La ciencia al servicio del sexo — letraese letra ese

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La ciencia al servicio del sexo


La sexualidad está en boca de todos, pero existen esferas que no han admitido con facilidad un tema como ese. Una de ellas es el mundo de las ciencias biológicas. Durante muchas décadas no fue bien visto que se hablara de sexo en público, mucho menos que se destinaran recursos para investigar formalmente cualquier tema relacionado con el asunto. Sin embargo, eso no impidió que se desarrollaran grandes inventos en ese ámbito. Mientras algunos surgieron de manera intencional, otros fueron, prácticamente, serendipias.


La píldora de la libertad
La pastilla anticonceptiva fue un invento revolucionario, pero su difusión y éxito inmediatos se debieron también a un contexto sin el cual la historia no habría sido la que fue.

Para empezar, el crédito por la creación de este fármaco suele dividirse entre varias personas de diversos ámbitos sociales: feministas, una bióloga, médicos y químicos. Fue Margaret Sanger, la creadora del concepto de “control natal” y de la primera clínica del tema en Estados Unidos, quien convenció al endocrinólogo Gregory Pincus de la necesidad de desarrollar un medicamento que impidiera el embarazo.


Aunque Pincus era un católico devoto, estuvo de acuerdo, pues para ese momento ya era sabido que las hormonas regulaban el ciclo de la fertilidad, y si se podía alterar la actuación de tales hormonas, se podría evitar el embarazo de una manera natural.

En la práctica, el producto no fue tan natural, pues hubo que crear una hormona sintética, la noretindrona, a partir de una planta endémica de México llamada barbasco. Fue en Veracruz donde se desarrolló el producto gracias a los químicos Carl Djerassi (de Austria), Russell E. Marker (de Estados Unidos), George Rosenkranz y Luis Ernesto Miramontes (ambos de México), quienes trabajaban en el laboratorio Syntex.

Al mismo tiempo, Pincus había entrado en contacto con el ginecólogo John Rock, quien iba a conducir las pruebas en mujeres. Otro eslabón clave fue la bióloga y feminista Katherine McCormick, quien con el dinero heredado de su esposo financió la producción.

La Administración de Drogas y Alimentos (FDA) de Estados Unidos aprobó la píldora para uso anticonceptivo en mayo de 1960 (antes, en 1957, la había aprobado para tratar problemas menstruales). Su adopción social fue inmediata y su consumo aumentó exponencialmente en los primeros años.

La píldora coincidió con el movimiento de liberación sexual de los años sesenta y permitió, por primera vez, que las mujeres tuvieran un método seguro, eficaz (se habla de 99 por ciento), asequible y totalmente dependiente de ellas mismas. Era tan sencillo de usar que incluso las mujeres analfabetas podían hacerlo: el estadunidense John Cobb trabajó con habitantes de Pakistán y observó que bastaba con indicarles que empezaran a tomarla la noche de luna nueva.

 

La píldora coincidió con el movimiento de liberación sexual de los años sesenta y permitió, por primera vez, que las mujeres tuvieran un método seguro, eficaz
(se habla de 99 por ciento), asequible y totalmente dependiente de ellas mismas.

 

Sin embargo, a principios de los ochenta el consumo decayó porque surgieron alertas sobre los riesgos de salud que podía traer este medicamento, tales como trombos (coágulos de sangre que bloquean los vasos sanguíneos), accidentes cerebrovasculares, infartos cardiacos y diabetes, los cuales no habían sido lo suficientemente estudiados ni difundidos durante los años previos.

Esos riesgos se debían a las altas dosis de químicos, lo que dio lugar a desarrollar nuevos fármacos. Si bien todavía existen grandes preocupaciones por estos efectos indeseados, la doctora Pamela Verma afirma, en su artículo Half a century of the oral contraceptive pill (Medio siglo de la píldora anticonceptiva), que la primera píldora desarrollada contenía 9.85 miligramos de progestina y 150 microgramos de estrógeno, mientras que las de hoy contienen de 0.1 a 0.3 mg de progestinas más modernas y de 20 a 50 µg de estrógenos. Esto, explica, reduce los riesgos y además es información que está al alcance de las consumidoras (cosa que no sucedió con las primeras usuarias), lo que les permite evaluar los riesgos y beneficios y así tomar una decisión.

Milagro azul: el Viagra
En marzo de 1998, la FDA aprobó el uso del primer medicamento para tratar la disfunción eréctil. Existían otros tratamientos (más invasivos), pero el Viagra fue el primero en administrarse oralmente. El citrato de sildenafilo había sido probado desde 1989 con el fin de tratar la angina de pecho y otros problemas de circulación sanguínea. Los experimentos relacionados con la agina no mostraron buenos resultados, pero se dio un hallazgo peculiar: los pacientes involucrados en el estudio no querían devolver el fármaco, según narró el doctor Brian Klee, director médico de la empresa Pfizer, en una entrevista con Fox News. Al preguntar por qué querían conservar las pastillas, los hombres respondieron que al tomarlas tenían erecciones más firmes y más duraderas.

El citrato de sildenafilo es un inhibidor de la fosfodiesterasa 5, una enzima que interfiere con la relajación de los vasos sanguíneos. Al bajar los niveles de esa enzima, el medicamento permite que el cuerpo cavernoso del pene se relaje y así fluya mejor la sangre, favoreciendo las erecciones. Contrario al imaginario popular, el Viagra no funciona “en automático”, es decir, se requiere de estimulación sexual para que se presente la erección.

La que sería conocida como “la pastilla azul” abrió la conversación sobre temas como los problemas sexuales y el placer sexual en personas de la tercera edad, dos temas censurados hasta entonces. La gran bienvenida a este fármaco se vio coronada por la aparición de hombres renombrados que admitieron usarla. Pelé, Robert De Niro, Jack Nicholson y hasta el excandidato a la presidencia de Estados Unidos, Bob Dole (republicano y veterano de guerra) fueron portavoces, oficiales o extraoficiales, de la marca.

Para muchos médicos las consultas relacionadas con el Viagra abrieron la oportunidad de revisar a sus pacientes para hallar condiciones de salud severas que son, en realidad, las principales causantes de la disfunción eréctil. Así, casos de diabetes, presión arterial alta, obesidad, colesterol alto, y el abuso de alcohol, tabaco y otras drogas fueron detectados, si no en su totalidad, sí más que en la era antes del fármaco, cuando los hombres no los visitaban regularmente.

 


La que sería conocida como “la pastilla azul” abrió la conversación sobre temas como los problemas sexuales y el placer sexual en personas de la tercera edad,
dos temas censurados hasta entonces.

 

Parecía una solución de ensueño: una píldora lo arreglaba todo. Sin embargo, no faltaron las críticas y las advertencias. Las primeras se dirigían a que la promoción de Viagra reforzaba la idea de que una sexualidad feliz estaba centrada en el pene y su “buen funcionamiento”.

No faltaron las historias de matrimonios disueltos debido a que los varones buscaban parejas más jóvenes para ejercer sus recuperadas habilidades, o aquellas que señalaban el aumento de infecciones de transmisión sexual en una generación poco o nada habituada al uso del condón. Pero las advertencias de salud no pararon ahí. También se reportaron casos de muertes en consumidores de Viagra, lo cual llevó al hallazgo de que este medicamento no debe suministrarse junto con nitratos, usualmente recetados para dolor de pecho, pero también contenidos en drogas ilegales (poppers).

Con los pros, los contras y las alertas, el citrato de sildenafilo dio paso a otros fármacos con funciones similares pero más rápidos, más duraderos o más seguros. Sin embargo, la pastilla azul se incrustó en el imaginario social como un aporte a la vida sexual al alcance de todos.

Escudo protector: la PrEP
Desde su aparición en 1981, la comunidad científica ha estado buscando una vacuna para el VIH. Los experimentos realizados al respecto han dejado, hasta ahora, resultados decepcionantes. Sin embargo, sí existe un medicamento que puede evitar la infección por el virus: la profilaxis pre-exposición (PrEP, por sus siglas en inglés).

Este tratamiento consta de un par de sustancias activas que ya se usaban en los tratamientos contra la infección: el tenofovir y la emtricitabina. En 2010 fue presentado el primer estudio que mostró que Truvada era capaz de evitar la infección por VIH en personas sanas. El experimento se realizó en un conjunto de parejas de hombres donde uno era seropositivo y el otro no. Los resultados fueron contundentes: la PrEP tenía una efectividad de 92 por ciento.

Dos años después, en 2012, la FDA dio su aval para que el medicamento fuera el primero utilizado para prevenir el virus, al tiempo que la Organización Mundial de la Salud publicó las directrices para su uso, las cuales recomendaban que fuera suministrado a personas con alto riesgo de infectarse, como parejas (femeninas o masculinas) de hombres seropositivos, hombres homosexuales con múltiples parejas y que no usaban condón, y personas que se inyectan drogas.

Los estudios se sucedieron y mostraron resultados divergentes. Por un lado, los realizados en hombres que tienen sexo con otros hombres y en mujeres transexuales arrojaron que la PrEP era altamente eficaz, mientras que los que se llevaron a cabo en parejas heterosexuales, tuvieron malos resultados. La clave, han dicho los expertos, es un solo elemento: la adherencia al tratamiento. La PrEP debe tomarse una vez al día, pero debido a sus efectos secundarios (principalmente, náuseas), no todas las personas le dan continuidad. En particular, las mujeres participantes en los estudios vivían en África, donde su género es considerado inferior y encuentran más obstáculos para cuidar de sí mismas, lo cual, según algunos científicos, podría explicar la falta de apego al tratamiento.

Diversas críticas han surgido en torno a la PrEP. La primera fue que, al ofrecer la protección frente al VIH en una pastilla, se “medicalizaba” la prevención y todos los esfuerzos por lograr que las personas usaran condón se iban por la borda. Si bien no se ha estudiado ampliamente el tema, sí hubo un estudio (llamado PROUD) que observó que el nivel de sexo desprotegido de los participantes no aumentaba después de comenzar a tomar la PrEP.

Los otros cuestionamientos se dirigen a los efectos secundarios de Truvada. El principal es la pérdida de densidad mineral ósea, que se ha documentado tanto en hombres como en mujeres transgénero (los dos grupos en los que más se ha estudiado la PrEP). También se tiene registro de disminución de la función hepática, así como afectación a los riñones y aumento del ácido láctico en la sangre. Una vez más, los riesgos y beneficios se colocan en la balanza.

Así pues, polémicos y alabados a la vez, estos descubrimientos científicos han contribuido a una vida sexual más plena, disfrutable y autónoma. Han puesto a la ciencia médica al servicio de la sexualidad.

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