Ébola: una bomba de tiempo — letraese letra ese

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Ébola: una bomba de tiempo


Un ataúd descansa sobre la hierba a las afueras de una modesta vivienda de la ciudad de Beni, en la República Democrática del Congo (RDC). El féretro, colorido como lo dicta la usanza local, está flanqueado por cuatro hombres que no son, ni remotamente, dolientes del cuerpo que lo ocupa. Fue colocado ahí para recibir un baño de cloro proveniente de los aspersores que portan siempre estos trabajadores, quienes, enfundados en trajes protectores, se encargan de desinfectar todo lo que pudiera haber sido contaminado por el difunto, que murió a causa del virus del Ébola.

En parte por la tradición y en parte por las condiciones de pobreza que enfrenta el país, la gente enferma muere en su casa, situación que se está convirtiendo en verdadero obstáculo para el control de la epidemia de este virus, pues muchas personas desconocen que el cadáver y sus fluidos representan un alto riesgo de contagio aun al cabo de varios días del fallecimiento.
Escenas como esta –retratada en 2018 por el fotógrafo John Wessels y que le valió uno de los premios del prestigiado concurso World Press Photo– se repiten por la RDC desde hace exactamente un año, cuando comenzó este, el segundo brote importante de ébola en la historia.

Un desafío letal
Nombrado así por el río cerca del cual se originó, el virus del Ébola fue identificado por primera vez en 1976, cuando se registraron dos brotes simultáneos, en RDC (entonces Zaire) y Sudán. De acuerdo con información de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el virus tiene una tasa de letalidad que puede llegar al 90%, por lo que la enfermedad por el virus del Ébola, o EVE, es considerada una enfermedad grave.

El virus ataca tanto a los seres humanos como a varias especies de animales, entre ellos los gorilas y simios pequeños, que habitan en África. Se sabe que es posible que algunas personas hayan adquirido la infección al consumir carne de estos animales, además de que se han encontrado trazas del microorganismo en el ADN de murciélagos que se alimentan de frutas, aunque éstos no parecen ser afectados por la infección, sino más bien ser vectores o “portadores” de ella.

Entre los síntomas de la EVE se encuentran fiebre, dolor de cabeza intenso, dolor muscular, debilidad, fatiga, diarrea, vómito, dolor abdominal y hemorragias inexplicables (en forma de sangrado o moretones). Muchos de estos signos son similares a otras de las llamadas “enfermedades tropicales”, como la malaria, muy frecuentes en países africanos. Si a esto se suma que el diagnóstico de Ébola sólo puede ser confirmado a través de pruebas de laboratorio cuya ejecución exige medidas de precaución extremas para evitar el contagio entre los propios trabajadores de los servicios de salud, se explica el lento avance en su detección.

El virus del Ébola tiene un periodo de incubación de entre 2 y 21 días y es muy contagioso. Sin embargo, a diferencia de virus como el de la influenza o el propio VIH, no se transmite sino hasta que la persona presenta síntomas. Una vez establecido el cuadro, la EVE puede pasar de una persona a otra mediante el contacto directo (por ejemplo, con piel herida o con las membranas mucosas de los ojos, la nariz o la boca), los fluidos corporales (como orina, saliva, sudor, heces, vómito, leche materna y semen), los objetos contaminados (como jeringas) y el consumo de fruta infectada por animales (como los murciélagos o los primates no humanos).

Los Centros para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) destacan el riesgo que representa el semen de un hombre enfermo o que se ha recuperado de EVE, pues tener contacto con él por vía vaginal, anal u oral, puede transmitir el virus hasta siete semanas después de que el hombre se ha recuperado clínicamente.

De igual forma, los dolientes no deben tener contacto directo con el cuerpo de quienes mueren por esta causa, pues pueden infectarse. Sólo personal especializado con equipo de protección –guantes, overoles, cubrebocas tipo mascarilla y anteojos protectores– deben manipular los cadáveres, además de sepultarlos cuanto antes.

Una batalla dentro de otra
El pasado 17 de julio, la OMS declaró a la epidemia de Ébola como una “emergencia de salud pública de interés internacional”, después de detectarse el primer caso en Goma, RDC, una ciudad de alrededor de 2 millones de habitantes y con gran flujo de personas al contar con un aeropuerto internacional y encontrarse cerca de la frontera con Ruanda.

Según el propio organismo, el riesgo es elevado a nivel nacional y regional, pero todavía bajo a nivel global. Adicionalmente, a diferencia del brote de 2014-2016 que dejó más de 11 mil 300 personas muertas, hoy existe una vacuna altamente eficaz. Sin embargo, las condiciones sociales y políticas en las que se está desarrollando la epidemia pueden conjuntarse para un resultado desastroso.

 

Existe una vacuna efectiva, pero al ritmo de crecimiento que presenta la epidemia, el suministro se está agotando y probablemente se termine antes de que se
logre controlar el brote (previsiblemente, en este otoño).

 

El Congo se encuentra en guerra desde hace 20 años, lo que ha derivado en una marcada escasez de recursos materiales, estructurales y humanos, además de que el sistema de salud es frágil, observó Luis Encinas, experto en ébola de la organización civil Médicos Sin Fronteras, en declaraciones concedidas al diario español ABC.

Todo ello dificulta la atención de las y los pacientes, y evita que reciban el único tratamiento posible, que es el cuidado de los síntomas según aparecen: rehidratación, terapia con oxígeno, control de la diarrea y el vómito, y contención de otras infecciones que puedan surgir. La recuperación de la persona con EVE, afirman los CDC, depende de estos cuidados y de la respuesta inmunológica del paciente, quien debería ser capaz de desarrollar “defensas” contra la infección.

Si bien este contexto pone en riesgo a las personas que ya se contagiaron con el virus, el conflicto armado interfiere directamente con la respuesta a la emergencia. Los ataques violentos contra el personal humanitario han sido frecuentes: unos 200 en el último año, de acuerdo con Encinas, en su entrevista con ABC. “Esto supone que 1 de cada 2 días hay un (ataque), ha habido 5 fallecidos, más de 50 heridos, asesinatos, incendios”, explicó el 23 de julio pasado.

Todo lo que el conflicto armado conlleva hace prácticamente imposible continuar con la estrategia de vacunación que se había adoptado: la inmunización en “círculos”, que consiste en que, cuando alguien muere por EVE, se busca a las personas que estuvieron en contacto directo con el enfermo y se las vacuna, ampliando en la medida de lo posible esos círculos alrededor de un enfermo. Esto permite enfocarse en las personas que estuvieron en mayor riesgo. Sin embargo, el desplazamiento a raíz de la guerra hace difícil encontrar a las personas que deberían ser vacunadas. Existen campos de refugiados que albergan hasta un millón de personas que tuvieron que huir de sus hogares, y el mismo desplazamiento parece ser la causa de que en junio pasado se detectaran los primeros casos en el vecino Uganda.

Ética y política de la enfermedad
En medio de la crisis, el ministro de Salud del Congo, Oly Ilunga Kalenga, renunció a su cargo. La razón, según explicó públicamente en su cuenta de Twitter, tuvo que ver con que el gobierno del presidente, Félix Tshisekedi, anunció que asumiría el mando de las acciones contra la epidemia. Pero sus inconformidades habían iniciado años antes, más precisamente, en el brote de 2014-2016, y tenían un nombre: vacunas.

De acuerdo con un artículo publicado en el diario estadunidense Los Angeles Times, al comenzar el brote actual, la empresa fabricante de la única vacuna probada (aunque no aprobada), la alemana Merck, contaba con 300 mil dosis que, en el momento, parecían ser suficientes. No obstante, el suministro se está agotando y probablemente se termine antes que se logre controlar el brote. Según cita el artículo, algunos modelos matemáticos de expansión de la epidemia han previsto que las reservas podrían terminarse este otoño.

 

Aunque es necesario tomar medidas firmes, cerrar las fronteras del Congo no es una solución. Lo ha dicho la OMS y lo reafirma la organización Médicos sin Fronteras.

 

La vacuna, conocida como rVSV-ZEBOV, aún no ha recibido el aval de organismos como las Agencias de Medicamentos de Estados Unidos ni de Europa, pero dada la emergencia, fue aprobada por la OMS para usarse en la epidemia de 2014-2016. De hecho, en los primeros meses del brote actual se ha podido documentar una eficacia en la vida real de alrededor de 97.5%.
Con los suministros limitados de la rVSV-ZEBOV, se entiende que el ministro Oly Ilunga Kalenga dejó el cargo porque no quería someterse a la presión internacional (encabezada por la OMS) que pide usar una nueva vacuna que está en fase experimental, producida por el laboratorio Johnson & Johnson, el cual ha afirmado que tiene 1 millón y medio de dosis listas para ser enviadas a la región en urgencia. Los más optimistas respaldan el uso de esta sustancia, pues consideran una gran oportunidad probarla en grandes cantidades de personas, a la vez que advierten que puede llegar el momento en que la decisión se reduzca a eso o nada.

Al laboratorio Merck le toma un año fabricar un nuevo lote de vacunas, lo que explica la alarma por el hecho de que el suministro actual se esté terminando. Ante este escenario, el Grupo de Expertos en Asesoramiento Estratégico sobre Inmunización (SAGE) de la OMS recomendó, en mayo pasado, que el personal sanitario dividiera al menos a la mitad cada dosis disponible, con el fin del vacunar a la mayor cantidad de gente posible.

Mientras tanto, la mayor preocupación sobre la vacuna experimental es su efectividad, pues solamente se ha probado en 6 mil personas, en quienes se observó que es segura y que sí estimula la producción de anticuerpos contra el virus, pero todavía no existen datos suficientes para saber su nivel de eficacia. Además, cuando la rechazó, el exministro Kalenga había expresado su preocupación por que esta vacuna requiere dos dosis separadas por más de 6 semanas entre ellas, pues es casi imposible mantener el contacto con los pacientes en un entorno de guerra.

Este año, en su carta de renuncia, fue tajante en su postura, pues consideró “fantasioso pensar que una vacuna nueva propuesta por actores que han mostrado una obvia carencia de ética” pueda tener un impacto significativo en la contención de la epidemia.

Crisis y oportunidad
Aunque es necesario tomar medidas firmes, cerrar las fronteras del Congo no es una solución. Lo ha dicho la OMS y lo reafirma la organización Médicos sin Fronteras, pues considera que ya es suficiente factor estresante el hecho de que las personas no confíen en las autoridades sanitarias –muchas personas creen que la vacuna los matará en lugar de protegerlos, e incluso una cuarta parte de los habitantes de la RDC piensa que el brote no es real–. Si además se limitara el paso, menciona Luis Encinas, tendría un impacto social,  psicológico, político y económico.

Por lo pronto, la OMS, en voz de su director, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha llamado a los países a solidarizarse con la emergencia y a otorgar recursos a una lucha que, si bien se mantiene contenida, tiene todo el potencial de convertirse en una catástrofe sanitaria mundial.
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