y su castigo generan represión y opresión, y ello no es ajeno a lo pensado por algún soldado al haber eliminado a algún estudiante en la Plaza de las Tres Culturas en 1968. De hecho, recordemos el uso de la paloma de la paz de Picasso en los Juegos Olímpicos en ese año.

 

Las personas que abusan en estos contextos familiares –usualmente hombres– nos enseñan algo muy relevante para este momento en nuestro país: la paz
puede ser una meta de la personas que abusan, y con ello pretenden la anulación del conflicto.

 

Reeducación y diversidad
Ha habido estrategias educativas para que se construya la paz en la sociedad. Metodologías educativas son, por ejemplo, la “educación para la paz” o la “cultura del buen trato”. Éstas son enfoques educativos que promueven una resolución no violenta del conflicto. Proponen un afrontamiento no violento y con ello incluyen estrategias, técnicas, ideas y conceptos que buscan un acercamiento que no sea ni violento ni destructivo, sino pacífico. Pero justo esto último es lo que llama la atención de estas propuestas: la mejor herramienta para la paz es la paz. Y por ello debiera de entenderse la ausencia de conflicto y/o más bien la ausencia de violencia. Con ello se equipara al conflicto con la violencia.

Aquí es donde surgen dos perspectivas sobre la paz: la conservadora y la progresista. Para la primera es la ausencia de conflicto, y demanda un orden y un statu quo donde no se cuestione a quienes detentan el poder económico, político, de género y raza. Debido a eso, esta concepción demanda el uso del derecho y de los mecanismos del Estado para garantizarse. Para los segundos la paz es la ausencia de violencia, y demanda reconocer que hay conflictos debido al statu quo que grupos con intereses (de género, edad, raza, clase social) no desean cuestionar.

En el primer caso hablamos de una paz producto de ciudadanos que obedecen las reglas a pesar de las desigualdades y, por tanto, centran su demanda en el respeto a las instituciones (demandan un apego al orden legal a pesar de que éste pueda incluso estar fomentando más injusticias). En el segundo caso, se refiere a ciudadanos que demandan desobediencia y cuestionamiento a esa normalidad inequitativa en los niveles que hemos señalado: el cuestionamiento al racismo que ejercen diversos sectores de la población, el cuestionamiento al machismo que practican hombres contra las mujeres, así como la crítica al adultocentrismo y la gerontofobia. Estos últimos también cuestionan la homofobia y los crímenes de odio contra la comunidad LGBTI. Esta concepción de paz demanda no orden, sino justicia e igualdad, y reclama el reconocimiento de la diversidad identitaria y de derechos.

Quienes hemos trabajo metodologías de intervención en familias en donde se vive violencia de género y hemos intervenido con hombres que ejercen violencia en contra de las mujeres, hemos trabajado con personas que frecuentemente conciben el mundo de forma desigual e inequitativa. Las personas que abusan en estos contextos familiares –usualmente hombres– nos enseñan algo muy relevante para este momento en nuestro país: la paz puede ser una meta de la personas que abusan, y con ello pretenden la anulación del conflicto. Anular el conflicto significa silenciar el cuestionamiento a su estatus y jerarquía. Con ello pretenden en quienes conviven con ellos la obediencia a un orden familiar desigual e injusto. En la intervención con los varones que ejercen violencia se busca desmontar estas ideas de convivencia familiar “pacífica” y se les propone valorar el conflicto como una vía de crecimiento personal y relacional. Comprender de forma distinta el conflicto es el eje central de los cambios en los sujetos que ejercitan el abuso de forma sistemática.

Esto es así porque hemos aprendido que el conflicto tiene que ver con la construcción de lo que se ve como problemático. Esto es, para algunos varones es conflictivo que sus hijos sean de una preferencia sexual distinta a la heterosexual, y para otros no. Entonces, para los primeros el problema será que su hijo sea –por ejemplo– gay o lesbiana, para otros no. Para unos varones es conflictivo que su pareja gane más dinero que él, pero para otros no, por tanto, para unos será un problema que la esposa trabaje, y para otros es un derecho que no pueden cuestionar.

Entonces, lo que hemos aprendido con varones que han ejercido violencia hacia sus familias no es que deberían de anular los conflictos en sus relaciones interpersonales, sino, al contrario, deberían reconocer que toda relación humana es conflictiva porque “el problema” pasa por las subjetividades y por la noción de lo que se entiende por orden. Para unos el orden es flexible, cambia y se negocia, para otros debiera ser uno rígido. Por tanto los hombres aprenden a pensar el conflicto de forma distinta, no de una manera pacífica sino reconociendo la experiencia emocional, conductual, corporal, comunicacional y la importancia que tiene para la otra persona el conflicto. Esto es, aprenden a abordar el conflicto sin pacificar al otro u otra, sino comprendiendo la dimensión amplia y profunda en su historia y su identidad. Por ello la apuesta en una perspectiva reeducativa es la capacidad de pensar, sentir y visualizar a la otredad como diversa y para la convivencia no pacífica, sino en la diferencia.

 

Es inevitable convivir en el conflicto con otros y otras. Cada conflicto nos puede permitir no sólo comprendernos mejor al crecer, sino además entender al otro y otra.

 

Reeducación y nuevo régimen
Así, se puede decir que la estrategia de educación de un corte más progresista aborda el conflicto problematizándolo, cuestionando la propia idea que se tiene de la otra persona, y profundizando y comprendiendo al otro u otra (pareja e hijos/hijas). Esta postura es opuesta a la que se ve en los enfoques de paz que pretenden sustituir el conflicto. Aquí se busca la comprensión del impacto social y personal de las propias conductas de violencia, y la responsabilidad sobre éste. Con ello, se pretende la resignificación de la experiencia de maltrato hacia una mayor comprensión de la relación con el otro u otra. Ésta permite que aquellos grupos sociales que han abusado se vean capaces de construir relaciones afectivas y de empatía que antes veían lejanas.

A ese cambio de una percepción del mundo autoritaria, violenta e inequitativa a una democrática, igualitaria y justa le llamamos proceso de reeducación, y tiene la finalidad de transformar las creencias, hábitos y prácticas desiguales de los hombres –o personas que están acostumbradas a violentar– a respuestas apegadas a los derechos humanos y a los valores de justicia social, así como a la diversidad cultural y sexua. Se puede decir que los varones que transforman sus respuestas de abusivas a igualitarias están construyendo más y mejores conflictos. Más en el sentido de que reconocen que al ser todos y todas diferentes, es inevitable convivir en el conflicto, y mejores porque comprenden que cada conflicto le puede permitir no sólo comprenderse mejor al crecer, sino además entender al otro y otra y establecer y cambiar determinadas alianzas, puentes y formas de estar cercano y solidario.

Entonces la reeducación no es sólo que los varones dejen de ejercer violencia y ejerciten prácticas de igualdad, tampoco implica sólo vivir en paz, también implica una mayor comprensión de los otras y otros, de sus necesidades, su subjetividad y la cosmovisión que cada quien tiene. A esto le llamamos cambiar de una epistemología de la dominación y la opresión, a otra de la diversidad y de lo nuevo. Creemos que sería deseable que el nuevo Gobierno retomara ideas en este sentido en sus propuestas de pacificar al país. No hay un orden sino hacia la diversidad.

*Economista con maestría en sociología. Especialista en estudios de género, masculinidad, violencia masculina y metodologías de intervención.

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