Amazonas literarias (París) — letraese letra ese

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Amazonas literarias (París)


Evocar la vanguardia artística del París de los años 20 y 30 es convocar las imágenes de un puñado de escritores expatriados, en su mayoría británicos y estadunidenses, que eligieron la capital francesa como el sitio privilegiado de una bohemia literaria. Figuras como Ezra Pound, T.S Eliot, William Carlos Williams, James Joyce y Ernest Hemingway dominaron el paisaje intelectual parisino al publicar en esa ciudad algunas de sus obras más notables y al escenificar ahí también sus legendarias visitas a cabarets, bares y burdeles, creando la mitología de un clan de masculinidades ilustres. El París de esos Años Locos fue el refugio hedonista ideal para todo guerrero literario.

El panteón olvidado
A contracorriente de esa reputación complaciente y algo rancia, figura también un grupo menos reconocido de jóvenes mujeres intelectuales, también expatriadas anglosajonas, para quienes esa misma ciudad fue un espacio de libre creación artística y que frecuentaron los cafés de la Rive Gauche, administraron librerias de prestigio, recibieron en sus salones privados a celebridades, escribieron crónicas, novelas y ensayos literarios, y sorprendieron a propios y extraños con su elegancia y desenfado, su ferviente emancipación y su libertad sexual. Las escritoras Gertrude Stein y Djuna Barnes, las fotógrafas Gisèle Freund y Berenice Abbott, las dueñas de librerías Sylvia Beach y Adrienne Monnier, o la periodista Janet “Genêt” Flanner, corresponsal del semanario The New Yorker, fueron amazonas literarias que con una voz original y un punto de vista independiente dejaron una huella perdurable en el París intelectual de entre dos guerras. De ellas se conocen biografías individuales y sus personalidades se asocian con el clima de efervescencia cultural y mundana que se vivió durante los años veinte en los cafés de Montparnasse y en el barrio latino. La mayoría eran mujeres muy bellas, algunas ricas herederas, que luego de abandonar a padres o esposos, o al decidir no formar familia alguna, eligieron el prestigioso roce con pintores, literatos o escultores en la ciudad que se había vuelto el centro del arte y la literatura y donde todo parecía permitido.

Muy lejos del ambiente puritano de su país de origen y de las restricciones impuestas a su género, muchas de estas expatriadas por voluntad propia buscaron y pudieron vivir en París una libertad sexual que en su caso no significaba estar más accesibles al cortejo de los hombres, sino más abiertas a una franca complicidad erótica con otras mujeres. Durante largos años sólo quedó de todo aquel impulso vital y aquel comercio lésbico amoroso, el testimonio de las propias obras de las escritoras. Y los rumores varios de una habladuría mundana. Sin un reconocimiento equiparable al de sus colegas literarios masculinos –en parte por prejuicio moral, en parte por desinterés de las élites intelectuales–, las aportaciones culturales de este grupo de mujeres emancipadas fueron menospreciadas o ignoradas. Al lado del cenáculo de escritores ilustres, de lleno incorporados a una tradición literaria, lo suyo fue un Panteón casi olvidado de talentos dispersos. Hacía falta una revaloración cultural, posible a partir de la distancia, y un acto de justicia que reconociera no sólo a personalidades aisladas sino al grupo de apetencias e intereses compartidos. Después de recuentos biográficos individuales, se imponía la necesidad de una biografía colectiva. Esto se dio con la aparición casi simultánea en 1996 de una película documental y un libro que compartían un título elocuente: París era mujer. Retratos de la orilla izquierda del Sena, de Andrea Weiss (editorial Egales, Madrid, 2014). La autoría de la versión fílmica fue de  la estadounidense Greta Schiller, quien en 1984 había realizado el estupendo documental Before Stonewall. A la par de su primera formación como cineasta, Andrea Weiss tiene una notable trayectoria como especialista en estudios culturales y es autora de títulos tan sugerentes como Vampiros y Violetas: las lesbianas en el cine, de 1992 y La sombra de la montaña mágica: la historia de Erika y Klaus Mann (2008). Lo que acomete en París era mujer es una relectura del mito de París como capital literaria descrito en clave estrictamente femenina. Narra la autora la manera en que dos mujeres, Adrienne Monnier y Sylvia Beach, aportan una enorme vitalidad al mercado editorial parisino de la posguerra al reunir la primera, en su legendaria librería Shakespeare and Company (activa hasta la fecha), y la segunda, en La Casa de los Amigos de los Libros, situadas ambas en el barrio latino, a los autores más destacados del momento. En otro capítulo describe la actividad paralela de salones literarios donde se promovían y difundían las carreras artísticas de algunos escritores expatriados, el más célebre de todos, Ernest Hemingway. El salón más famoso lo preside, con temple de acero y gran perspicacia literaria, la escritora Gertrude Stein, junto con su inseparable compañera sentimental Alice B. Toklas, aunque destaca también el salón de la imperiosa Natalie Clifford Barney, amante de la pintora Romaine Brooks. Son ellas quienes con mayor empeño apoyan la creación literaria de las novelistas Djuna Barnes, compañera de la escultora Thelma Wood, y de Radclyffe Hall, autora del libro pionero sobre lesbianismo, El pozo de la soledad (1928), prohibido por la censura en Inglaterra.

Ciudad de las noches oscuras
Lejos de ser un simple anecdotario mundano (como pudo serlo en 1979 Comentarios secretos, un libro del francés Roger Peyrefitte sobre la élite intelectual gay francesa), lo que ofrece la obra de Andrea Weiss es un panorama cultural que inicia como el dilettantismo de un grupo de mujeres ricas y talentosas que establecen vasos comunicantes entre sus intereses artísticos y sus experiencias sentimentales, y que luego desarrolla una comunidad de franca heterodoxia sexual –una Arcadia lésbica en el centro de Europa– con momentos de gran florecimiento intelectual, para enfrentarse al final, de un modo insólitamente solidario, a los rigores y tragedias de una Segunda Guerra Mundial que, de un modo u otro, ya por la precariedad financiera, ya por el horror del antisemitismo, terminará afectándolas a todas.

Ningún talento entre ellas consigna mejor el clima de esa época y sus efectos sobre el ánimo de quienes integran el círculo intelectual encantado, que el trabajo periodístico de la estadounidense Janet Flanner, amante de la novelista Solita Solano, quien durante décadas ofrece en sus crónicas semanales, un primer esbozo de esa biografía colectiva que completará y afinará la propia escritora y cineasta Andrea Weiss, a su modo otra amazona literaria, heredera de toda esa sensibilidad rebelde. Las crónicas de Flanner registran el clima festivo de los años veinte, la era del jazz y del charleston, los amoríos bisexuales de Colette y sus audaces reivindicaciones lésbicas, el impacto cultural de James Joyce al publicar Ulises, su obra maestra, y el dominio incuestionado de Gertrude Stein, desde su mítico salón de la calle Fleurus, sobre la actualidad literaria parisina. A todo ello sucederá la larga noche oscura de la ocupación nazi, y las enfermedades que corroen la solidez del grupo, pero también el espíritu de resistencia política de algunas amazonas sobrevivientes de aquel edén perdido. Todo ello invita hoy a cinéfilos y lectores a procurarse París era mujer, película y libro, como el testimonio invaluable de un genial protagonismo femenino.

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