Antes de Stonewall — letraese letra ese

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Antes de Stonewall


Para una generación de jóvenes nacidos en las últimas décadas del siglo 20, beneficiarios hoy de los avances en materia de derechos sexuales conquistados por las generaciones anteriores, resulta perturbador y fascinante descubrir los testimonios gráficos y orales de homosexuales y lesbianas, travestis y transexuales, que sufrieron el acoso inenarrable de una homofobia institucional que con toda impunidad recurrió a prácticas de intimidación, hostigamiento verbal, difamación mediática y represión para imponer un escarmiento a las conductas disidentes que a su juicio constituían una amenaza para la moral y el orden establecido. El documental Before Stonewall (Antes de Stonewall, 1984), de Greta Schiller, brinda un valioso registro de esa época sombría.

Una bohemia liberadora
El recuento inicia en los años veinte del siglo pasado, una época muy fértil para la cultura urbana, cuando las grandes metrópolis norteamericanas procuraban adoptar los ritmos trepidantes y los impulsos libertarios predominantes en la Europa de la posguerra. Las vanguardias artísticas en Estados Unidos importaban las modas y los estilos de vida heterodoxos de la Alemania de Weimar, de una Inglaterra alejada ya de la moral victoriana y sobre todo del París de los años locos. De modo paralelo, en Europa se acogían con júbilo las expresiones más vitales de la cultura estadounidense. Antes de Stonewall documenta, con profusión de imágenes de archivo, el clima de la bohemia artística en Nueva York, San Francisco o Nueva Orleans. El “underground homosexual” era una subcultura en la que figuraban cantantes célebres como Bessie Smith y Gladys Bentley o los escritores Langston Hughes y Gertrude Stein. Uno de los epicentros del entretenimiento off Broadway que atraía multitudes de voyeuristas de la excentricidad era el Harlem neoyorkino con su emblemático templo del jazz, el Cotton Club, y aquel punto de encuentro de celebridades, el centro nocturno Connie’s Inn. Esa época dorada de la tolerancia racial y el relajamiento de las costumbres, se vio algo ensombrecida por los rigores de la Gran Depresión económica a finales de los años 20. Una década después, cuando estalla la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos participa como aliado en el combate antifascista, se produce un alto en esa efervescencia cultural de las grandes urbes: los hombres parten masivamente a combatir al enemigo, las mujeres conquistan repentinamente un estatus de independencia en el terreno laboral y en el ámbito doméstico; muchos homosexuales fraternizan de modo inusitado en las trincheras y en los cuarteles con los varones que antes los habían estigmatizado, y un número excepcional de lesbianas se vuelven indispensables en el frente bélico, ya en la enfermería ya en la producción de armamentos. Al respecto, el documental de Greta Schiller ofrece un material gráfico sobresaliente. Cuando la guerra finaliza muchos veteranos homosexuales eligen el anonimato de las grandes metrópolis, admiten con mayor desenfado su condición de parias sexuales, aunque prudentemente optan por permanecer en el clóset debido a que una nueva ola moralizadora y el imperativo de un boom demográfico obliga a las mujeres a regresar a las faenas procreadoras y hogareñas, estigmatizando con ímpetu exacerbado toda conducta sexual disidente. Los años 50 son los años de mayor oscurantismo en ese American way of life que procuró garantizar el bienestar de las mayorías promoviendo a la vez la paranoia anticomunista y la persecución de las minorías étnicas y sexuales.

Las militancias emergentes
Para sobrevivir a esa contrarreforma moral de la posguerra, los homosexuales que habían ensayado formas novedosas de camaradería y desenfado erótico en el frente, tuvieron que esconder su orientación sexual, en ocasiones incluso contraer matrimonio  con amigas heterosexuales o lesbianas, improvisarse una fachada de respetabilidad a través de los modales y el vestuario, cargar con el lastre de una virilidad forzada, y volverse expertos en el arte de la simulación y la mentira. Nada de eso fue suficiente. Para la homofobia institucional la homosexualidad no sólo era una conducta social reprobable sino una aberración de la naturaleza, un trastorno psicológico susceptible de curación o, en casos recalcitrantes, de rectificación quirúrgica. La amenaza constante para corregir la enfermedad mental era la aplicación de electrochoques o el recurso a la lobotomía. Nada era descartable si se trataba de erradicar una patología nociva considerada contagiosa y perversa. La salud espiritual de la nación estaba en juego. Las primeras feministas con reivindicaciones que iban más allá del derecho al voto, las minorías afrodescendientes que exigían derechos civiles equiparables a los de la hegemonía blanca, las lesbianas que desdeñaban la sagrada misión de perpetuar la especie humana, todos esos grupos sociales al margen de la norma fueron motivo recurrente de persecución y escarnio. A manera de respuesta a esa cruzada de la intolerancia, en Estados Unidos comenzó a desarrollarse un movimiento de defensa de los derechos civiles que tuvo como punto culminante el discurso “Tengo un sueño…”, del activista negro Martin Luther King en Washington en 1963. Esa efervescencia de las militancias políticas emergentes confirió una energía nueva a las primeras asociaciones homófilas estadounidenses: La pionera Sociedad Mattachine, fundada en 1950, y Las hijas de Bilitis, una agrupación lésbica creada en 1955, pero también a las pequeñas y circulares marchas de protesta en contra de las redadas y los cierres de bares que los transeúntes contemplaban con curiosidad y sorna, como un espectáculo circense de disciplinados combatientes con atuendo de oficinistas en busca perenne de respetabilidad y aceptación masiva. El chantaje homofóbico era tenaz e implacable: toda infracción a la conducta moral impuesta y severamente vigilada era castigada de modo implacable, ya sea con el despido laboral o con el estigma irreparable de la exposición mediática. La opción era tajante: el clóset o la cárcel; renunciar a la sexualidad proscrita o exponerse a la deshonra familiar y al escarnio público.

De la oscuridad al arcoíris
Cuando de modo sorpresivo, para la policía y para los medios, los asistentes al bar neoyorkino llamado Stonewall Inn súbitamente se negaron a aceptar la diaria humillación vuelta norma ciudadana y respondieron con un vigor inusitado a la embestida policiaca de una redada, el panorama social se transformó por completo. Al cabo de tres jornadas seguidas de disturbios callejeros en el Greenwich Village, se proclamaba de modo virtual y elocuente el nacimiento de un movimiento de auténtica  liberación gay. El homosexual dejaba de ser triste, y admitía sin reservas que “Lo gay era bueno”. La nueva consigna “Fuera de los closets, a las calles”, se volvió lema distintivo y seña de una identidad nueva. La revuelta del sábado 28 de junio de 1969 coincidió significativamente con el fallecimiento, 5 días antes, de la actriz y cantante Judy Garland, un icono homosexual de los viejos tiempos. La utopía romántica de un “Más allá del arcoiris” sería ya un símbolo perdurable en las banderas nuevas. Todo cambió ese día, y desde ese día, hace exactamente 50 años, todo también ha cambiado.

Before Stonewall, film disponible en amazon.com.mx y, por extractos, en You Tube.

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