Abyección, objeción, sujeción — letraese letra ese

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Abyección, objeción, sujeción


¿La comunidad LGBTI ha abandonado la propuesta de Michel Foucault de pugnar por relaciones afectivas inéditas e innovadoras? ¿La cooperación con los poderes públicos en la prevención y combate del VIH/sida han diluido lo que alguna vez fue disidencia sexual y protesta antisistema? ¿De la abyección generada por el clóset y el oprobio social, y la objeción que supuso la lucha de liberación sexual, se ha transitado a ese sometimiento civil que es la nueva sujeción al orden dominante? En este ensayo, el activista australiano Gary Dowsett ofrece una visión crítica de la creciente domesticación civil de las minorías sexuales.

La epidemia del VIH condujo a los hombres gay a una política de sujeción y los relegó a ya no ser desde ahora más que los “intérpretes de una sola nota”, en referencia a una célebre canción de Judy Garland. Esa nota es la letra A y se relaciona con las siglas AIDS (sida). En Occidente, pero cada vez más a nivel global, ese es el gran tema de los hombres gay, como si no existiera ningún otro. Ya sea que estén trabajando sobre la epidemia en sus propios países o en otra parte, los gays han dirigido y se han responsabilizado por el combate a la epidemia global entre los hombres gay y otros “hombres que tienen sexo con hombres”, o HSH, como se les clasifica a nivel mundial, aunque no siempre de modo pertinente.

Fui el primero en acuñar el término HSH en 1995 y lo lancé en Sidney durante una conferencia de educación sobre sida, y luego lo hice a nivel global en la Conferencia Internacional de Sida en Vancouver en 1996. Nunca supuse que el sida hubiera terminado o, para el caso, que la crisis que generó hubiera concluido, como algunos lo creyeron. Señalaba que lo que había concluido era la singularidad de las experiencias de la epidemia que los hombres gay habían tenido hasta ese momento y también la diversificación del compromiso de los hombres gay con una epidemia siempre cambiante. Se podía apreciar esa diversificación en la atención que los hombres seropositivos ponían en los nuevos tratamientos tan prometedores. Los hombres seronegativos empezaron a ver que infectarse –siempre una posibilidad– no era ya en sí algo inevitable. No todos estaban en el mismo barco ni tampoco remaban en la misma dirección.

A medida que los hombres gay se volvieron más responsables con respecto al VIH y al sida, vimos también cómo los hilos históricos de la abyección, la objeción y la sujeción persistían y se interconectaban. En muchos países, la estrategia original de prevención del VIH/sida en hombres gay fue un enfoque comunitario y cultural, algo que en aquel entonces denominé “sexo seguro sostenible”, y se centraba en un sexo seguro para todo mundo y en todo momento. Su forma se desarrolló en buena parte a partir de la política de objeción que caracterizó al periodo de liberación gay a principios de los años ochenta.

 

El cambio hacia tecnologías biomédicas cada vez más efectivas representa sin duda un gran avance, pero se ha visto acompañado por la degradación de 35 años de
aporte cultural y comunitario a la respuesta al VIH por parte de las poblaciones afectadas.


La llegada de la Terapia Antirretroviral Altamente Efectiva (TARV) comenzó a desplazar la ubicación del control del VIH, mismo que retornó desde las comunidades gay hacia las clínicas y a las industrias biomédicas (Kippax and Stephenson, 2016). El énfasis se hizo entonces en la persona que vivía con VIH, pero menos como paciente y más como un consumidor médico cada vez más individualizado. Ese desplazamiento debilitó la interpretación de una comunidad gay comprometida con una prevención basada en la política de objeción e incrementó la sujeción de los hombres gay a los discursos médicos y al Estado, debido a que los cuidados y el tratamiento para las personas seropositivas y los esfuerzos continuos de prevención dependían de políticas, programas e instituciones desarrolladas y financiadas por organismos estatales.

El peligro de ese ascendente biomédico reside no sólo en su estrecho acento en lo individual, sino también en la creciente negación de una dinámica social de la epidemia. A medida que los enfoques biomédicos para la prevención quedaron reetiquetados como “tecnologías de prevención”, pasaron al ámbito del mercado universal y distrajeron todavía más la atención de todo enfoque cultural y comunitario, trasladando esa atención desde el centro de la respuesta al VIH hasta su periferia.

Una epidemia biomedicalizada

De modo reciente, el ascendente de las tecnologías de prevención biomédica ha hecho de esa misma periferia algo muy irrelevante en la medida en que la terapia antirretroviral se ha vuelto más efectiva y sencilla, y que utilizar el tratamiento para fines de prevención, lo que se conoce como TasP, y la profilaxis de pre-exposición (PrEP), se ha vuelto la mejor práctica.

El cambio hacia tecnologías biomédicas cada vez más efectivas representa sin duda un gran avance, pero se ha visto acompañado por la degradación de 35 años de aporte cultural y comunitario a la respuesta al VIH por parte de las poblaciones afectadas. La excepción reside en las crecientes responsabilidades comunitarias para controlar el deseo, debido a que las comunidades LGBT y los organismos de lucha contra el VIH/sida de muchos países adoptan cada vez más estas tecnologías biomédicas sin gran escepticismo. Finalmente, esto sella la suerte de lo que todavía era una política de objeción. Como lo revela un experimento reciente, la evidencia acerca del TasP a largo plazo no es inequívocamente concluyente (Iwuji et al., 2016). Mientras la evidencia sobre la eficacia de la PrEP sigue fortaleciéndose, al menos en el Norte global, persisten preocupaciones sobre la incidencia de infecciones sexualmente transmisibles, por lo que es posible cuestionar la economía política de la esperanza (Petersen, 2015) relacionada con la PrEP.

 

A medida que los enfoques biomédicos para la prevención quedaron reetiquetados como “tecnologías de prevención”, pasaron al ámbito del mercado universal y
distrajeron la atención de todo enfoque cultural y comunitario.


La historia del VIH/sida es una historia de los cambios discursivos en esa economía política de la esperanza. Por ejemplo, la respuesta global que lleva a cabo ONUSIDA puede caracterizarse, grosso modo, como una estrategia para pasar de un lema galvanizador a otro, sin materializar la substancia del primero, salvo raramente, antes de apostar a la promesa del siguiente. Esto muestra al VIH/sida como una “epidemia de la significación”, como lo anota Paula Treichler (1988), sobredeterminada por el discurso, la metáfora y la imagen, y sobrecargada con expectativas e hipérboles. Esa hipérbole rodea ahora a la prevención biomédica, pero a menudo fracasa al suponer que la tecnología no tiene efecto alguno hasta no ser aplicada. Y ahí está el problema: buena parte de la hipérbole relacionada con todas estas tecnologías no logra explicar para sus dinámicas de uso diario, los contextos sociales y culturales de dicho uso, tampoco las maneras en que los usuarios entienden esa utilización ni sus efectos, menos aún los factores estructurales que moldean las posibilidades de ese uso en relación con el acceso y los servicios, así como las agendas reguladoras de los estados y de las fuerzas de mercado involucradas.

Lo anterior no debe sorprender si pensamos que la implementación de las tecnologías depende de una micropolítica de la práctica, por lo que su eficacia depende a su vez de asegurar su sujeción a las mismas. Ese es el dilema al que se enfrentan las comunidades afectadas por el VIH: asegurar el éxito del TasP y de la PrEP –mediante un control del deseo en nombre del Estado y de la salud pública–, requiere que las comunidades manejen un esquema de venta piramidal, ofreciendo bienes a los consumidores en espera de una eventual recompensa con la reducción de la prevalencia del VIH en la comunidad. Para el consumidor en esta economía política de la esperanza, la salud y el bienestar, la recompensa consiste en no infectarse, y eso es algo que no se puede ignorar ni subestimar. Sin embargo, para el sexo gay eso también supone una sujeción mayor a las vicisitudes del mercado universal.

Nuestra supervivencia como un mundo social distinto, en caso de haber supervivencia, depende de que seamos complacientes, regulados, consumistas, sexualmente activos y deslumbrantes; en una palabra, sujetos neoliberales. Nuestro momento bajo el sol en tanto seres colectiva e indistinguiblemente gay duró justo 50 años. Ya no somos gay; somos hombres que consumen sexo con otros hombres. El término HSH finalmente cobra sentido en tanto nicho de mercado.

 

* Fragmento traducido y editado del artículo “Abjection. Objection. Subjection: rethinking the history of AIDS in Australian gay men’s futures”, publicado en Culture, Health & Sexuality, Vol. 0, Iss.0,0 (CC BY-NC-SA). Disponible en http://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/13691058.2016.1273392


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