En la Edad Media, la satisfacción sexual de una mujer tenía cierto lugar en el bienestar de un matrimonio, aunque, por supuesto, la formación de una familia era también fundamental. Ambos elementos, en realidad, giraban alrededor de un órgano: el pene.

Y resulta que en el medievo (como en muchos otros momentos históricos y culturas), un pene podía ser demasiado pequeño, pero nunca demasiado grande. Es decir, una mujer podía buscar la anulación de su matrimonio si su marido tenía un miembro muy chico, pero nunca ganaría esa anulación si se quejaba de un tamaño excesivo.

De acuerdo con Katherine Harvey, historiadora de la Universidad de Londres, el único esposo inglés que tuvo que demostrar en un juicio que era capaz de satisfacer (y embarazar) a su esposa se llamaba William Barton. Trece personas inspeccionaron su pene y reportaron con todo detalle sus hallazgos al arzobispo de la corte de York.

Una mujer viuda dijo que los genitales de Barton se parecían a los de su último esposo, de quien tuvo siete hijos. Otra mujer opinó que su pene y testículos eran “suficientes para servir y complacer a cualquier mujer honesta”. Varios hombres dijeron que habían visto y tocado el pene erecto durante sus exámenes. Uno de ellos, un sastre, mencionó que lo consideraba “suficientemente largo y grueso para tener acercamiento carnal con cualquier mujer viviente”. Otro hombre incluso reconoció que el pene de Barton era “más largo y más grande” que el suyo.

Con tan claros argumentos, el hombre probó su “potencia” y la esposa, Katherine Barley, fue obligada a permanecer casada con él.