La rosa roja — letraese letra ese

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La rosa roja


A cien años de la trágica ejecución en Berlín, en medio de una huelga general, de Rosa Luxemburgo y su compañero de lucha Karl Liebknecht, fundadores ambos de la liga espartaquista que luego daría paso a la creación del Partido Comunista Alemán, y vigorosos opositores del involucramiento militarista de Alemania en la Primera Guerra Mundial,  comienzan a revalorarse de modo sustancial las aportaciones críticas de la pensadora de origen polaco a la ideología marxista y su posible vigencia en una coyuntura social como la actual en que los partidos políticos tradicionales y la vieja oposición entre izquierdas y derechas en el espectro ideológico atraviesan por una crisis ya inocultable.

Rosa Luxemburgo nació en Polonia, en la pequeña ciudad de Zamock, el 5 de marzo de 1871. Su familia, de origen judío, se trasladó a Varsovia cuando la niña tenía sólo dos años de edad. En casa de los Luxemburgo se hablaba indistintamente polaco y alemán, se profesaban ideas liberales, y a los 13 años Rosa cursaba sus estudios de secundaria en una escuela exclusiva que rara vez admitía niños de origen judío y donde sólo se hababa ruso. En ese ambiente, la joven estudiante, de quien se rumoraba era capaz de expresarse hasta en diez idiomas, tuvo su primera formación política, alistándose muy pronto al Partido Proletario Polaco, desde donde inició una intensa labor de agitación que culminaría en un llamamiento a una huelga general que pronto fue reprimida, con el resultado de la prohibición formal del partido y la huida de Rosa a Suiza en 1889, donde prosiguió sus estudios en la Universidad de Zurich concentrando su interés en las áreas de filosofía, economía, historia  y ciencias políticas.

Un pensamiento libertario
El activismo político de Rosa Luxemburgo se dedicó a promover no sólo la independencia de una Polonia hasta entonces fuertemente dominada por Rusia, sino de modo especial, de lograr dicha emancipación únicamente a través de una revolución socialista que debía estallar simultáneamente en la propia Rusia, en Polonia y en el imperio austro-húngaro. Ese ideal de internacionalismo proletario supeditaba el propio impulso independentista a todo un proyecto global que sacudiría las inercias del nacionalismo más ortodoxo. Con el propósito de concretar esas ideas revolucionarias, Rosa Luxemburgo se traslado a Alemania en 1897 donde, mediante un matrimonio de conveniencia, obtuvo la nacionalidad alemana. Berlín era, en su opinión, el epicentro de la lucha por un socialismo democrático que pronto tendría que triunfar en todo el continente europeo. Esta idea internacionalista la colocó en el ala más progresista del Partido Social Demócrata Alemán (el más poderoso partido de la izquierda europea), en el cual militó durante varios años, radicalizando la sección femenina de dicho partido, junto con la activista Clara Zedkin quien se volvería una cómplice indispensable y una amiga muy cercana, hasta volverse una voz heterodoxa y muy influyente en la II Internacional Socialista.

A su labor de activista política, Rosa añadió un intenso trabajo como periodista, a lo que añadió una obra teórica en la que destaca su libro “La acumulación del capital” así como reflexiones diversas sobre el imperialismo y la crisis del sistema capitalista. Algo notable fue su convicción de que el derrumbe final del capitalismo sólo podría darse a través de la internacionalización de los conflictos revolucionarios, y no centrando la teoría y la acción política en una perspectiva meramente nacionalista. La construcción del socialismo en un solo país difícilmente bastaría para resquebrajar, y, a la postre derrumbar a un capitalismo que podía sortear con facilidad sus crisis periódicas expandiendo su dominación colonialista. De acuerdo con lo que planteaba Rosa Luxemburgo y, con un desarrollo más profundo aún, el propio Lenin consideraba que agitar y promover las revueltas revolucionarias en varios países simultáneamente era la forma más eficaz de romper el cerco burgués a la voluntad de cambio de un país. En lo que sí discrepó profundamente la pensadora polaca con diversos representantes de la ortodoxia marxista fue en su defensa de las libertades (de asociación, de prensa y de pluralidad de opiniones), así como en su distanciamiento con los conceptos del centralismo democrático y la dictadura del proletariado. En su opinión, no podía concebirse un socialismo verdadero sin el respeto de las libertades básicas del individuo, del mismo modo que ninguna urgencia nacional justificaba la práctica de un terror revolucionario. Esta apuesta por el ideal democrático dentro de la revolución y del internacionalismo como estrategia para lograr una revolución exitosa, suscitó un fuerte debate entre muchos teóricos marxistas y una animadversión creciente hacia su persona, no sólo por ser mujer sino también judía.            

Un socialismo incómodo
Rosa Luxemburgo siempre fue un personaje incómodo, no sólo para la oligarquía europea a la que cuestionó y combatió de modo implacable, sino para sus propios camaradas, muchos de los cuales no tuvieron reparos para transigir, desde el campo de la socialdemocracia, con sus viejos enemigos políticos y unirse a ellos en una cruzada militar que anteponía los intereses superiores de la patria a la lucha de clases. Esto fue la clave del desencuentro mayor de la teórica y activista con el partido socialdemócrata en el que había militado. Cuando al término de la Primera Guerra Mundial, con una Alemania derrotada, humillada y desmoralizada, el país asiste a la abdicación del Káiser Guillermo II, el cual se refugia en Holanda. Ante el vacío del poder y la creciente indignación de la población, los socialdemócratas, encabezados por Scheidemann y Ebert proclaman la República, y se dan a la tarea de reprimir toda disidencia política radical que pudiera comprometer la estabilidad social, de sí precaria, de una Alemania vencida. El primer objetivo de la represión fue sofocar la insurrección espartaquista que habían liderado los pacifistas revolucionarios. Con la derrota de Alemania, y el colapso moral de la social democracia, la vía estaba libre para movilizar a las masas a una insurrección revolucionaria, siguiendo el ejemplo de la Revolución de Octubre soviética que acaba de triunfar un año antes. Rosa Luxemburgo funda el periódico de agitación comunista “Bandera roja” (Die Rote Fahne) y el 9 de noviembre se produce una revuelta de marineros en la ciudad de Kiel. El levantamiento es rápidamente aplastado, se desmantelan los cómites de obreros y soldados que se habían creado a lo largo de todo el país, evocando la organización de los soviets, y Rosa Luxemburgo contribuye a la fundación del Partido Comunista Alemán. Lo que sigue es la estocada final de los socialdemócratas para aniquilar definitivamente el brote revolucionario: el 15 de enero de 1919 la pensadora revolucionaria es brutalmente asesinada, como poco antes lo había sido su compañero de armas Karl Liebknecht. Sus cadáveres fueron arrojados al río Spree que atraviesa Berlín, lo que suscitó nuevas protestas populares, más represión, y la consolidación de un mito perdurable: la lucha y el sacrificio de Rosa Luxemburgo en aras de un socialismo libertario.

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