Solos frente al fin del mundo — letraese letra ese

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Solos frente al fin del mundo


I.

El coctel para la catástrofe está preparado: dialogamos con el universo como si éste se comunicara con nosotros; cargamos culpas propias y ajenas que nuestro afán justiciero se empeña en que sean castigadas; estamos obsesionados con nuestro papel central en un orden cósmico que, al mismo tiempo, creemos que es guiado por fuerzas externas, llámese Dios o los astros o la Pachamama; convenimos con las representaciones mediadas en que el único futuro posible es de agonía, destrucción y espectacularidad. El único ingrediente faltante en este caldo de cultivo se sumó hace poco más de dos años: el ya mítico virus de origen todavía incierto llamado COVID-19. Un agente potencialmente fatídico que confirma las certezas de los que buscan señales de inminentes apocalipsis, suspiran por la llegada de una purificación planetaria o de los que comparten cualquier teoría conspirativa disparatada. Sobre todo, el virus es una amenaza que permite darle carácter épico a nuestra propia sobrevivencia en el encierro.

Como señala Slavoj Žižek en su libro Pandemia (2020), “lo realmente difícil es aceptar el hecho de que la epidemia actual es el resultado de la pura contingencia, que simplemente ha ocurrido y no hay ningún significado oculto”. No somos importantes, por lo menos no en la dimensión en que nos imaginamos. La ya prolongada epidemia de COVID-19 –prometida ya de nuevo a una nueva oleada bautizada como Ómicron (el griego además de científico es eufónico y algo místico, se sabe)– ha agudizado una inmersión en nosotros mismos, una desconexión con el colectivo que parece marcar la pauta de un futuro ferozmente individualizado en el aislamiento.

El mismo Žižek propone que el COVID-19 es una contingencia biológica que se integra a un panorama geopolítico ya dominado por otros “virus ideológicos” que van del racismo antiinmigrante a la exigencia de mayor vigilancia y control (de las fronteras, del movimiento, del uso del espacio público), los cuales han venido empujando desde hace años al confinamiento en el espacio privado, expandido por una caja de resonancia tecnológica. El encierro es la nueva perspectiva de futuro. Eso sí, un encierro “aliviado” por la promesa de un metaverso en el que se podrá recorrer el mundo y los confines galácticos de clic en clic.

 

La pandemia ha agudizado una inmersión en nosotros mismos, una desconexión con el colectivo que parece marcar la pauta de un futuro ferozmente individualizado en el aislamiento.

 

II.

El encierro, la incertidumbre y el miedo son detonantes de afectaciones mentales como la depresión y la ansiedad. La primera se distingue por la presencia de tristeza, falta de autoestima, pérdida de interés o placer, trastornos de sueño o del apetito, cansancio y falta de concentración. La ansiedad, por su parte, es la aprensión constante, que se expresa como nerviosismo y tensión, frente a un daño potencial, real o imaginario.

Entre enero de 2020 y enero de 2021 se calcula que aumentaron, a nivel global, 27.6 por ciento los casos de depresión y 25.6 por ciento los trastornos por ansiedad. De acuerdo a los resultados de un estudio multinacional publicado en la revista The Lancet, “los lugares más afectados por la pandemia en 2020, medidos con la disminución de la movilidad humana y la tasa diaria de infección por SARS-CoV-2, tuvieron los mayores aumentos en la prevalencia del trastorno depresivo mayor y de trastornos de ansiedad”. Si bien se han disparado los niveles de afectaciones mentales, la tendencia creciente puede rastrearse hasta 1990, a pesar de la evidencia de estrategias exitosas para mitigarlas. Hay una correlación clara, según los investigadores, entre las restricciones a la movilidad, el aumento en los casos de COVID-19 y los casos de depresión y ansiedad. Según este estudio, durante 2020 en todo el mundo hubo más de 50 millones de casos de depresión y más de 76 millones de ansiedad derivados directamente de las condiciones impuestas por la pandemia.

En México, la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado, presentada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía en noviembre pasado, arrojó que 19.5 por ciento de la población mexicana padece de depresión. Por su parte, la Encuesta Nacional sobre los Efectos del COVID-19 en el Bienestar de los Hogares Mexicanos, de la Universidad Iberoamericana, encontró “síntomas severos de ansiedad” en 31 por ciento de la población. En ambos ejercicios estadísticos se coincide en que las mujeres son las más afectadas por este tipo de trastornos.

Un sondeo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) recalca la brecha entre géneros: 43 por ciento de las mujeres jóvenes de Latinoamérica se siente pesimista frente al futuro, frente a 31 por ciento de los hombres. Otra encuesta, esta vez concentrada en la comunidad de la UNAM, encontró que las mujeres jóvenes menores de 30 años, las que no tienen pareja y las estudiantes de licenciatura “manifestaron más efectos negativos a nivel familiar tanto en la convivencia como en la economía, comparadas con los hombres de su misma edad y condición de actividad”.

La realidad se ha tornado un desafío particularmente rudo para los grupos de por sí más vulnerados históricamente. “No hay peor batalla que aquella contra algo intangible, desconocido, eso que nos presiona por las noches, es decir, la ansiedad y, muchas veces, la impotencia de no hacer nada para detenerla”, en palabras de la poeta Zel Cabrera, en “Los días y las horas adentro”, texto incluido en la antología COVID-19. Narrativa mexicana joven sobre, desde y contra la pandemia (2021).

Confinamiento, carencia de futuro y un agente biológico acechando. El pasto seco que en 2020 se tradujo en millones de incendios, mayoritariamente femeninos. Una contingencia de efectos que se mostrarán plenamente hasta la próxima generación. ¿Cómo serán los adultos cuyas infancias estuvieron restringidas por el confinamiento? ¿Cómo serán la realidad que construyan y el futuro al que se enfilen?

 

Entre enero de 2020 y enero de 2021 se calcula que aumentaron, a nivel global, 27.6 por ciento los casos de depresión y 25.6 por ciento los trastornos por ansiedad.


III.

Utopía y catástrofe son la serpiente que se muerde su propia cola. Desconfiamos del futuro aferrados a un presente perpetuo que, paradójicamente, atisba sus miedos en dispositivos de pantallas cada vez con mayor resolución. La promesa tecnológica parece encaminada a cumplir las fantasías distópicas prometidas por el cine de Hollywood mientras un multimillonario llamado Elon Musk se ha vuelto un líder reverenciado por su proyecto de poblar Marte para “crear una especie multiplanetaria”, en una extensión de la metáfora del “mundo inacabado” que prometió la época de la Ilustración hace unos tres siglos. Otro magnate de Silicon Valley, Mark Zuckerberg, ha aprovechado también la predisposición al encierro para hacer el espectacular anuncio de que el futuro de las redes sociales incluirá experiencias inmersivas a través de tecnología multisensorial. La palabra metaverso está prometida a una publicidad exhaustiva hasta fijarse en nuestra mente, más que como metáfora como posibilidad única para vivir el mundo real.

Hace algunos siglos, también, comenzó la era de las grandes ciudades: espacios creados ex profeso para hacerlos habitáculos de la civilización y la modernidad; un entramado de experiencias, abstracciones, imágenes, ruidos que configuran un ser urbano, un urbanitas que a cambio de su privilegio debe integrarse a la lógica de la ciudad, a la realidad creada por ella, la cual se vuelve una coraza que amplía la vista pero limita la comunicación. El filosofo alemán Georg Simmel propuso hace más de un siglo que el urbanitas está envuelto por el ruido de los autos, lo que le permite ver pero no escuchar a sus semejantes. En la ciudad moderna, escribió en 1908, “uno está rodeado por todas partes de puertas cerradas”. La pandemia de COVID-19 ha puesto a prueba ese proyecto urbano moderno: el aislamiento físico y la conexión virtual como promesa de futuro. Una transformación cuya súbita radicalidad ha permitido ver de golpe los lastres con los que habrá que lidiar en el futuro.

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