Vivir la vejez con el VIH — letraese letra ese

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Vivir la vejez con el VIH


Hace 40 años, una extraña combinación de infecciones presentada en hombres jóvenes activó las alertas sobre algo inusual. Ese conjunto de enfermedades, que aparecían debido a un sistema inmunológico debilitado, al cabo de los años fue llamado síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) y se descubrió que era causado por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).

El síndrome era, con demasiada frecuencia, letal, ya que durante muchos años nada parecía detener el deterioro del sistema de defensa del cuerpo. Tuvieron que pasar 16 años desde el primer reporte de casos para que por fin se anunciara el primer tratamiento exitoso del VIH, que era capaz de evitar la etapa de sida e incluso de revertirla en quienes ya presentaban esas complicaciones.

La terapia antirretroviral altamente activa (HAART, por sus siglas en inglés), conformada por tres tipos de fármacos, consiguió interrumpir la espiral descendente que había desatado la epidemia de VIH en el mundo. La cantidad de vidas que se perdían en unos cuantos meses a partir del diagnóstico comenzó a disminuir, y ahora quienes recibían el tratamiento vivían años, incluso decenios.

Mucho por descubrir

El tratamiento antirretroviral fue un parteaguas, sin duda, pero no ha resuelto todos los problemas relacionados con el VIH. Por un lado, los primeros medicamentos desarrollados para tratar la infección presentaban importantes efectos secundarios que podían afectar el metabolismo (como el aumento del colesterol), con la calidad de vida (náuseas por periodos prolongados) o hasta con el estigma (la distribución atípica de la grasa en el cuerpo, como el hundimiento de las mejillas, lo que podía hacer visible que alguien estaba tomando el tratamiento).

Y por otro lado, el no tomar los medicamentos significaba permitir el avance de la infección que no solamente ataca al sistema inmunológico, sino que también puede tener efectos serios en órganos como el cerebro o el corazón.

Es por eso que, desde 1996, la investigación para desarrollar nuevos y mejores fármacos, más fáciles de suministrar y con menos efectos secundarios, que hicieran más sencillo que las personas se apegaran a un tratamiento que deben tomar de por vida.

 

Gracias a los tratamientos, las personas están llegando a la tercera edad y también comienzan a presentar enfermedades que no tienen que ver con el VIH, como hipertensión, artritis, diabetes y osteoporosis, para las que también necesitan atención.

 

Hasta hoy, la eficacia de los medicamentos ha salvado millones de vidas. Quienes comenzaron su tratamiento a finales de los años noventa, estando, por ejemplo, en la tercera década de su vida, hoy han alcanzado la llamada tercera edad, y eso implica nuevos retos. Son personas que están desarrollando enfermedades que no tienen que ver con el VIH y sí con la edad: hipertensión, artritis, síndrome metabólico, osteoporosis, cáncer, entre otras.

Conforme más se ha estudiado sobre el proceso de envejecimiento en personas con VIH, han surgido muchas respuestas, pero también muchas preguntas. Si bien es verdad que el tomar adecuadamente el tratamiento antirretroviral hace posible que las personas tengan una expectativa de vida casi igual a la de una persona sin VIH, también se ha descubierto que, para ciertos aspectos de la salud, el hecho de tener una carga viral suprimida y un buen nivel de células de defensa T CD4 no evita que algunas condiciones afecten más a las personas con el virus que a quienes no lo tienen.

Expectativa de vida y enfermedades tempranas

Múltiples estudios han demostrado que las personas con VIH que se apegan a su tratamiento pueden vivir tanto como las que no lo tienen. Un estudio publicado en septiembre en la revista Annals of Internal Medicine, descubrió que la diferencia en la mortalidad entre personas con VIH en tratamiento y aquellas sin VIH disminuyó “dramáticamente” entre 1999 y 2017.

Para quienes comenzaron tratamiento entre 1999 y 2004, la tasa de mortalidad temprana era de 11 por ciento respecto al grupo sin VIH, pero en el caso de los que comenzaron tratamiento entre 2011 y 2017, esa diferencia se cerró a 2.7 por ciento. Sin embargo, también ha habido algunas investigaciones que muestran que ciertas enfermedades se estarían presentando más tempranamente en personas con VIH que en la población general.

En la más reciente conferencia IDWeek, organizada por la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de América, se presentó un estudio mostrando que la enfermedad renal y hepática, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) o algunas enfermedades neuropsiquiátricas aparecían antes en personas con VIH que en las que no lo tienen, y que podrían deberse tanto al VIH como a la propia terapia antirretroviral.

Luego de revisar el historial médico de casi 87 mil personas con VIH y compararlo con más de 552 mil personas sin VIH, los resultados mostraron que las comorbilidades aparecían, en promedio, a 71 años en la población general, y a los 57.4 años en la gente con VIH. Además, las personas con VIH presentaban más enfermedades neuropsiquiátricas, más enfermedad renal crónica o hepática, más EPOC, más hepatitis B y C.

Sobre estas cifras, los expertos acotan: no ha pasado tiempo suficiente desde el tratamiento antirretroviral como para que muchas personas con VIH hayan llegado a los 70 u 80 años de edad, por lo que en los estudios se recluta menos gente de esa edad y más gente de 50 o 60 años, y por eso hay un porcentaje mayor de enfermedad en esas edades. Es decir, hay que interpretar los datos con cuidado.

 

Una investigación evidenció que el deterioro anual de de la capacidad pulmonar fue más rápido en personas con VIH que en aquellas sin el virus, independientemente de si fumaban, habían fumado antes o nunca lo habían hecho.

 

Función pulmonar y osteoporosis

El daño provocado por el tabaquismo es bien conocido, pero existen algunos estudios que han demostrado que fumar es más dañino para las personas con VIH que para la población general. Sin embargo, otro estudio reciente, presentado en la XVIII Conferencia Europea sobre el Sida, reveló que la capacidad pulmonar se deteriora más en la población con VIH aunque no fumen.

Además, este deterioro fue observado en personas que estaban bajo tratamiento antirretroviral, y que en su gran mayoría (93.7 por ciento) presentaban una carga viral indetectable. Esto implica que una infección bien controlada no impide la baja función pulmonar que, de hecho, estaba presente desde el punto de partida del estudio (el cual dio seguimiento a las personas por al menos dos años).

Con diversas mediciones de la función pulmonar, se evidenció que el deterioro anual de ésta fue más rápido en personas con VIH, independientemente de si éstas fumaban, habían fumado antes o nunca lo habían hecho. Sin embargo, también quedó claro que quienes tenían VIH y fumaban sufrían un deterioro más grande que todos los demás subgrupos, con y sin VIH.

En cuanto a los huesos, también es sabido que las personas que viven con VIH tienden a perder masa ósea con más rapidez que las que no lo tienen, y esto puede agudizarse con el proceso de envejecimiento. La pérdida de la densidad ósea no sólo es un fenómeno relacionado con la edad, también puede estar vinculado con la propia acción del VIH (la inflamación que causa) o por la toma de algunos medicamentos, como los propios antirretrovirales o los usados para tratar otras enfermedades (antiácidos, esteroides).

Este problema se enfatiza un poco más en las mujeres que viven con VIH y llegan a la menopausia. Un estudio publicado en octubre en la revista Clinical Infectious Diseases comparó a un grupo de 158 mujeres con VIH y 86 mujeres sin VIH y evaluó sus niveles de pérdida ósea. Las mujeres participantes fueron divididas en subgrupos según su edad, grupo étnico, índice de masa corporal, estatus de diabetes, insuficiencia renal y otras características, para asegurar que se estaba comparando a personas cuya principal diferencia era tener o no VIH.

Al medir la densidad ósea en diversas áreas del esqueleto, las mujeres con VIH tuvieron entre 5 y 9 por ciento menos densidad ósea en la columna lumbar, el cuello del fémur y la cadera. Sin embargo, este estudio no registró muchos casos de osteoporosis (la forma más grave de pérdida ósea), pero con los que se presentaron se registró 5% en las mujeres con VIH y sólo 2% en aquellas sin el VIH.

Por lo que ya se sabe y lo que falta por conocer, es importante que las personas con VIH tengan una atención integral, con un equipo interdisciplinario que pueda atender las comorbilidades, los efectos secundarios y las posibles complicaciones que implica llegar a la vejez viviendo con el VIH.

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