Neuroética y neuropolítica — letraese letra ese

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Neuroética y neuropolítica


Hazel logra romper su vínculo matrimonial, o más bien, literalmente huir, tras una década de angustia e incomodidad provocada por su esposo, un multimillonario, con tendencias psicópatas, quien ha destinado gran parte de sus millones al diseño del “chip del amor”, un dispositivo electrónico que permita a las parejas estar interconectadas a través de sus cerebros, y realmente, llegar a ser sólo una persona, pues quienes tengan el chip se interconectan entre sí y pueden saber lo que la otra sabe y siente, pero también, ver a través de sus ojos y explorar sus pensamientos.

La historia anterior es el argumento principal de Hecho para el amor, una de las series estrenadas durante el verano pasado para una plataforma de streaming y que pone al filo de la butaca al público para saber el desenlace de Hazel al darse cuenta de que ella misma ya tiene el dispositivo inserto en su cerebro.

¿Comprarías un dispositivo con el que, a través de tu computadora o teléfono celular, puedas ver a través de los ojos de otra persona y decidir qué puede ver y qué no? La pregunta fue resuelta en la serie británica Black Mirror, caracterizada por abordar situaciones en las que la tecnología invade la vida cotidiana de las personas, en muchas ocasiones, rayando en los límites de la moralidad y de la ética conocida hasta el momento.

Ambas historias se centran en uno de los mayores anhelos por parte de algunos sectores de desarrollo tecnológico: el control del cerebro, un escenario futurista, pero que cada vez parece más alcanzable ante el vertiginoso avance de muchas investigaciones científicas en proceso en centros de investigación de todo el mundo.

Una de las inversiones económicas más fuertes por parte de los grandes consorcios del mundo de la tecnología digital y virtual ha sido en el campo de la ciencia enfocada al estudio del cerebro y en la aplicación de ésta para el desarrollo de aparatos tecnológicos que permitan una interfaz entre las personas y los entornos virtuales, la cual, podría ser, desde un simple escenario virtual, en el que se interactúe con otras personas, hasta dispositivos que permitan dar órdenes a alguno otro sin necesidad de decírselas explícitamente, sino con sólo pensarlas sería suficiente.

 

Las neurociencias no sólo se han enfocado en el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades neurológicas, sino también en la búsqueda de las bases neurobiológicas de toda actividad humana, algunas muy complejas como la toma de decisiones morales y éticas o de corte político.

 

Esperanza

El siglo XXI está abierto a las neurociencias. Desde finales del siglo pasado, cuando se proclamó al período entre 1990 y el año 2000 como la “Década del Cerebro”, se dio un auge de investigaciones de corte neurocientífico, suscitándose descubrimientos como que las personas no nacen con todas las células cerebrales que tendrán a lo largo de su vida, sino que entre el nacimiento y la adolescencia se agregan millones de éstas, y dicha proliferación continúa hasta la adultez mayor, aunque en menor escala.

Parte de este interés está sustentado en el avance de las técnicas de neuroimagen, tanto la resonancia magnética estructural como la funcional, permitiendo el descubrimiento de las distintas actividades del cerebro, los vínculos entre las distintas zonas de éste y las actividades mismas, la genética molecular, las causas de los trastornos emocionales, entre otros, con técnicas no invasivas.

Además de estudios sobre la prevención de enfermedades como la esquizofrenia, el Alzheimer, las demencias, la enfermedad bipolar, la arterioesclerosis, la buena salud neuronal, el mejoramiento de las capacidades cognitivas, la memoria, la atención, el comportamiento, y en qué momento se produce la muerte cerebral. Sumado al conocimiento de la plasticidad, la adaptación y las capacidades de aprendizaje conforme al paso de la edad del cerebro.

Una década después, se decretó al 2012 como el Año de la Neurociencia para continuar con el ímpetu por descubrir el funcionamiento del cerebro y para dar cuenta de que en varios campos de conocimiento se ha sumado el prefijo “neuro”, como neuroeconomía, neuroestética, neuroderecho, neurorreligión, neuroeducación, neurolingüística, entre muchas otras, y para múltiples fines, por ejemplo, obtener datos cerebrales para analizar causas penales.

Al inicio de este año, un grupo de investigadores del Instituto Kavli de Neurociencia y Sistemas y del Centro para la Computación Neural de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, sintetizó, en la revista científica británica The Lancet el devenir de las neurociencias de la siguiente manera: se pasó del estudio de las áreas cerebrales completas o neuronas individuales a la comprensión de los circuitos neuronales entremezclados; hubo un mayor enfoque en la computación a nivel de propiedades emergentes en grandes poblaciones neuronales, y la transición de medir la actividad de las neuronas en entornos altamente controlados o restringidos a aquellos que se adaptan mejor a comportamientos etológicamente relevantes, entornos en los que la presencia de una enfermedad que afecta al cerebro y las neuronas permite conocer más de los mismos y su respuesta a ciertos estímulos.

Al respecto, Jorge Albero Álvarez Díaz, autor de Neuroética: relaciones entre mente/cerebro y moral/ética, explica en su libro que las neurociencias no sólo se han enfocado en el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades neurológicas, sino también en la búsqueda de las bases neurobiológicas de toda actividad humana, algunas muy complejas como la toma de decisiones morales y éticas o de corte político.

Neuroética

En 1986, Patricia Churchland publicó su libro Neurofilosofía. Hacia una ciencia unificada de la mente/cerebro, para analizar las relaciones entre mente y cerebro desde una perspectiva neurocientífica en la que la mente y la conciencia no son ajenas a la filosofía ni a las neurociencias, entendiendo que éstas últimas son ciencias experimentales que busca explicar las formas de funcionamiento del cerebro, basándose en el método de observación, experimentación e hipótesis, como es el de las ciencias empíricas. De acuerdo con Álvarez Díaz, entre la década de los setenta y comienzos del siglo XXI, la neuroética podría definirse como la ética de la neurociencia, una rama de la bioética encargada de encontrar soluciones a los problemas éticos surgidos de los avances de la investigación neurocientífica y al desarrollo de protocolos para evitar malas prácticas en los protocolos de investigación. Y desde hace dos décadas, podría considerarse que es la neurociencia de la ética.

Bajo esta nueva perspectiva, parte de los debates neuroéticos consisten en delimitar si la razón tiene o no un papel definitorio en el mundo moral o si hay algo anterior a ella, es decir, hay algunos presupuestos. Por lo que estas consideraciones previas son intuitivas, dando pie a una intuición moral, y para su conocimiento, se han aplicado cuestionarios y encuestas en la búsqueda de valores morales universales.

Sin embargo, también se ha planteado utilizar técnicas de neuroimagen para saber qué ocurre en el cerebro al momento de tomar decisiones ante el planteamiento de dilemas morales, estableciéndose bases neurobiológicas de la moralidad, es decir, ubicando qué partes del cerebro se activan cuando una persona debe tomar decisiones que apelan a la ética.

Para el investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, uno de los mayores debates actuales en este campo del conocimiento ético es determinar si existe o no una “ética universal”, tomando en cuenta los análisis a profundidad realizados por medio de técnicas como la neuroimagen a través de las cuales se pueden conocer las reacciones del cerebro y las zonas en las que éstas ocurren al momento de tomar decisiones de carácter moral, argumentando neurobiológicamente las reacciones fisiológicas en el órgano principal del sistema nervioso.

 

Uno de los aspectos que más interesan actualmente a la neuropolítica es la libertad. Consiste en saber si, de verdad, queda en manos del inconsciente, como autor de todas las acciones humanas, el que una persona pueda o no realizar determinada acción, bajo su propio criterio y disposición.

 

Debate de libertad

De la ética deriva la política, y ésta no ha estado exenta de la influencia de las neurociencias, pues resulta muy atractivo el saber qué ocurre cuando las personas toman decisiones en las que se involucra a otros individuos o estén relacionadas con garantías de derechos o el impacto social de las medidas propuestas por alguna autoridad, y de qué forma se pueden educar, asumiendo que existe una base cerebral.

De manera más profunda, la filósofa española Adela Cortina ha planteado que uno de los aspectos que más interesan actualmente a la neuropolítica es el de la libertad. Consiste en saber si, de verdad, queda en manos del inconsciente, como autor de todas las acciones humanas, el que una persona pueda o no realizar determinada acción, bajo su propio criterio y disposición. Aunque, por otro lado, se ha hablado de una posibilidad de que haya una disposición no consciente precedente de los actos voluntarios, como lo ha asegurado Benjamin Libet, quien afirma que nuestra voluntad es libre.

El debate es amplio porque, tras algunas investigaciones, se ha establecido que el proceso de voluntad es antecedido por un acto inconsciente, y milisegundos después, se tiene conciencia del mismo. Se ha dicho que los procesos cerebrales determinan las acciones conscientes sin que el acto de la voluntad desempeñe un papel causal, observándose que la conciencia tiene la posibilidad de vetar el acto una vez iniciado, pero no es lo mismo que la libertad. Hay dos posturas: la que indica que el mundo natural funciona conforme a las relaciones causa-efecto, incluido el cerebro, y por lo tanto, las personas actúan libremente. Pero, hay otra, en la que se dice que no hay libertad.

El argumento principal de dicha propuesta es que el cerebro, al tomar decisiones, anticipa las consecuencias que se pueden seguir de las distintas alternativas para el estado emocional del sujeto y decide en virtud del estado que le resulta emocionalmente aceptable para poder vivir de forma más confortable.

Como señala Cortina en su prefacio a El ámbito de la neurofilosofía práctica, una de las máximas preocupaciones contemporáneas del ser humano es el saber cómo orientar la acción. Una mina de información sumamente valiosa para la industria y el mercado, que, vorazmente, buscarán explotar para obtener el mayor lucro posible si no se imponen reglas y normas, y no se forman criterios morales y éticos adecuados para este complejo escenario interfásico, entre lo análogo y lo digital, en el que actualmente vivimos.

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