Las reparaciones del odio — letraese letra ese

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Las reparaciones del odio


La agresión salvaje y a la postre letal que sufrió en un parque de Santiago de Chile el joven de 24 años Daniel Zamudio Vera por parte de individuos neonazis el 2 de marzo de 2012 sacudió a tal punto la conciencia colectiva de un país de tradición conservadora, que de pronto quedó de manifiesto el poder corrosivo de la homofobia, la urgencia de aprobar una postergada ley contra la discriminación, la necesidad de reparar los daños del odio, y fomentar el estudio de las conductas criminales.

Las variantes del prejuicio
En Chile, las investigaciones del psicólogo social Jaime Barrientos Delgado en torno de la homofobia han hecho escuela. La publicación de su libro La violencia homofóbica en América Latina y Chile (El buen aire, Santiago, 2015) es una de las contribuciones más serias para el estudio no sólo de una realidad social inquietante sino, de modo más amplio, de los factores que en el hemisferio latinoamericano han obstaculizado, en cierta medida, el estudio de las causas que originan dicha conducta.

Se conoce la importancia que el tema ha suscitado en las últimas décadas en Estados Unidos e Inglaterra, y también en Francia, donde personajes tan comprometidos como el argentino Daniel Borrillo o el francés Eric Fassin se han abocado al estudio del tema, pero pocos estudios han vinculado de modo tan certero al prejuicio y la discriminación social con sus efectos negativos sobre la salud mental de hombres gays y de lesbianas en países como Chile.

A pesar de los avances registrados en dicho país durante los últimos veinte años y de la promulgación de una ley contra la discriminación en 2012, el prejuicio sexual contra integrantes de la comunidad LGBTI ha sido una constante en Chile. Para el psicólogo Jaime Barrientos la causa principal de ese fenómeno y su persistencia ha sido “un conjunto de inequidades que afectan las relaciones de género y que en América Latina son sostenidas por el machismo y el marianismo”, entendido este último, desde una interpretación feminista, como la idealización dolosa de la imagen de la mujer.

A diferencia de sociedades occidentales donde es mayor el clima de tolerancia que facilita los estudios sobre la homofobia, en la mayoría de los países latinoamericanos, incluido Chile, dicha disciplina se topa con dosis muy fuertes de prejuicio social, y en ocasiones académico, que desalientan a algunos investigadores a llevar a cabo dichos estudios por temor al estigma que eventualmente pudieran soportar al publicar sus trabajos. Una de las hipótesis más interesantes de Barrientos ha sido la de no prestarle una importancia especial al componente irracional y patológico de la homofobia, como suele hacerse en otros trabajos, sino estudiar el fenómeno de modo más amplio como un prejuicio sexual que permea casi todos los estratos de la sociedad. Limitar al terreno de la enfermedad a la conducta homofóbica conduce a pasar por alto su poder de penetración cultural que es mucho más difuso y perverso dado que llega a manifestarse incluso en sectores que uno pensaría inmunes a él como los ámbitos académicos o los estratos de la población con un nivel de educación elevado.

En este sentido, los hallazgos que señala Barrientos en un plano estadístico son interesantes. Entre los hombres heterosexuales se perciben actitudes más negativas hacia hombres gay que hacia lesbianas, mientras que las mujeres heterosexuales no hacen mayor distinción y discriminan por igual y sin preferencia alguna a las dos categorías. También es curioso constatar que el prejuicio aumenta cuando los declarantes muestran una tolerancia menor, o un prejuicio más acentuado, al suponer que el gay o la lesbiana son o pueden ser capaces de controlar sus deseos o instintos y no lo hacen; la tolerancia aumenta, sin embargo, cuando consideran que la elección de la conducta homosexual no es algo que dependa totalmente del sujeto. En el primer caso denuncian una irresponsabilidad amoral, y en el segundo advierten una fatalidad del destino. Lo primero es a todas luces algo reprobable, lo segundo se insinúa como algo digno de piedad o de conmiseración liberal.

Apenas sorprende que el prejuicio se acentúe en poblaciones de mayor edad, comúnmente más conservadoras y con un apego mayor a la religión. Los jóvenes, en cambio, suelen mostrar niveles más elevados de tolerancia. Para quienes profesan una creencia religiosa, la transgresión sexual se vuelve de inmediato una afrenta a su fe religiosa. Algo también sorprendente es la manera en que se juzga la gravedad de la transgresión misma. En el caso de los hombres gay nada parece justificarla, mientras que al tratarse de mujeres la fantasía heterosexual puede y suele hacer concesiones en su prejuicio al tomar a la mujer como un objeto sexual sumiso o como una ocasión para estimular un voyeurismo. La única excepción a esta norma tácita es el caso de la lesbiana emancipada que reclama sus derechos, asume libremente su disidencia sexual, y no se presta a satisfacer las fantasías masculinas. En ese caso, la condena es igual o mayor a la que sufre el hombre gay por parte de sus pares heterosexuales.

Estos patrones de discriminación y prejuicio sexual suelen reproducirse, con variaciones mínimas, en los países latinoamericanos donde prevalecen el machismo y el marianismo, y donde la mayoría de la población se declara católica practicante.

Los saldos sociales del desprecio
La persistencia de la homofobia tiene consecuencias muy serias sobre la salud, el bienestar y la calidad de vida de las personas afectadas. Muchos de los estudios que señala el psicólogo social Barrientos concluyen que por razones de discriminación y rechazo, los gays y las lesbianas “tienen un riesgo mayor de sufir desórdenes psiquiátricos que las personas heterosexuales”. Es mayor en ellos la incidencia de depresión y ataques de pánico, y en las lesbianas la dependencia al alcohol y a las drogas.

Algo en lo que no se insiste lo suficiente es en el saldo histórico que lleva a cuestas la homofobia institucional por haber perpetuado, y seguir propiciando, mediante el estigma impuesto la proliferación de enfermedades de transmisión sexual, en particular el padecimiento del sida. Por fortuna todo indica que en Chile las cosas comienzan a cambiar y que los niveles de tolerancia a la diversidad sexual se han incrementado considerablemente. De esta manera, 85,7% de las familias declaran “tolerar” las relaciones sexuales, mientras 52,6% consideran que las parejas del mismo sexo deberían tener el derecho de adoptar y criar a niños provenientes de uniones anteriores.

La homofobia importa
Estas reparaciones tardías del odio a las minorías sexuales fomentado en Chile durante los largos años de la dictadura fascista (1973-1990), le debe mucho, paradójica y tristemente, a la muerte del joven Daniel Zamudio y las otras 16 personas que como él fueron víctimas de la homofobia criminal entre 2002 y 2011. A esa reparación de la justicia se añade, de modo complementario, la acción de agrupaciones como MOVILH (Movimiento de Integración y Liberación Homosexual) y organismos no gubernamentales como Fundación Progresa, VIVOPOSITIVO, ONUSIDA y ASOSIDA, entre otros. Y naturalmente al calado de investigaciones tan pertinentes y comprometidas como la del psicólogo social Jaime Barrientos Delgado.

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