El sismo levantó a las mujeres — letraese letra ese

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El sismo levantó a las mujeres


Nada las detuvo. Hijos, familia, trabajo, escuela: todo lo dejaron la tarde del 19 de septiembre. Salieron a ayudar y no volvieron a su vida sino hasta días después. Son amas de casa, vendedoras de calle, enfermeras, estudiantes, profesionistas, empleadas que en su historia personal distinguen un antes y un después del sismo. De este y de aquel de 1985, que algunas de ellas recordaron apenas pasado el temblor.

“A los 15 minutos yo ya estaba en el parque lista para ayudar”, dice Keyla Morales, desde su centro de acopio en el Parque Pushkin. Pero no es la única. Por todas las zonas afectadas de la ciudad aparecieron las mujeres.

A diferencia del 85, cuando no las dejaron participar en labores de rescate, esta vez ellas sí cargaron pico y pala y removieron escombros. También convocaron y organizaron la ayuda, cocinaron para los voluntarios, consolaron tristezas, curaron heridas, aplacaron a militares y pusieron orden donde había caos.

A Sandra Gutiérrez le ayudó su carácter “mandón” para coordinar la ayuda que llegaba al centro de acopio instalado en Calzada del Hueso y Prolongación División del Norte. La llamaban “doctora” porque llegó allí con su uniforme de enfermera del Hospital Ángeles. Frente al desorden de las primeras horas, esta mujer de 30 años, madre de un adolescente de 14 años y un niño de año y medio, se puso el chaleco de voluntaria y dijo: “Voy a ser la líder y la coordinadora de todo esto”.

Hasta los militares tuvieron que “cuadrarse” frente a esta joven que se desesperaba al verlos sin hacer nada. “Si estás bueno para comer lo que traen, mueve tus manitas y ayuda, no te quedes viendo”, les decía. Recuerda que un día llegó “un general” a querer organizarlos y lo corrió. “Le dije que se fuera porque no iba llegar a aquí a imponernos nada y menos con amenazas”.

Hasta el 27 de septiembre, Sandra seguía al frente del centro de acopio. Sin dinero pero satisfecha y agradecida por la ayuda de la gente. Recuerda especialmente a un señor que donó un papel higiénico y una botella de agua. O al joven de muy escasos recursos que durante días la ayudó en la clasificación de víveres y le pidió al final quedarse con unos tenis porque los suyos ya no daban para más. O sus pacientes: gente “de recursos” que envió hasta un camión con seis toneladas de pollo o una firma famacéutica que mandó 45 mil litros de electrolitos.

Al día siguiente de esta entrevista, Sandrá volvería a su casa en la colonia Santo Domingo, segura de que sus hijos se sentirán orgullosos de ella. En estas circunstancias, “una se da cuenta de que tiene capacidades que no conocía”, dice. Ahora que su vida tiene un antes y un después del 19 de septiembre, espera que sus hijos también tengan un día la satisfacción de servir a su gente. “No puedes hacerte de la vista gorda como si no pasara nada”. Por eso ahora, aun cuando la emergencia, pasó, “los voluntarios que estamos aquí vamos a seguir ayudando en lo que sea necesario”.

 

Bombero y rescatista desde los 13 años, Norma viajó desde Ensenada, Baja California, hacia Tetela del Volcán, Morelos. Antes había tenido que salvar los
escombros del
machismo institucional que no le permitía incorporarse al Cuerpo de Bomberos de su ciudad, donde ahora hay 12 mujeres.


Norma, a prueba de fuego

Para llegar de Ensenada, Baja California, a Tetela del Volcán, en Morelos, Norma Guadalupe Lizárraga pagó sus pasaje y tuvo que sacar una credencial con urgencia porque su certificado de bombero no servía para que la dejaran abordar el avión con dirección a la Ciudad de México, a donde llegó un día después del temblor. “Cuando vi las imágenes de lo que había pasado, sentí impotencia de no estar aquí para ayudar”, dice. Así que tomó sus cosas y vino con sus propios recursos.

Desde que llegó a la capital, cuenta, no le ha faltado la ayuda de quienes agradecen su trabajo voluntario. “En el aeropuerto una señora que me vio con el uniforme de bombero me dijo: vienes de rescatista, yo pago tu boleto de taxi”. Lo agradeció porque el traslado a la sede de los Topos le costaba 200 pesos y Norma sólo traía 500 para toda su estancia en la ciudad. “Sinceramente, se me hizo un nudo en la garganta”.

Bombero y rescatista desde los 13 años, Norma ha tenido que salvar los escombros del machismo institucional que no le permitía incorporarse al Cuerpo de Bomberos de su ciudad, donde ahora hay 12 mujeres. Pero las mujeres lo podemos todo. “No tenemos tanta fuerza, pero tenemos la misma capacidad y podemos hacer lo mismo”, dice.

Entrenada en jujitsu, kickboxing, box y tae kwon do, está acostumbrada a las situaciones difíciles, como salvar la vida de una niña en medio de un incendio o atender a un amigo herido en un accidente vial. Ahora remueve escombros, tira paredes, mueve los restos de lo poco que ha quedado en estas comunidades afectadas de Morelos.

Hace mucho que esta joven sabe lo que quiere: acabar su carrera de asistente administrativo en Conalep –“si no me corren por faltar estas semanas”– para luego incoporarse al equipo de los Topos y estudiar medicina. En una semana regresará a Ensenada, con toda la experiencia de estos días intensos y difíciles.

Pero antes quiere probrar los tacos de suadero en la ciudad, “aunque dicen que son de perro”, bromea.

Elia en su colonia “temblorina”

Entre los cientos de rostros y manos jóvenes que durante días movilizaron el acopio y la distribución de ayuda desde el parque Pushkin de la colonia Roma, se distingue el rostro de Elia Zárate, una mujer de 73 años, vecina de toda su vida en esta colonia “temblorina”, como la llama ella. Vendedora de ropa en La Merced, a doña Elia el temblor la sorprendió en su casa y le sacudió la memoria del terremoto de 1985. “Es un milagro grande estar aquí”, afirma.

Contra el reclamo amoroso de sus hijos, que le piden volver a su casa, ella permaneció tres días y dos noches al frente de la cocina que ha alimentado a voluntarios, personas que perdieron su casa y “cualquiera que pase por aquí”, comenta. Le cala la necesidad de los otros, de la gente que ha llegado a inmuebles renovados de su colonia –señala aquel de Tabasco y Morelia que ha sido desalojado– y ahora lo ha perdido todo. “Imagínese, edificios nuevos y todos colapsados”.

Daniela se siente orgullosa de su generación milenial y agradecida por el apoyo de amigos y de personas de las que no esperaba ayuda. Se conmueve con las
cartas que encuentra entre los paquetes de ayuda, escritas por niños, animándolos a seguir adelante: “ten fe, van a salir bien, todo se va arreglar”.

 

Ella, que hace 32 años también participó en las labores de apoyo a daminificados, hoy se sorprende de la respuesta masiva de la gente y, sobre todo, del trabajo incasable de los jóvenes. “Mis respetos”, dice. “No tienen idea de cómo trabajaron, en serio, con su casco, su chaleco, sus botes y la pala”. Sentados se quedaban dormidos de cansancio, hasta que ella los alimentaba y los mandaba a descasar un rato, por lo menos.

A doña Elia también la conmueve la gente de otros estados que “se treparon a un camión” y vinieron para ayudar. Uno de ellos no sabía qué era un Oxxo, recuerda. Pero aquí estaba para sacar escombros. También se acercaron extrajeros a ayudar: chinos, gringos y hasta alemanes. Gente de la “Cámara (de Diputados) que le dio un número teléfonico y le dijo: ‘llama a mi sirvienta y dile qué te hace falta para que lo traigan’”. Ella “no se puso exagerada” para que la comida no se echara a perder. Pero a su cocina llegó todo tipo de comida: lasagna, arroz, sopa, pizza, “guisados” de los restaurantes.

Frente a toda la generosidad que ha pasado ante sus ojos durante estos días, sólo una cosa le molesta: la actitud prepotente de una mujer que trata a los demás voluntarios como sus empleados. “Se cree delegada…”, reprocha. “Yo ya le digo La Gaviota”.

Mientras doña Elia conversa, una mujer se acerca a preguntarle si vende comida. “No, la donamos”, dice. “Hay lentejas, arroz y queso, ¿quiere?”.

Daniela empieza de cero

Cuando Daniela Baez veía imágenes o escuchaba relatos sobre el terremoto de 1985, pensaba: “Qué bueno que no me tocó”. Ahora ella y su madre están sin casa por el sismo del 19 de septiembre que dañó severamente los edificios Girasoles, que apenas resisten de pie en Canal de Miramontes. “Cuando vi el edificio entré en shock”, dice la joven de 22 años, a quien el temblor sorprendió en la escuela. “Estaba en Reforma, tomé mi carro y tarde 4 horas en llegar Villa Coapa”.

De sus horas en escuela, el gimnasio, los paseos en plazas comerciales con amigos, su vida de golpe cambió para siempre, dice ella. Ha pasado las noches en la calle, organizándose con sus vecinos, cuidando unos de otros y de sus casas, buscando algo para ella entre la ropa donada, resistiendo el cansancio y la lluvia. Y sabe que va para largo.

Lo perdió todo, pero no quiso quedarse inmóvil, “como afectada”, porque sabe que hay gente que está peor. Al menos ella y su madre tienen a quién recurrir: amigos o familiares. “Yo quería ayudar, pero no sabía cómo”.

Al comenzar a llegar la ayuda a su zona, montó junto con sus vecinos y amigos un centro de acopio para organizarla y aun redistribuirla y enviarla a otros lugares. “Lo que aquí que no se necesitaba lo mandamos a Oaxaca, Morelos o Puebla por canales directos, sin trianugularlo con la Cruz Roja o cualquier autoridad”, explica.

En unos cuantos días, Daniela ha aprendido más de la generosidad humana que en toda su vida, cuenta. También de organización ciudadana. Juntos, su vecinos y ella, han enfrentado el oportunismo de los políticos que “vienen con cámaras a querer grabar y no se los permitimos”, dice. “No queremos que se adjudiquen labores sociales para sus campañas políticas que ya vienen”.

Daniela se siente orgullosa de su generación “milenial” y agradecida por el apoyo de amigos y de personas de las que no esperaba ayuda. Se conmueve con las cartas que encuentra entre los paquetes de ayuda, escritas por niños, animándolos a seguir adelante: “ten fe, van a salir bien, todo se va arreglar”.

Ahora su grupo de voluntarios tiene una página en Facebook que se llama Totopos Coapa, donde alguno de los usuarios escribió: “Ni cansados ni vencidos, hoy estamos más unidos”. Es verdad. Daniela se siente más unida a su comunidad, pero no deja de pensar que “se siente raro perderlo todo así de golpe”.

Espera que aun pasado el tiempo todos en la Ciudad de México, o al menos en su colonia, conviertan todos los días 19 en fechas para dar. “Que todos hagamos algo por los demás sin buscar nada a cambio”. Para tener siempre presente, dice, que hay tragedias que se repiten.

Esta del pasado 19 de septiembre se llevó la vida de 220 personas en la Ciudad de México. De ellas, 136 eran mujeres que no tuvieron la oportunidad de contar su historia después del temblor. Por ellas, hablaron las acciones de todas las demás.

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