La revolución del arcoíris — letraese letra ese

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La revolución del arcoíris


La revuelta de Stonewall, como se le conoce a la rebelión de gays, lesbianas y drag queens del bar así llamado, que enfrentaron a la policía de Nueva York la madrugada del sábado 28 de junio de 1969, en un acto de resistencia en contra de los arrestos arbitrarios y las redadas policíacas, fue el gran detonador de un movimiento libertario de alcance mundial por los derechos de las personas LGBTI, cuyas ondas expansivas a 50 años de los acontecimientos aún continúan desafiando convicciones morales y religiosas, y provocando transformaciones políticas, sociales y culturales.

Si se quisiera asemejar a alguna fecha histórica de contenido simbólico parecido diríamos que el 28 de junio tiene un significado de reivindicación para las personas LGBTI, como lo tiene el 8 de marzo para las mujeres y el 1 de mayo, para las y los trabajadores del mundo.  La revuelta de Stonewall fue, como apuntó un testigo de los hechos, “la caída de una horquilla que se escuchó en todo el mundo”.

Aquella noche, era una noche despejada y calurosa de estío que invitaba a salir, a divertirse con los amigos, a darse cita en los lugares de reventón, a embriagarse de música y alcohol. El Stonewall Inn era un bar cutre que vendía bebidas adulteradas, perteneciente a la mafia, pero era uno de los favoritos porque atraía a una clientela ecléctica formada por estudiantes, chaperos, personas maduras, obreros y hasta gente de negocios. Era de los pocos bares que admitía la entrada a lesbianas, travestis y drag queens, y donde se podía bailar. Eso lo hacía un antro único, desmadroso, interesante.    

La noche de la redada, la clientela bebía y bailaba animadamente cuando seis hombres de saco y corbata entraron al lugar y lo recorrieron. No se sabía bien a bien si eran clientes o policías. “En seguida los rumores se esparcieron de que el lugar estaba siendo allanado. De pronto, la música cesó, las luces se encendieron y las puertas se cerraron. Todo mundo estaba ansioso, sin saber si íbamos a ser arrestados.” Son las palabras de Morty Manford, testigo, y entonces estudiante de 19 años, que a la postre se convertiría en un destacado activista gay, cuyo testimonio fue publicado en el libro editado por Eric Marcus.

“El lugar queda clausurado”, gritaron los agentes de la División Moral del Departamento de Policía, por carecer de licencia para expender licores. “Al salir muestren su identificación y todo acabará en seguida”, fueron las instrucciones, pero esta vez la clientela del bar dijo “no nos vamos”. La gente que no tenía ID y algunas travestis fueron retenidas temporalmente en el guardarropa del lugar, es decir, en el clóset. “La policía no se dio cuenta del simbolismo de eso”, afirma Mandford.

 

Los constantes arrestos de gays, lesbianas y trans por supuestos “actos lascivos” o “inmorales” en EU -tan solo en un año se dieron 500 arrestos en la
ciudad de Nueva York-, fue lo que detonó la revuelta de personas LGBT en 1969.

 

A la caza del gay
Las redadas en los bares gay se habían vuelto costumbre. Todo se alineaba: la policía corrupta iba por su mordida, los propietarios de los establecimientos la pagaban para seguir funcionando y la clientela, maltratada y humillada, se resignaba. Los arrestos ocurridos en los operativos policiales en los bares gay ocurrían en todas las principales ciudades de EU, país donde, con excepción del estado de Illinois, los actos homosexuales entre adultos estaban penalizados. En la ciudad de Nueva York en tan solo un año se llegó a arrestar a 500 personas por “delitos contra la naturaleza”. A las travestis se les arrestaba tan solo por caminar en las calles. “Tenías que llevar al menos tres prendas propias de tu sexo, sino te arrestaban”, menciona una de ellas. Los agentes de la policía solían tergiversar los hechos y para ello utilizaban señuelos, se hacían pasar por homosexuales en lugares públicos con el objetivo de engañar a sus víctimas y arrestarlas por “solicitación homosexual”. También era frecuente que la policía clausurara los cines donde se proyectaban películas homoeróticas, así como los baños sauna frecuentados por gays y hombres casados, y arrestaban y golpeaban a los clientes presentes en ese momento. Los nombres de los arrestados solían publicarse en los diarios locales. “Éramos piezas de caza y era fácil cazarnos”, afirma un activista gay de aquella época. Una persona arrestada bajo tales cargos se arriesgaba a perderlo todo: familia, propiedades, trabajo, seguros médicos y de vida. La prensa de entonces publicó algunos casos de suicidio acaecidos por esos motivos. 

Ese año del 69, se celebrarían elecciones para renovar la alcaldía de Nueva York. El alcalde pretendía reelegirse y por esa razón la policía aumentó los operativos de “limpieza” del Village, el barrio donde se ubicaba el bar Stonewall.

Existía un clima prevaleciente de temor entre gays, lesbianas y trans por la atmósfera represiva dominante, pero a la par crecía el sentimiento de hartazgo y de indignación. En esas circunstancias, era solo cuestión de tiempo para que detonara el primer estallido de rabia contenida.     

La fuerza del Gay Power
Aquella noche, la clientela del bar liberada por los agentes de policía, permanecía en la calle, en la acera de enfrente, esperando a sus amigos o simplemente para ver qué pasaba. A ella comenzó a unirse gente que iba y venía sobre la calle Christopher, un área “de ambiente” muy concurrida, hasta formar una multitud. Algunos testigos narran que en un inicio, el ambiente era festivo, al ser liberados, algunos gays hacían afectadas reverencias, en tono de burla, celebradas por la concurrencia. A las personas arrestadas las condujeron a una furgoneta de la policía estacionada justo en la acera frente al bar. Pero fueron dejadas sin resguardo, y ellas simplemente se bajaron del vehículo con la aclamación de la multitud.

Pero la tensión comenzó a crecer. Una lesbiana que fue sacada del bar se resistió al arresto y por ello fue golpeada. “¿Por qué tenemos que seguir aguantando esto? Nos preguntábamos. ¿Por qué le debemos pagar a la mafia por beber en un bar de mierda? Y además, ¿ser acosados por la policía? Nos dijimos: ¡Tenemos que hacer algo! ¡Vamos a hacerlo! Y de repente, las monedas comenzaron a volar. Yo arrojé pennis y quarters. Y les grité: ¡Con esto les pagamos, y aquí hay más!”, es la narración de Silvya Rivera, una aguerrida drag queen de origen puertorriqueño que esa noche había acudido al bar.    

A las monedas siguieron las piedras que alcanzaron a romper una de las ventanas del segundo piso. En ese momento, la gente apostada en las aceras y subida a los autos estacionados sobre la calle mostraba su furia. Los testimonios coinciden en que, asustados, los agentes se atrincheraron en el interior del bar. La tensión escaló. Unas cuantas piedras más volaron, y entonces un agente desde el interior del bar abrió la puerta y mostró un arma. Gritó a la gente que se alejara. Luego retiró el arma y volvió a cerrar la puerta. Algunos participantes enfurecidos arrancaron un parquímetro de la acera y lo usaron como ariete contra la puerta del establecimiento.

Con una manguera los agentes apagaron el fuego originado por los manifestantes, para enseguida dirigir la manguera hacia la multitud para tratar de alejarla. “Ese fue el momento en el que la revuelta estalló”, calcula Manford. El momento en el que arribaron un camión de bomberos y un cuerpo de la policía uniformada, quienes formados en falange con su equipo antidisturbios se acercaron al lugar por la calle Christopher y comenzaron a perseguir y a golpear a las personas aglutinadas, lo que provocó una respuesta aún mayor de la multitud decidida a resistir y a hacerles frente. Los enfrentamientos se extendieron por las calles adyacentes y se prolongaron por varias horas. “Aquella noche los policías corrían huyendo de nosotros, los más humillados por el sistema, y fue fantástico”, comenta emocionado uno de los participantes en un documental sobre el acontecimiento.

 

Además de los destrozos, de los heridos y los arrestos, el saldo principal de la rebelión de Stonewall, ocurrida en Nueva York en 1969, fue la toma de conciencia
de miles de personas gays, lesbianas, bisexuales, transgénero e intersexuales.

 

Al día siguiente, se repitieron los disturbios. Los dueños del bar Stonewall, a pesar de los destrozos ocurridos en el establecimiento, decidieron abrir el negocio y dar la bebida gratis a la clientela. Los enfrentamientos se repitieron, mientras los manifestantes tiraban piedras, botes de basura encendidos y otros objetos a la policía antidisturbios, ésta arremetía contra ellos a golpes de porrazos.

El saldo: vidrios de ventanas rotos, autos destrozados, camiones de policía con las llantas ponchadas, decenas de heridos, entre ellos cuatro policías, y catorce personas arrestadas. Pero el saldo más importante de la revuelta fue la toma de conciencia de miles de gays, lesbianas y trans, resumida en estas palabras de uno de los participantes: “Ya no había marcha atrás, porque habíamos descubierto un poder que no sabíamos que teníamos”.     

La rebelión marica
“Cuatro policías heridos en una redada en el Village”, fue la cabeza de la escueta nota que el New York Times dedicó a los disturbios. La prensa tradicional no alcanzó a dimensionar la trascendencia de la revuelta. A pesar de ese silencio, la noticia de la rebelión se esparció muy rápido por los Estados Unidos y más allá. De alrededor de 50 organizaciones LGBT que existían en EU antes de la revuelta del 69, en pocos meses ese número ascendió a más de 400.

La rebelión cambió la dirección del movimiento lésbico-gay. Influenciadas por los movimientos radicales contra la guerra de Vietnam, el movimiento feminista, los Panteras negras del movimiento por los derechos civiles de la población afro-americana, las nuevas organizaciones de gays, lesbianas y trans dan un viraje estratégico hacia la acción directa, dejando atrás las estrategias de persuasión y asimilación de las antiguas organizaciones “homófilas”, como se llamaban así mismas.

Al año siguiente, en el primer aniversario de la rebelión de Stonewall, por primera vez en la historia, miles de gays, lesbianas y trans salieron a la calle en las ciudades de Nueva York, San Francisco y Los Ángeles, dando comienzo a un movimiento que pronto alcanzaría dimensiones internacionales.  

Como castillo de naipes, comenzaron a derrumbarse las falacias seudocientíficas en las que se basaban leyes e instituciones homofóbicas. Tan solo cuatro años después de la rebelión, en 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría votó la remoción de la homosexualidad como un desorden mental del Manual Diagnóstico y Estadístico de Desórdenes Mentales. Y de ahí, con sus vaivenes, las victorias por los derechos de las personas LGBTI no ha dejado de sucederse.

“Cuando fui a Hijas de Bilitis (una organización lésbica) para conocer mujeres, en 1967, no pensaba en cambiar al mundo. No creía que eso fuera posible.”, narra Martha Shelley, destaca activista de la época.  Y comenta que después de Stonewall, “teníamos la sensación de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y que éramos parte de la vanguardia”.   

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