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Actualidad del camp


Este verano se presenta en el Museo Metropolitano de Nueva York una exposición titulada Camp: Notes on Fashion (Camp: notas sobre la moda), como parte de un proyecto de exposiciones anuales sobre la moda que la editora Diana Vreeland (Vogue, Harper’s Bazaar) impulsó desde 1971, y que este año elige ilustrar las diversas formas en que la sensibilidad camp (gusto por la extravagancia, el artificio y la parodia) ha tenido un impacto en el mundo de las artes y, de modo particular, en la industria del diseño de modas.

Inspirándose en Notas sobre el Camp, el ensayo seminal publicado por Susan Sontag en la revista The Partisan Review en 1964, la exposición ha sido el pretexto para reactivar una discusión sobre la vigencia y posibles modificaciones que la noción de camp puede tener 55 años después de aquella publicación y en un momento, como el actual, en que las fuerzas del conservadurismo moral muestran una inusitada beligerancia no sólo en el mundo político y social, sino en el terreno siempre movedizo de las artes.

El lugar común más recurrente en el mundo cultural ha sido definir y simplificar lo camp como una peculiar predilección por el mal gusto, bajo la azarosa formulación de que un producto artístico de calidad dudosa bien puede transformarse en objeto de culto si se destacan en él cualidades novedosas. “Es tan malo que resulta bueno”, suele ser la conclusión caprichosa. En el momento de aventurar esa definición, la propia Susan Sontag advertía sobre las excepciones pertinentes. No todo lo que parece camp responde al espíritu del camp más original y genuino. Existe un camp espontáneo y cándido que es, en esencia, el humor fallido: un tipo de seriedad que fracasa en su intento de parecer chistoso. De igual modo, hay un camp deliberado que procede de una elaboración intelectual.

Más que una sensibilidad, difícil siempre de definir, lo camp refleja una actitud frente a la vida: al no tomar absolutamente en serio la solemnidad tradicional de todo aquello que busca ser respetable (en la política o en la cultura), lo camp opera como un elemento disolvente de esa seriedad institucionalizada. En la nota 41, de las 58 que integran su ensayo, Sontag proclama: “Se puede ser frívolo acerca de lo serio y serio acerca de lo frívolo”. Lo camp es así una fuerza de liberación lúdica y antisolemne que le resta todo tipo de armonía a la moralidad tradicional. Representa la victoria del estilo sobre el contenido, y supone una teatralización de la experiencia humana.

El origen mismo del término supone una actitud de desafío: proviene del verbo pronominal francés “se camper”: plantarse temerariamente frente a algo, pero también del verbo italiano campeggiare: destacar, exhibirse. En definitiva, adoptar una pose. La cantante pop Madonna podría precisar la idea: Strike a pose. A finales del siglo 19, el marqués de Queensberry llevó a juicio a un Oscar Wilde extravagante y vanidoso —el ideólogo consciente y la encarnación misma de lo camp— acusándolo no tanto de ser un homosexual sino de algo más insoportable todavía, de posar y exhibirse como tal.

Una estrategia artística para desterrar el tedio
En The Spectacles of Camp, el espléndido texto que acompaña al catálogo de la exposición, el italiano Fabio Cleto explora el contexto histórico del término que Sontag populariza y a su modo legitima en la esfera de los estudios culturales. Ubica la presencia de lo camp en la corte de Versalles y en sus fastos y excesos decorativos. Las primeras definiciones de lo camp presentes en diccionarios de inicios del siglo 20 así lo constatan: se trata de un gusto peculiar por actos y gestos de un énfasis exagerado. El estilo barroco vincula al camp con la religión, del mismo modo en que el ballet clásico alude, en clave camp, a la delicadeza amorosa.

Todo lo que es artificio y exageración forma parte del espectáculo de una nueva sensibilidad encaminada a derribar las formas rígidas de la moral conservadora. A través del humor, lo camp consigue abatir el aburrimiento, desterrar la rutina, instalar la noción del juego en un proyecto ambicioso de teatralizar la realidad. En la nota 5 de su ensayo, Susan Sontag señala la preferencia que tiene el camp por ciertas artes: “La ropa, los muebles, todos los elementos del decorado visual, constituyen en buena parte lo Camp (…) hay un énfasis en la textura, en la superficie sensual, y en el estilo en detrimento del contenido”. El cine y la ópera son territorios en los que, literalmente, el camp campea. Y la escritora señala como fetiches culturales camp lo mismo la película King Kong, de Schoedsack, que el estilo musical de la cantante cubana La Lupe, los dibujos de Aubrey Beardsley o el ballet El lago de los cisnes, las lámparas de Tiffany y las viejas tiras cómicas de Flash Gordon.

Para la escritora, lo que propone el camp es una visión del mundo en términos de estilo. Y así, de modo consecuente, dedica su ensayo a Oscar Wilde, quien sentenciaba:  “Uno debería ser una obra de arte o vestir una obra de arte”. Y esa obra de arte vestimentaria la exposición del Metropolitan la conjuga de formas muy variadas, desde el arte escultórico grecorromano que celebra la perfección del cuerpo masculino, hasta las decoraciones extravagantes de Versalles presididas por una pintura del Rey Sol Luis XIV. Numerosos manuscritos originales refieren la relación tormentosa de Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas, en tanto una rareza bibliográfica muestra un primer recurso a la noción de camp en una obra teatral de Molière, Las travesuras  de Scapin (1671). Cabe añadir los diseños de moda de Balenciaga e Yves Saint Laurent, entre otros modistos célebres, con sus estilizaciones estrafalarias, algún cuadro de Caravaggio (Los músicos), otro de Andy Warhol, una fotografía de Mapplethorpe, decoraciones domésticas caprichosas, y muestras varias del Art Nouveau —la expresión camp por excelencia—, dispuestos en salas pintadas de rosa pálido que ilustran las épocas y los países a los que la estética Camp imprimió sus múltiples delirios.

Algunos fragmentos de las Notas sobre el camp de Susan Sontag se reproducen también en lo alto de los muros, con letras luminosas que corren fugaces de una esquina a otra, para refrendar la intención lúdica y didáctica de la exposición.

Los énfasis exagerados
No es difícil advertir la actualidad que en estos días de conservadurismo feroz puede cobrar el concepto artístico del camp. Es la resistencia de la diversidad y el artificio a la tiranía de la homogeneidad impuesta; la negación jubilosa de la solemnidad a través de un humorismo iconoclasta. De acuerdo con Fabio Cleto, “el camp disuelve la moralidad, patrocina las travesuras y neutraliza la indignación moral”. Es el dandismo en tiempos de una cultura de masas, la subversión estética y moral al alcance de las minorías sexuales, la nota festiva en las marchas LGBTI, y el sueño oscuro de todos los fundamentalismos religiosos. Lo que hoy cobra mayor vigor y vigencia, décadas después del memorable ensayo de Susan Sontag, es la revaloración de lo camp como una actitud vital transgresora, como una variante novedosa de lo queer y como expresión de una fluidez de género. En una época de tantas incertidumbres morales, lo camp y sus desafíos lúdicos bien podrían ser el antídoto mayor contra nuestros pesimismos.

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