El compromiso escénico — letraese letra ese

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El compromiso escénico


La obra del dramaturgo quebequense Michel Marc Bouchard se ha vuelto en poco tiempo un referente importante en la escena cultural mexicana. Sus trabajos (Los endebles, Las musas huérfanas, Tom en la granja), revelan el compromiso moral y político de combatir la intolerancia y los prejuicios, la defensa del lenguaje y la afirmación identitaria, y también señalan los estragos de ese atraso cultural al que se enfrenta la actriz francesa Sarah Bernhardt a su llegada a Québec en 1905 y que relata de modo, a la vez divertido y grave, La divina ilusión, la pieza más reciente del autor, actualmente en cartelera. A continuación algunos fragmentos de la charla de Bouchard con alumnos de teatro en México.

La revolución identitaria

Los artistas y los dramaturgos son el producto de su época. Comencé a escribir en los ochenta, durante un tiempo parteaguas de las revueltas sociales. Habíamos tenido la revolución anticlerical, también la feminista, y la revolución LGBT, pero la revolución más importante fue, sin duda, la revolución identitaria por la soberanía de Québec. En Québec la mayoría de la población es francófona y en ese momento estaba a punto de quedar sumergida por el poder anglófono y por el poder católico. A esa revuelta se le llamó la revolución tanquila. Nos liberamos entonces de la Iglesia y nos afirmamos frente a los anglófonos. Creamos de forma comunitaria, y con el respaldo de Estado, nuestras propias empresas, nuestro propio sistema de educación y de inmigración, y sobre todo una gran defensa jurídica de la lengua francesa La lengua oficial de Québec es hoy el francés, en la enseñanza, en los anuncios y en el mundo laboral. Hay una protección del francés en la televisión, en la radio y en todos los medios. Esa lengua se ha vuelto el arma de batalla y de defensa de la identidad de los canadienses francófonos.

Se dio también un gran orgullo y una necesidad de identificación de los quebequenses frente a ellos mismos, para saber quiénes eran y de dónde venían. Mi escritura tuvo la suerte de nacer en ese preciso momento histórico. Muchos quebequenses buscaron y encontraron la manera de identificarse a través del teatro, la literatura, el cine, la televisión y todas las representaciones artísticas que les mostraban quines eran. Pero el teatro estuvo siempre en un primer plano. En La divina ilusión coexisten tres lenguajes: el de los curas, la lengua de los franceses que llegan de Europa y la lengua de los quebequenses. Y al lado de ese contexto, está también lo que yo soy, mis preocupaciones y mis ideas fijas. Cuando escribí Los endebles, la idea del coming out, la salida del closet, lo gay, no existía realmente en el vocabulario teatral. La gente me decía, ¿te das cuenta del valor que se necesita para escribir algo así? Yo respondía: no es una cuestión de valor, sino de integridad personal.

El cine y sus presiones

El cine es un medio extraordinario para conectar fácilmente con la gente, es un arte difícil y complejo que para mí representó una aventura laboriosa cuando decidí, por   primera vez, hacer yo mismo un guión, el de Lilies (Los endebles), para el cineasta canadiense John Greyson. Ahí descubrí que la postura literaria es algo muy aleatorio en el cine. Ahí la obra se vuelve obra del realizador y ya no del autor. Primero de John Greyson en Los endebles, luego de Xavier Dolan en Tom en la granja. Es como si de pronto llegaras a tu casa y alguien hubiera cambiado los muebles, las ventanas, el espejo, y ya asistieras a ver todo eso como alguien que ha sido lobotomizado. Descubrí que en el cine hay como cinco tipos de escritura: el guión, el presupuesto, el rodaje, la edición y la posproducción, y en cada una de estas etapas se puede perder la película. Lo maravilloso del teatro es que es desde el principio es soberano. Y no cuesta nada. En el teatro un buen actor puede decir: veo llegar a doce caballos. Y si el actor es bueno uno los ve llegar. En el cine el productor te dice yo sólo veo un caballo. He hecho seis adaptaciones de mis obras para el cine, y puedo afirmar que en ese medio se negocia mucho. Se negocia el tránsito de lo teatral a lo cinematográfico, lo que se debe cortar y lo que finalmente ha de quedar. Y el problema es siempre el final. Creo que no hay una sola de esas películas cuyo final sea idéntico al de mis obras. Estuvimos a punto de no hacer la película Los endebles por no lograr ponernos de acuerdo sobre el final. El final es la postura editorial del realizador, y uno al final tiene que ceder. En realidad lo que me gusta es que el público se vaya del teatro llevándose el espectáculo, que éste lo persiga, ya sea en las conversaciones con los demás, ya sea en su intimidad. Me gusta que la gente salga del teatro con una pregunta y no con una respuesta. Con Tom en la granja tenía al principio cuatro finales distintos y trabajamos en los ensayos con esas cuatro posibilidades para luego poder decidir después con cuál nos quedaríamos. Me quedé con el final que planteaba una pregunta, ya que los otros tres ofrecían respuestas y se volvían un tanto conciliadores, y esa idea de reconciliación estaba más próxima a lo comercial que a la dialéctica.

La divina ilusión

Antes de proponer La divina ilusión al Festival Bernard Shaw en Canadá, que me solicitaba un texto, había pensado en una adaptación de Romeo y Julieta ambientada en un momento de disturbios callejeros en Québec, y al mismo tiempo acababa de leer un texto sobre las declaraciones de Sarah Bernhardt en su visita a Québec en 1905 en las que hablaba de una nación de gente atrasada. Escribí ese texto pensando que vivimos en una época en que la cultura está en peligro. La cultura se ha vuelto un comercio, estamos dominados por culturas que también son imperialistas. El discurso de Sarah Bernardt me pareció entonces de una gran actualidad. Quise confrontar cosas como la espiritualidad, el mundo del arte y el mundo del trabajo, y sus maneras de interrelacionarse. Es cierto que puede haber un choque entre ellos, pero lo importante es poder hablar con la gente. En mi trabajo subsiste la frase de Bertold Brecht que dice que el artista debe explorar la formas populares y cuestionarlas si tiene la pretensión de cambiar el mundo. Por ejemplo, para hablar de un tema tan actual como el abuso sexual elegí poner la cuestion en las palabras y el comportamiento del personaje del hermano Casgrain. Él habla de su propia humillación y con ello revela una estructura que se está pudriendo. Al inicio vemos a Casgrain como un cura sometido a la institución y cuando al final elabora un discurso sobre cómo encontrar la paz y casi la gracia en la sumisión, sólo se trata de su manera de sobrevivir. Cuando al final todo estalla, vemos una denuncia del sistema desde el interior del sistema. Y no hablamos aquí ya sólo de la institución eclesiástica sino de diversas formas de opresión que incluyen a colectivos como los feministas o las minorías étnicas y sexuales. Actualmente escribo el guión para la adaptación fílmica de La divina ilusión y en la película el punto de vista principal será el del hermano Casgrain. Tratándose de una obra sobre el abuso del poder, ahora me parece menos una obra quebequense que una pieza mexicana, pues aquí siento más fuertes que en mi país los discursos sobre la pobreza y los abusos de clase o de la Iglesia, inclusive el discurso y el estilo mismo de Sarah Bernhardt lo siento aquí más vivo, a juzgar por las reacciones tan orgánicas que la obra ha recibido por parte del público mexicano.

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