La historia es con las mujeres — letraese letra ese

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La historia es con las mujeres


Muy cerca de la escuela a donde asistía, en Mar del Plata, Argentina, Lucía Pérez, de 16 años, fue hallada muerta con signos de violencia sexual en la vagina y recto y presencia de droga en su cuerpo. Tres hombres la llevaron al servicio médico después de haber lavado su cuerpo. Dijeron a los médicos que, al parecer, la chica presentaba una sobredosis de droga, y ahí la abandonaron.

Lucía murió como consecuencia de un reflejo vagal, una reacción involuntaria del nervio vago en el cuerpo que afecta a la frecuencia cardiaca, derivado del dolor que sentía la menor al momento de ser violada en múltiples ocasiones, algunas de ellas con objetos que fueron introducidos en su recto.

La versión oficial decía que la adolescente acudió aquel día de 2016 con sus agresores para comprar mariguana para una amiga. Después se supo que, efectivamente, sus agresores vendieron un cigarro de mariguana a una amiga de Lucía y allí la conocieron, pero la transacción fue directamente con la amiga. Sin embargo, la mañana siguiente la esperaron afuera de su casa y la llevaron a la vivienda donde ocurrieron los hechos.

A dos años del suceso, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de Mar del Plata decidió que no se pudieron comprobar el homicidio ni la violación de Lucía por parte de sus agresores, por lo que únicamente se les impuso una sanción de ocho años de prisión por posesión de drogas.

Lo que le ocurrió a Lucía, pero sobre todo, el actuar de las autoridades, es reflejo de que lo que le pasa a las mujeres no es del orden de la política ni de la ciudadanía, pues la estructura sociopolítica actual lo ha exiliado al margen de lo íntimo. “Todo lo que le nos pasa a nosotras es libidinizado y acorralado en el residuo de vida que es lo íntimo y el deseo sexual, aspectos que la justicia y el derecho no pueden iluminar plenamente”, afirmó la antropóloga argentina Rita Segato, quien visitó México para impartir la conferencia “Examinando el mandato de masculinidad y sus consecuencias” en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Ahí subrayó la necesidad de deconstruir el binarismo vigente en nuestras sociedades.

 

La argentina Rita Segato considera que las mujeres se han encargado de romper el protocolo y la burocracia y se han politizado dentro del espacio que les fue
conferido,
un espacio que se considera ajeno a la política: la intimidad.

 

Para hacerlo, consideró que debe tomarse en cuenta que tal binarismo es propio de la subjetividad y el orden político actual, sustentado en una falacia que se basa en el mandato que se ha impuesto a la masculinidad, pero que ha demostrado ser un fracaso en la conducción hacia un mundo mejor porque, al intentar establecer moldes de un mundo perfecto, se cae en autoritarismos y se excluye a ciertos sectores.

Por eso, la autora de Las estructuras elementales de la violencia consideró que se está viviendo un último momento de la historia de los hombres, el Estado y la esfera pública, de la historia del patriarcado y la burocracia, esto último, un blindaje del poder que se transforma en la manera protocolar de los hombres al hablar en su espacio de especialización, en la faena política donde la conversación masculina siempre ha mantenido un formato retórico y protocolario.

En contraparte, considera que las mujeres se han encargado de romper el protocolo y la burocracia y se han politizado dentro de un espacio que se considera ajeno a la política: la intimidad.

La ética como herramienta

Con una amplia experiencia de investigación de campo sobre relaciones y violencia de género en las cárceles de Brasilia, El Salvador, Guatemala, Ciudad Juárez, las mujeres indígenas de Brasil, los feminismos no blancos y las construcciones de género no binarias, Segato propone a la ética como una herramienta para analizar los contextos y las creencias inculcadas que repercuten en el ámbito de las relaciones sociales y su fractura en actos violentos.

Sin embargo, esta revisión no puede hacerse desde cualquier perspectiva ética, diferenciando a ésta de la moral, a la cual define como una lista de costumbres obligatorias, mientras que la ética es un deseo. La autora propone dos tipos: la ética de la insatisfacción, que exige a las personas revisar de manera constante sus “chips” para decidir cuáles de ellos son opciones con las  que están de acuerdo y cuáles deben desactivar, y la ética de la conformidad, que únicamente replica y reproduce.

Así, la autora de La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez identifica que lo masculino y lo femenino significan dos historias diferentes. Reconoce que, en ciertas ocasiones, los cuerpos estan cruzados: un cuerpo que parece ser de hombre puede ser partícipe de la historia femenina y de la politicidad doméstica que nada tiene de íntimo ni de privado ,sino que es otra forma de politicidad, no protocolar ni con la posibilidad de convertirse en burocrática.

 

El mayor desafío para eliminar las violencias y las opresiones de varios tipos que las mujeres han padecido en el espacio doméstico, en las instituciones y en la
calle consiste en llevar al patriarcado del borde al centro.

 

Incluso, advierte, ese espacio es diferente, pues no es de deliberación y de toma de decisiones para impactar en el destino colectivo, e incluso, su dilución ha sido tal que las mujeres mismas hacen política sin darse cuenta que la están haciendo.

Esa politicidad, asegura, tiene una parte de improvisación, pero es esa misma cualidad la que permite hacer muchas otras cosas que los hombres no pueden. Se debe evadir esa fragmentación existente en el mundo actual y no decir lo mismo que los hombres porque hasta ahora, la evidencia indica que no funcionó.

De la periferia al centro

El hecho de que el espacio de la politicidad femenina se haya ido relegando hacia un costado ha generado esa aparente despolitización de las mujeres que en otros momentos no existía debido a que en las épocas de las sociedades comunitarias, la intimidad no era un concepto vigente, sino, más bien, fue adquiriendo esa validez conforme ocurrió la  colonial-modernidad, es decir, esos pocesos de colonización considerados “indispensables” para la modernización, en la que se mermó a las mujeres al mismo tiempo que se privatizaba el espacio.

De esa manera, argumenta Segato, esa despotilización de lo que tiene que ver con el cuerpo y el espacio ha llevado a ocupar el lugar del borde, de las cuestiones residuales y marginales y no centrales, lo que impide buscar soluciones a problemas como la violencia de género, la discriminación hacia las mujeres, la falta de reconocimiento de derechos, entre otros pendientes.

Por tanto, el mayor desafío para eliminar las violencias y las opresiones de varios tipos que las mujeres han padecido  en el espacio doméstico, en las instituciones y en la calle consiste en llevar al patriarcado del borde al centro.

Sin esa modificación del paradigma que estructura el modo de pensar el problema de la mujer, asevera la pensadora argentina, sólo se harán cambios ornamentales pero no se resolverán las cuestiones de la desigualdad de género, que no sólo son problemas de hombres y mujeres, sino de estructuras más profundas.

Incluso, la autora de Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres refiere que la fórmula de la transversalizaicón es una forma eufemística, ya que sólo consolida la idea de un centro y sus minorías, dentro de éstas las mujeres, aunque, curiosamente, sean la mayoría de la población.

El panorama requiere de una eliminación de esta idea, una “desminorización”, en la que esa visión de identidades políticas minoritarias decide que son identidades políticas particulares con intereses particulares de ciertos sectores y que son colocadas ahí por un error de lectura de la estructura del mundo, impuesta en la transición de la vida comunitaria a la colonial-modernidad, donde predomina  esa esfera pública donde habla un sujeto universal, asociado a la figura del hombre, y ese sujeto va a ser el vocero de las verdades de interés general (economía o política) y se tranforma en el vocero y enunciador de todo lo que pretende ser dotado de politicidad, de aquellos que engloba, y por tanto, está fuera del espacio privado, donde se colocó a esas aparentes minorías, aquellas personas cuyos intereses fueron minorizados y expulsados de lo político.

Esa situación es la que provoca que casos como el de Lucía, y otras miles de mujeres asesinadas en diferentes países de América Latina, no puedan acceder a la justicia, pues a quienes la imparten les cuesta trabajo comprender que un crimen en contra de una mujer es un crimen sobre un sujeto plenamente político, pues desde su perspectiva, las mujeres no son ciudadanas.

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