Soy dueño de mi silencio — letraese letra ese

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Soy dueño de mi silencio


“Soy dueño de mi silencio” fue la frase que respondió el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ante el cuestionamiento de la prensa nacional sobre su postura frente al aborto. Posteriormente, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien se había manifestado por despenalizar la interrupción legal del embarazo antes de las 12 semanas desde el inicio del nuevo Gobierno –supuestamente progresista– señaló que estaba en contra del mismo, pronunciándose contra la victimización de las mujeres en todo el país. Son desafortunadas las respuestas de las autoridades debido a que mantienen una postura poco clara en torno a un tema muy importante para las mujeres en general y el feminismo en particular. No nombrarlo o hacerlo parcialmente es importante para México. ¿Realmente se cree que se logrará una Cuarta Transformación ignorando o atendiendo parcialmente la realidad que existe en torno al aborto?

Nadie es dueño de su silencio, porque hasta el vacío es una construcción social. Y más cuando hablamos de vidas que se pierden ante la no acción que deriva de la falta de opinión. Las palabras ante hechos de vida y muerte adquieren su verdadero peso, no sólo comunicativo, no sólo simbólico y estético. Las palabras en contextos de emergencia y dicotómicos adquieren esa dimensión humana y dramática que los opuestos en conflicto les imponen para que se sumen a una u otra causa. Los silencios hablan al omitir nombrar la realidad que se niegan a abordar, por ello, el feminismo ha insistido en que hay que nombrar las cosas, pues de esa manera se hacen visibles. Y al hacerlo se pueden significar. El filósofo griego Heródoto lo entendió cuando usó las palabras para nombrar lo ocurrido, y con ello surgió la ciencia de la historia, y así la memoria y la modernidad.Desde entonces la relación entre la realidad y las palabras para nombrarlas han sido muy importantes para significarla. Por ejemplo, si los aztecas, los incas, los mapuches y otros pueblos originarios de todos los continentes no hubieran nombrado como “invasores” a los europeos que se presentaban como “dioses”, en este momento no tendríamos noción de las palabras “resistencia”, “dignidad” y “lucha” en los países que éramos colonias. Por otro lado, en la Primera y Segunda Guerra Mundial, si los estadunidenses se hubieran quedado callados ante las invasiones nazis en Europa, seguramente Trump sería un campo de diversiones comparado con lo que estaríamos viviendo con Hitler y su nazismo. Gracias a ello la “democracia” es un valor universalmente aceptado.

Considero que las palabras permiten comprender y entender los hechos. Éstas ya existen antes de decirse porque los hechos las llevan de forma latente en el torrente histórico de su época. De hecho, siguiendo con los griegos y la alegoría de la caverna de Platón, diríamos que nombrar hace que confundamos la realidad con las sombras, al hacerlo nos saca de la misma y nos permite abrirnos a la realidad. Así, nombrar da conciencia de lo que pasa, y ello obliga a nuevos conceptos. Quien “guarda la opinión” no solo no oye la historia de los otros ni tiene conciencia de aquella otredad, también ignora -y en el peor de los casos anula o esconde- parte de la historia de todos y todas.

En este sentido, las feministas han nombrado, dicho y gritado sus preocupaciones sobre las dificultades para interrumpir legalmente el embarazo, y de esa manera ejercer el derecho a la autodeterminación sobre sus cuerpos. Para ellas, si se tiene un embarazo no deseado habría que tener la opción de interrumpirlo en un sistema de salud seguro y sin persecución legal ni estigmatización moral. Una y otra vez han señalado que la ausencia de esas condiciones les preocupa y las victimiza. El hecho de que por interrumpirlo puedan morir por condiciones de clandestinidad de los hospitales o de que puedan ser perseguidas legalmente por jueces o sistemas legales conservadores, o que por hacerlo se desate en su contra la estigmatización de la religión, las familias, los amigos/as, la pareja, etc. y la sociedad en general. Todo ello son condiciones de violencia de género en su contra que de alguna manera el Estado ha permitido, y que se esperaría que cambiara con el nuevo Gobierno. ¿Por qué no escuchan a las mujeres? Alejandra López (2016) narra la realidad que las mujeres viven al asistir a abortar en sociedades que no ofrecen condiciones seguras, realidad que, insistimos, debe ser escuchada por el Presidente:

La ilegalidad del aborto está relacionada con sentimientos de culpa y soledad, así como el temor a una acción judicial y a daños físicos y psicológicos. La prohibición tiene efecto disuasivo en los prestadores de salud y pone en peligro la vida y la salud de las mujeres. La censura social y el silenciamiento afectan negativamente el proceso, independientemente del apoyo con el que cuente la mujer.

La ilegalidad no pesa en la decisión pero dificulta el procedimiento. Los obstáculos son sorteados con mayor o menor facilidad según los recursos sociales y económicos que tengan las mujeres. (López en Ramos, 2016))

Las mujeres han hablado, y mucho sobre el aborto. Así como una guerra tiene múltiples aspectos a ser analizados las feministas no han agotado su comprensión, pero no dejan de señalar que al optar por esa opción surge una guerra en su contra. Señalan que esa guerra existe, que es real. Gracias a que han nombrado varios de sus aspectos (por ejemplo el impacto en la salud física y psicológica de las mujeres, aspectos legales que criminalizan el aborto y lo obstaculizan, las resistencias en las instancias de salud para atenderlo, el maltrato hacia adolescentes que deciden abortar, etc.) han logrado erigir mejores prácticas científicas para estudiarlo y alcanzar políticas más cercanas a sus objetivos. En general, los estudios señalan que la gran mayoría de las historias del aborto terminan con un mayor o menor grado de dolor, malestar y tragedia (Observatorio Nacional Ciudadano, 2017 y Gire, 2019), y que modificar a las Instituciones para que ese malestar disminuya es su derecho humano y debiera ser una prioridad de la Cuarta Transformación si realmente quiere ostentar ese nombre. Transformar es cambiar. Entonces debiera cambiar las condiciones del aborto en México.

El habla de los hombres ante el aborto
La participación de los hombres en el tema del aborto es usualmente omisa. Simplemente no están presentes. Sí existen algunos casos en donde participan para apoyar las decisiones de las mujeres y fungir como facilitadores del proceso de interrupción de embarazo. Pero hay que reconocer que éstos son casos aislados. Desafortunadamente al hablar y participar lo hacen para imponer su voluntad y cuestionar a las mujeres y a sus derechos. ¿Qué dicen mayoritariamente los hombres ante la decisión de ella de abortar? Algunos señalan su derecho a ser padre e intentan imponer el tener al hijo/a. Otros aluden a la religión, sermonean moralmente a las mujeres y hablan de las bondades de ser madre. Otros más amenazan con denunciar a las mujeres, y criminalizan una discusión de pareja. ¿Por qué actúan de esa manera los hombres?

Al participar, los hombres no hablan, más bien intentan decidir y actuar por la mujer –no con la mujer– Ello ocurre por tres motivos relacionados con la masculinidad en la que han sido educados. En éstos, la subjetividad de los hombres se activa. La primera dimensión corresponde a la ausencia de individuación de los hombres con relación a la sociedad. Esto es, los hombres ven al mundo desde la fusión de su identidad con la sociedad. No existe un proceso de separación del varón con lo social, no hay uno de individuación subjetiva. Al ser la cultura en general masculina, las instituciones predominantemente patriarcales y las actitudes y conductas de muchos hombres machistas, los hombres en lo individual también tienen esas características. Esto es, lo individual es social en ellos, si lo social es masculino, patriarcal y machista lo personal también lo es. Ello no implica que siempre vaya a reproducirlos, pero lo harán en cuanto perciban que estos mandatos van a ser cuestionados, violados o rotos.

Ante ello, los reafirman de forma sutil o violenta. Con ello recuperan el control hegemónico que estos valores les garantizan en la sociedad. Así la crisis y el conflicto no se convierte en una oportunidad de reflexión, sino en una reafirmación de lo social a través de ellos.

 

Al participar en la discusión sobre el aborto, los hombres no hablan, más bien intentan decidir y actuar por la mujer –no con la mujer–.
La cultura masculina, las instituciones patriarcales y los hombres machistas evitan nombrar porque evitan la reflexión sobre aquello que no comprenden.

 

Pero además, la cultura, las instituciones y los hombres inscritos en la masculinidad, el patriarcado y el machismo construyen una significación del cuerpo de las mujeres opuesta a la de ellos en donde lo que se busca es el complemento. Estos es se sostienen que el cuerpo de ellas es para la satisfacción sexual y el cuidado de los hijos y la familia, y con base en ello se concibe el cuerpo de ellos para la producción, el riesgo, la violencia y la proveeduría. Así, se concibe que él requiere de ella y que ella requeriría de él construyendo una matriz que sustenta a la pareja heterosexual y a la familia tradicional. Pera esa matriz también es útil para entender por qué los hombres no entienden el derecho sobre el propio cuerpo que proponen las feministas. Los hombres aprenden que sus cuerpos no les pertenecen, y que son parte de la grupalidad masculina para participar en los medios de producción complementándose con las máquinas como máquinas (es muy interesante el símbolo del instrumento como phalo). Y/o los hombres conciben sus cuerpos como parte de la grupalidad de los hombres en ejércitos, grupos armados, en equipos deportivos, laborales, etc.En todos esos casos los cuerpos no son de ellos, son del grupo. Debido a ello es inconcebible que alguien quiera demandar derechos sobre el cuerpo. Para la subjetividad masculina no hay nada que demandar (derechos), porque no existe alguien que demande (un sujeto político) y tampoco lo que se demanda (el cuerpo).

El segundo motivo consiste en el ser y hacer de los hombres. Esto es, en los procesos de socialización masculinas se fusionan el “hacer” con el ser. Los hombres son aquellos que “hacen algo”: corren en los patios escolares, juegan en las calles, trabajan toda su vida desde la infancia o adolescencia, tienen muchas parejas, viajan, ganan dinero y éste a su vez les permite hacer más. De hecho, el capitalismo es masculino porque impulsa a los hombres a la actividad frenética. A veces ésta puede ser muy placentera, pero a veces es desgastante y neurótica y lleva a los hombres a desgastar sus cuerpos y a morir de infartos y accidentes en los espacios públicos (De Keijzer, 2003). ¿Qué consecuencia tiene una identidad sostenida en la fusión de lo social con lo personal, y del ser con la actividad y productividad frenética? Si sosteníamos que el acto reflexivo deriva de nombrar la realidad para luego hacer algo, entonces la cultura masculina en general, y las instituciones patriarcales y los hombres machistas en particular evitan nombrar porque evitan, en general, el acto reflexivo sobre aquello que no comprenden.

Por eso los hombres son tan iguales en cualquier época de la historia: se relegan entre ellos en jerarquías, pelean y se preocupan por el poder y el status. Si bien siempre hay hombres distintos con una forma diferente de concebirse, la generalidad de los hombres obedecen incondicionalmente a la grupalidad masculina que repite la historia una y otra vez. Por tanto, la reflexividad no es un valor viril entre los hombres, y el ser distinto y diferente y tener un proceso de individuación pierde todo sentido entre los ellos. Lo que un hombre piensa, siente y hace en lo íntimo e individual con relación a algo –por ejemplo la decisión de ella de abortar- resulta carente de importancia si es distinto a lo que la sociedad masculina postula que debe de hacerse. Lo público silencia la opinión personal. Si lo social dice que hay que castigar, se castiga. Si la mayoría de los hombres guarda silencio ante temas difíciles, se guarda. Eso es “más fácil” y práctico que complicarse argumentando y hablar. Porque hacerlo implica romper una cultura patriarcal (Amorós, 1986).

Con base en ello podemos ver el tercer motivo de por qué los hombres actúan usualmente culpabilizando a las mujeres ante su decisión de abortar. En general, los hombres tienen una visión jerárquica con relación a las mujeres que las acaba convirtiendo en cosa y en pertenencia. Esta cosificación se da desde el vínculo íntimo con ellos y la sexualidad. Para muchos hombres, una mujer les pertenece cuando tienen intimidad y/o sexo, aunque no sea su pareja formal, lo mismo una mirada que salir a pasear o que tener sexo o estar embaraza de él, todo ello implica para la subjetividad masculina grados diversos de cosificación. Y para la visión masculina una cosa se posee, es para ser apropiada y “pide un dueño”. Desde ese filtro los hombres negocian con las mujeres aquellos temas en donde ellos perciben que pierden el control. La decisión de abortar es un tema que es tratado desde ahí porque pierden el control sobre ella y la mujer se reafirma poseedora de su cuerpo: “La dueña soy yo, no tú”.

Así, a la ausencia de individuación y reflexividad se suma el vínculo jerárquico y la percepción de dominio sobre el cuerpo de ella. Desde ese lugar llegan a los conflictos con ellas y más los conflictos de pareja. Como señalamos, el aborto es un conflicto especialmente sensible para el hombre porque se le obliga a la reflexividad, se le demanda individuación para tener empatía con la mujer y se le exige bajarse de la jerarquía que él ha aprendido. Para una cultura masculina, para instituciones patriarcales y para el hombre con prácticas machistas es particularmente difícil lidiar con este tema porque ella se reafirma en su cuerpo. Ello explica por qué muchos hombres hablan descalificando y actúan imponiendo. Entre hombres sabemos que quien se enoja pierde. Entre machos sabemos que quien se “quiebra” deja de ser del grupo. Cuando el médico, el sacerdote, el ministerio público, el maestro, el policía, tienen como único argumento la descalificación contra las mujeres y la prohibición de sus derechos, entonces sabe que está perdiendo. Al contrario, las mujeres saben que con un embarazo no deseado se juegan su proyecto de vida y la vida misma, y por ello con el aborto ganan nada más y nada menos que un proyecto para ellas. Al hombre le pide o apoyo incondicional a su decisión o no hay nada. Pero para hombres machos ese escenario es visto como una “pérdida” de poder, y de su masculinidad. Es un quiebre a su dominación y hegemonía. Y en el momento en que ellos ven la posibilidad de perder optan por callar, guardar silencio y generan omisión. Creen que su silencio es de ellos, pero en realidad pertenece al grupo masculino con quien tienen pacto. En términos deportivos: creen que empatan cuando callan, pero ante ellas y todos en realidad están perdiendo.

 

Los hombres no entienden el derecho sobre el propio cuerpo que proponen las feministas. Los hombres aprenden que sus cuerpos no les pertenecen, y que
son parte de la grupalidad masculina para participar en los medios de producción y en la guerra, por ejemplo.

 

El silencio de los hombres ante el aborto
Entonces el silencio de los hombres surge desde antes de que se llegue al dilema –nada agradable– que viven muchas mujeres ante la decisión de permitir que continúe el embarazo o tener que interrumpirlo. Los hombres desde el acto sexual ya son de alguna manera omisos de las decisiones que se tomen si hay un embarazo. También aprenden la omisión desde el momento en que no reciben una educación sexual donde se habla de derechos humanos o una educación sexual y reproductiva. Son omisos al educarse con estereotipos sexuales presentados en la pornografía. Están ausentes desde el hecho de que la mayoría no tiene conciencia de que toda conducta sexual tiene consecuencias reproductivas. Lo son desde que se niegan a usar métodos anticonceptivos. También son invisibles desde el momento en que sus padres o maestros/as inhibieron la expresión de empatía y afectividad hacia las mujeres y/o hacia cualquier juego de cuidado.

Desde esa omisión generalizada sobre alguna responsabilidad e información en la vida sexual y reproductiva, ¿cómo viven los hombres el proceso de abortar? El camino de los hombres es el de un creciente silencio. Desde el asombro por la noticia del embarazo, las dudas sobre la fidelidad de las parejas, la culpa por usar o no el condón, el enojo con ella por “dejarse embarazar”, hasta la ignorancia de lo que implica no sólo ser padre sino además vincular la sexualidad a la vida reproductiva, los hombres pasan de la duda, al enojo y la culpabilización, para después ir omitiendo intervenir, guardar silencio y, finalmente, ausencias ante la presencia del “problema” del embarazo. Aprenden a no hablar porque saben que impondrían, pero al hacerlo la mayoría omite su presencia en la búsqueda de una clínica segura para abortar, omiten su presencia ante el proceso y finalmente ignoran absolutamente todo sobre el impacto posterior en la mujer y en el vínculo de pareja. Incluso, ignoran el impacto del aborto y de su silencio en ellos mismos. Y ese vacío lo es desde la ausencia de individuación con relación a la masculinidad que la sociedad impone, pasando por la falta de reflexividad ante los mandatos de las instituciones patriarcales y la soledad del status machista que les aleja de lo cotidiano y les hace creer que con dinero se logra todo.

Así, el recorrido emocional de mujeres y hombres ante las distintas etapas del embarazo al parto son muy distintas. Ellas pasan de la sorpresa del embarazo y las dudas sobre qué hacer, al miedo y soledad para abortar; terminan con dolor en el cuerpo y una sensación de “alivio” agridulce donde “resuelven” lo concreto quedando lo simbólico de alguna forma distinto, diferente o incluso “dañado”. Por otro lado, los hombres pasan del gozo por “tener” a esa mujer que de forma voluntaria o impuesta ha tenido sexo con ellos, a la incertidumbre de la noticia del embarazo, y la gradual ausencia sobre lo que implica. Esta ausencia es la misma que viven los hombres que al violar a una mujer ignoran –y no les importa– haberla dejado embarazada, y los hombres que se ausentan desde el momento en que se enteran de los resultados de la prueba del embarazo. Los hombres también sienten miedo y tienen dudas y, como señalamos, incluso se enojan. Pero todo ello es colocado en el no lugar de la omisión, de la inactividad y se traduce en la ausencia de la responsabilidad.

Así, ante el embarazo no deseado y posteriormente el aborto, muchos hombres guardan sus palabras, guardan su presencia, guardan su compañía, omiten actuar y generan un vacío. Paradójicamente, justo cuando más se los necesita. Con ello no saben que refuerzan el pacto masculino, y pierden la oportunidad de caminar reflexivamente al lado de ella en un proceso que indudablemente es doloroso. Por ello, pierden la posibilidad de aprender y comprender. Y al evitarlo no generan una narrativa. Las mujeres sí, porque deciden, caminan, aprenden y comprenden, producen una narrativa. Entonces el aborto es aquel tema donde también se reproducen las dicotomías, ellos omisos y ellas argumentando. Esa situación sólo los hombres pueden cambiarla si apoyan incondicionalmente las demandas de las mujeres y aprenden a caminar por el camino que ellas han elegido y no por el que ellos quisieran. Hay que decirles que apoyar no es ceder, sino comprender; y apoyar tampoco es perder sino crecer.

Conclusiones
Si algo nos enseña la historia con relación a nombrar o no, son cuatro cosas: en primer lugar, que el nombrar genera nuevas palabras que marcan una historia. Como ya dije, la palabra “dignidad” para los pueblos de América Latina surge porque alguien nombró “conquista y exterminio” lo que se nombraba como “amigos y socios”, y la palabra “democracia” surge y tiene sentido en el mundo contemporáneo porque alguien comprendió que nazismo y fascismo no eran “inclusión y amistad” sino “opresión y aniquilación”. Así, nombrar genera más palabras.

En segundo lugar, al hacerlo ese cúmulo de nuevas menciones lleva a la conciencia y a la acción, y con ello a la historia y a la memoria, a la construcción de identidades. Entonces quienes nombran adquieren sentido de sí histórico y de una época. Adquieren conciencia política.

En tercer lugar podemos señalar que de la omisión surge la tragedia y, paradójicamente, es en ese lugar trágico cuando las palabras adquieren todo su poder estético. Porque de ahí surgen las heroínas y héroes que exigen nombrar la realidad. Pero habría que preguntarnos si tenemos derecho a crear esa estética dramática, esa narrativa trágica y dolorosa de aquellas personas que lejos de ser personajes inscritas en un guión son personas que exigen que su realidad sea nombrada, reconocida y cambiada. No para hacer un cuento corto –incluso tragicómico– que es lo que crea la omisión, sino para construir su historia que sólo surge de nombrar.

En cuarto y último lugar, el que los personajes públicos como el Presidente o los ministros apoyen el derecho al aborto de las mujeres es romper con la cultura masculina, las instituciones patriarcales y las creencias machistas que muchas personas aún tienen. Hacerlo requiere de voluntad de cambio. De solidaridad con las mujeres y empatía con el drama que viven al tomar decisiones sobre su cuerpo. Requerimos un presidente o presidenta que tenga la comprensión de esta problemática. Requerimos personal y políticas públicas en y desde las instituciones que actúen respetando los derechos de las mujeres al decidir esta opción.

Para que se logre ello más rápido necesitamos que los hombres salgan de su silencio con relación al aborto, y que hablen. Para ello urge que los hombres se reinventen en una nueva identidad que no sea ni masculina, ni patriarcal ni machista (pues son exactamente lo mismo). Así podrán reformular una sexualidad distinta que incluya la visibilización y humanización de los cuerpos de ellos y de ellas. Todo ello tiene que ver con el poder,  sus símbolos, sus instituciones y sus rituales. Si los hombres pueden alejarse de éstos podrán individualizarse y reflexionar. Al hacerlo, podrán encontrar nuevos símbolos, sentimientos y nuevas palabras, y entonces podrán hablar desde otro lugar más cercano a la otredad a la que tanto temen.

 

 

*Director de Hombres por la Equidad, AC. Economista y s ociólogo, candidato a Doctor en Teoría Crítica. 25
años trabajando desde las organizaci ones de la sociedad civil ([email protected])



Bibliografía
López Gómez Alejandra, “Mujeres y aborto. El papel de las condiciones legales y sociales en las trayectorias y experiencias subjetivas de las mujeres frente al aborto inducido” en Ramos Silvina Investigación sobre aborto en América Latina y el Caribe. Una agenda renovada para informar políticas públicas e incidencia (resúmen ejecutivo), en Estudios Demográficos y Urbanos, Vol. 31, No. 3 (93), 2016.
Observatorio Nacional Ciudadano, “Interrupción legal del embarazo y aborto en México. Lo recorrido y los obstáculos por sortear”, en el periódico El Universal, 2 de Noviembre de 2017.
Gire (2019), Aborto, en el Blog de la organización: https://gire.org.mx/aborto/
De Keijzer Benno, “Hasta donde el cuerpo aguante: género, cuerpo y salud masculina”, en Revista La salud como derecho ciudadano: perspectivas y propuestas desde América Latina, Lima, Perú, Foro Internacional de Ciencias Sociales, 2003.
Amorós Celia, “Cristianismo y cultura patriarcal”, en Revista Iglesia viva. Revista de pensamiento cristiano, España, No. 126, Noviembre-diciembre 1986.

 

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